Desgarrado
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
La voz lírica del subconsciente
Yacía cabizbajo, sumergido en los cavilos más profundos en tanto a la cuestión existencialista se refiere, en lo que respecta a lo mortal y a lo vital. Para qué nacer si habrá, algún día, lejano o cercano, que morir. Lo único certero -meditaba- en la vida es, irremediablemente, la muerte. De qué sirve -se cuestionaba en una fría noche mientras caminaba sin ton ni son, con las manos en los bolsillos, desacompasado, por las solitarias calles de una ciudad cualquiera- el incongruente optimismo, la estrafalaria utopía, las quijotescas hazañas, el luchar día a día si a fin de cuentas el resultado devendrá siempre en la misma burda, banal, insustancial e imaginaria realidad. Subió su cabeza gacha por un momento y chasqueó la lengua al percatarse que la luna menguada empezaba su creciente, entonces prosiguió: el ciclo de la vida, tan inalterable y tristemente establecido, nos convierte en presas de la cotidianidad, en esclavos de la rutina, nos lleva a pensar que existe un único camino, una única manera y para digerir semejante infausta desgracia asumimos el ¨carpe diem¨ como salvación, sin saber que el momento, el día es efímero, fugaz, huidizo, escurridizo y que una vez en la cúspide de la algarabía todo se esfumará y desaparecerá dejando retazos de infelicidad, tal como una resaca post orgía de bebidas etílicas. Esperamos con ansias dos miserables días de asueto, conscientes de los cinco mastodónticos que acabamos de pasar, para una vez hechas cenizas aquellas cuarenta y ocho horas volver a la insípida y sosa inercia, somos ratas dopadas incansables sobre una inicua rueda, sobre un bucle infinito repleto de mediocridad. Empezó a paramar y él volvió a chasquear su lengua: ¡Ay de aquellos masoquistas e ilusos con máscaras de comedia que ven el lado positivo a la disparatada vida y que son jueces y parte de sus pusilánimes existencias, engatusando a quien se topen a fin de vender la remota idea de felicidad! Ni hablar de esos otros que encuentran sentido a su día a día en una espectral imagen de D(d)ios hecho a imagen y semejanza del abatido Hombre y que se dejan, atontados, en las garras del cruento destino. El páramo se hizo lluvia, las gotas en su rostro se mezclaban con las lágrimas, así que disimulaban su dolor. Dolor y rencor con la vida misma, pues aseguraba que nada tiene de milagroso un casual encuentro entre un veloz espermatozoide y un fecundo óvulo a mitad de una calurosa velada entre sábanas corroídas y sudados dorsos; sumémosle a esto -prosiguió con cierto aire irónico- la posibilidad de que nuestras vidas son un error de cálculo y que todos nosotros, bastardos de casuística, somos desatinos, en otras palabras: somos una desgracia con felicidad. Por esta razón aborrecía a sus progenitores y cómo no hacerlo si la primera imagen que su frágil mente tenía de ellos era la del macho furibundo sobre la hembra, azotando con su pesada mano y carnudos dedos la endeble pierna de quien lo llevó nueve meses en el vientre, a la par que sus delicados tímpanos oían los gimoteos de ella y la infinita y maldita palabra ¨Cállese¨ del imbécil que le dio el terrible regalo de la vida. Él, entendiendo lo que sucedía, pero sin reacción, no supo sino pasear una y otra vez por el umbral de esa habitación en la que había sido mal concebido. Lo absurdo era que un par de horas después él veía, desde el mismo umbral, a ese par atorarse en profundos besos y apasionadas caricias. La lluvia se hizo tormenta, sus manos continuaban en el bolsillo, volvió a chasquear su lengua: ¿Y todo esto para qué? Nadie ha escuchado mis pensamientos, nadie conoce mis penas. Soy igual de cobarde que el resto, ellos por asimilar con una estúpida sonrisa esta atroz coincidencia y yo por no poseer la valentía ni el coraje del suicidio.
Siguió caminando hasta perderse en la putrefacta noche, en la solemne repugnancia, en las callejuelas de una ciudad cualquiera.