Montalvo, una pasión (I)

Por: Ruth Cobo Caicedo, Dra. en Psicología Clínica
Ambato (Ecuador)

Juan Montalvo.

Si hoy el calendario marcaría el 17 de enero de 1889, la ficha de ciudadanía de Juan Montalvo, diría:

NOMBRE:  Juan María Montalvo Fiallos
Procedencia: Ambato. Tungurahua. Ecuador.
Fecha de nacimiento:  13 de abril de 1832
Edad:  57 años
Estado Civil:  Casado
Instrucción: Superior
Ingreso Mensual: Cantidad no fija, variable de acuerdo a la edición de su producción literaria.
Religión: No definida. Luminosas vivencias místicas acompañan su vida.
Ideas Políticas: Liberales, combativas.
Residencia actual: París. Rue Cardinet, N. 26
Modo de Vida: Independiente, creativo. Muestra características de liderazgo. Ama a Dios, a la verdad y a la justicia, para las que escribe.

Juan María Montalvo Fiallos nació en Ambato, una ciudad hundida entre montañas azules, tierra prodiga desde donde se mira volar los cóndores el julio y se huele a damascos y cerezos en febrero, capital de la Provincia de Tungurahua, nombre que se pronuncia en honor a una de las elevaciones activas entre las más altas de los Andes sudamericanos, el Volcán Tungurahua, que señorea en el horizonte y hace que la mirada contemplativa una el cielo con la tierra, entre los hielos perpetuos y el azul que pareciera infinito. La Provincia de Tungurahua ocupa un lugar central en la geografía ecuatoriana y Ambato es una ciudad de tránsito obligado al recorrer el país y unir la costa con la sierra. Ambato es la puerta a las riquezas ecológicas del Oriente, región exuberante que contiene en su vientre miríadas de especies vegetales y animales. Juan Montalvo, que luego de su muerte empezará a ser “El Hombre Imaginario”, ese prototipo de ser humano como el Quijote, vertiéndose a través de las miserias de la tierra. “El Quijote, el otro aspecto de dolor, su hermoso antifaz, dualismo de los pobres nacidos para la realidad y la quimera, problema sin solución aquí, de la carne en lucha con el ensueño”, como lo dijo ese gran poeta Remigio Crespo Toral, hijo amado, escritor y jurisconsulto cuencano que iluminó la tierra entre 1860 y 1939.

Juan Montalvo, amador de la justicia que ahora parece ser una hermosa quimera anhelada, añorada y necesaria para que se vertebre el espíritu de la sociedad en la alquimia tridimensional de los sentidos, nace en este plexo solar de la tierra: Ambato, el 13 de abril de 1832, acompañándonos hasta los 57 años, de edad, cuando deja la tierra y emprende su viaje al infinito desde la calle Cardinet N. 26 en la ciudad de París el 17 de enero de 1889.

Su vida apasionante, tejida de lunas madrugadoras, de caminos silvestres, de calles largas, de casas blancas, de mares y de puertos delinean un sendero sinuoso, agrietado, abismal y encumbrado que nos deja transitar por el camino del genio y de las soledades, de las introversiones y los descubrimientos interiores, ese camino que nos lleva al Ser en donde hallamos el Todo, cuando en realidad hemos aprendido a habitar.

Juan Montalvo desde su introvertividad, nos muestra primero la vivencia iluminadora de la experiencia mística [Mística no es pensar sobre Dios, sino sentir a Dios en todo el Ser. No es hablar sobre Dios, sino hablar a Dios y entrar en comunión –común unión- con él.], la verticalidad del proceder que emana como una consecuencia lógica, desde el reconocimiento a lo divino, la sensatez y, desde este derecho, el juicio veraz; la crítica y la sátira como herramientas que hurgan la justicia, herida de muerte, pero aún viva, desde donde nos lleva a mirar el corazón humano.

Perfil físico

Sus trajes impolutos de regio paño negro acompasan la danza de su paso, cuando delicadamente pisa la tierra como acaricián­dola por ser que le sostiene y le alimenta, como en un ritual perfecto, repetido y sentido de agradecerle por mante­nerle la vida.

