Diente arrugado
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
La doncella se trenzaba el cabello frente al espejo antes de recostarse decúbito supino y cerrar sus astros aceitunas por algunas horas. Sus aposentos poseían grandes ajimeces, lo que hoy por hoy ha de conocerse como ventanales, que dejaban ver el tejado de la parte baja de su estancia. Vio, la doncella, por el reflejo de su gastado espejo, pues ella era harto vanidosa, a un gallardo gato de pelaje nieve pasear prosudo sobre las tejas. Los dos pares de ojos encontráronse, dejando escapar de la doncella un leve suspiro en tono dulzón por la buena presencia del felino. Dedicó algunos versos a la noche, al gato, a la vida; echó al aire varias plegarias y se soltó a los brazos de Morfeo.
Caminaba por un largo pastizal, de los pequeños arbustos emergían con un vuelo magnífico cientos de mariposas y en el cielo, con su graznido, variopintos pájaros advertían su presencia de vuelo sincronizado y ordenado. Ella podía palpar la refrescante brisa, el ondulado viento; era capaz de moldear el aire, de tornear incluso las fuertes ráfagas. Se permitió recostarse sobre el amarillento césped y observar con gran estupefacción que todas las figuras de las nubes cobraban las formas de los dientes. La dentadura de la doncella rechinó, no le agradó en absoluto lo que sus ojos decodificaron. De pronto se llevó su índice a los labios, que los tenía entreabiertos, para descubrir con sumo desagrado una sensación volátil y viscosa en uno de sus dientes. El disgusto fue tal que ocasionó en la doncella el inmediato llanto producto de la desesperación al sentir con la yema de su dedo un diente arrugado ¡Sí, un diente arrugado! Ella hacía lo posible por enderezarlo, pero solo conseguía arrugarlo más. Intentaba juntar su dentadura, pero la acción resultaba inútil, dada la forma amorfa de uno de sus principales dientes, quería morder sus uñas, pero era como masticar el aire. La doncella seguía recostada, más bien dando vueltas en el pastizal, con el dedo en la boca, empapada en lágrimas, tratando de devolver la textura a su diente.
Despertó en un santiamén, se puso en pie aún más rápido, dio dos acelerados pasos hacia el espejo, hizo una mueca semejante a una sonrisa y descubrió que, en efecto, su diente estaba arrugado. ¡Sí, un diente arrugado! La sola imagen era espeluznante, acribilladora, asquerosa, vomitiva; ver una estructura dura y blanquecina conversa en papel mojado. La doncella evocó la postura de su sueño y se echó a rodar desconsolada por la habitación. Trató de soltar el más feroz de los alaridos, pero le fue imposible, al parecer había perdido la facultad del habla o quizá todo seguía siendo una fantasiosa ilusión, un vil ensueño, un aterrador adormecimiento o una terrible somnolencia.
Al contemplar tan peculiar escena, el gato, desde la misma teja, sonrió malicioso, sacudió su pelaje nieve y emprendió camino en busca de nuevas techumbres.