Mediano talle, no alto, no pequeño, estatura que media con la raza mestiza. Delgado y elegante, firme como los sauces; su andar pausado, sustentado en su experiencia, indagador de todos los contornos, habi­tante de todos los vértices de la ternura; su rostro moreno, besado por el viento y el sol mil veces; en­juto, facciones regulares, bien delineadas desde todos los ángulos, varoniles. Los rasgos de la viruela entre la piel de su rostro, marcando las lunas, los dolores, los vacíos, las soledades, los desatinos. Su frente delineada por el hábito de pensar en los silencios y en las soledades de las horas, surcada de filosofías y de trinos, de valoraciones y mo­ralidades. Sus cejas, como el arco del flechero, hacían el marco para el brillo azabache de sus ojos, profun­dos como la noche y el abismo, intrigantes como todos los misterios, exactos como sus revelaciones, hermosos como su alma; ojos que inquirieron el llanto de los án­geles… “los hombres extraordinarios, en los ojos tienen rayos con que se alumbran y anidan, aterran y pulve­rizan”. Ojos de capulí, matizados de ilusión y realida­des, serenos y dulzurados. Su elegancia como de los olivos. El arco iris corría plegado a su piel y por sus articulaciones cual heladas madrugadas, pintadas por el hambre del destierro. El dolor de sus nudillos, fuertes como las tormentas, el reumatismo arremetía de forma incesante entre sus huesos. Su edad aparente coincidía con la edad del genio y del sabio; su sin edad, presente todavía entre las ho­jas vivas de sus libros, entre las piedras redondas del patio de geranios y el techo de teja de su casa. Su pre­sencia, como la de violines en concierto, como la del aplauso que no cesa.

Aproximación al perfil psicofilosófico del cosmopolita

Montalvo encuentra el espíritu reflejándose sobre sí mismo, sus ideas caen en el dominio de la concien­cia, de la supra conciencia, de aquella que alumbra al hombre despierto.  Peregrino del conocimiento. Según la Filosofía, en la “fenomenología de la conciencia”, según la Psicolo­gía, en la conciencia, alcanzando la verdad y mani­festándola, escribiéndola en el verbo más puro.  Las palabras de Montalvo llevan como el espíritu, “certidumbre de sí mismo a la verdad”.

Para entender su conducta, hay que entender su contexto, su momento histórico,  su ir y venir, su interioridad, su intimidad, su misantropía, su depresión, su necesidad de ser ama­do, complementado en la sed de la identidad creciente de su ser interior profundo, elevado, versátil, único.

Sin duda Montalvo, como en el párrafo siguiente manifiesta, en sus calvarios,  domesticó a sus bestias:

“Afable soy con la inocencia, afable con la honradez, afable con el honor, afable con la her­mosura, afable con la naturaleza, afable con la desgracia: Díganlo mujeres, niños y pobres, díganlo las mariposas del prado, las flores del campo y las aves de los árboles, digan si soy afa­ble y me hago a su compañía. Mis visitas son casi todas infantiles, mi soledad la interrumpen con más frecuencia niños que hombres: Venid a mí los párvulos… Pero soy un demonio, el mismo demonio con pícaros, traidores, ladrones indig­nos, hipócritas, avarientos, viles, mentirosos; a todos los mato con el odio y el desprecio”.

Las huellas de la política ecuatoriana, aciaga, corrompida desde los mismos inicios de la república, son causa de su retórica, desdoblan su amor, desde la condición de la vida y su búsqueda incansable de transparencia en el proceder de los gobiernos, en odio hacia la mediocridad del arribista político ambicioso de poder y grandeza mal habida, usurpadora de toda paz y progreso. Ante la corrupción de la Dictadura de Veintemilla, “Ignacio de la cuchilla, el presidente de los siete vicios capitales”, en donde explaya sus escritos, lamentablemente actuales para las circunstancias del Ecuador actual.

Desde niño vive la injusticia de Flores en el seno de su propia familia con el destierro de su hermano Francisco, luego en su sangre de emigrante desterrado estalla el dolor de la traición de sus amigos liberales durante su permanencia en París,  hasta el punto de que se vuelve insociable: “… Las lágrimas son tímidas… el dolor necesita el regazo de la soledad…”,dice.

Desde el Presidente Urbina, José Miguel Macay, Eloy Alfaro, que al no cumplir con su palabra crean él la más trágica decepción, la amargura de sufrir el peor de los desengaños, como se lee en su carta a su sobrino Adriano del seis de abril de 1887. En sus reflexiones piensa:

“La virtud tiene sus peligros; desearla pura es casi aborrecer a los hombres”.

Montalvo llena sus soledades en medio de la natu­raleza que viene a atenuar sus dolores, encarna la reverencia y el reconocimien­to a ella como a una hermana, como parte indivisible de una unidad multánime, transpersonal, existencial y cósmica en la que halla consuelo y paz, por eso expresa:

“…si no tengo una ventana ancha por don­de echar mi vista, estoy como un encarcelado, el corazón me viene a la garganta, me ahogo, no tengo gusto para nada. El movimiento, el aire libre son necesarios para el hombre.”

Poseedor de una inteligencia múltiple, sabe leer el alma de la naturaleza (objeto antropológico, ecológico) y abstraer su sustancia depositaria del conocimiento de la conciencia que aprehende los valores universales.

Atemporal, Hombre Cosmopolita, sin ataduras, visionario, entendido por pocos, asimilado aún por menos, hombre sin tiempo, ni edad, ni espacio. Hombre Universal por excelencia, libre y auténtico.

Un comentario en «Montalvo, una pasión (I)»

  1. Reciba mis felicitaciones por su bien logrado artículo sobre Juan Montalvo y su permanencia en el tiempo.

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