La gravitación del solo
Por: América Belén Viejó
Lcda. en Educación, Cuenca (Ecuador)
Dentro del universo, en la galaxia Antennae existían cincuenta y un planetas. Estos formaban
en ella un imperfecto arco tridimensional que irradiaba colores magnetas y cobaltos tenues. El
centro de la galaxia se formaba de cuatro destellos titilantes a los que nadie se acercaba porque
desconocían la existencia de estos. Cada uno de los cincuenta y un planetas se encontraban
liderados por los quarts; seres con fuerza realmente asombrosa. Los quarts eran seres hábiles
en el ingenio de la tecnología, su conocimiento era capaz de controlar y crear simultáneamente
micro universos y beneficiarse de la energía radónica, y a su vez se torne en el componente
primario de todos los elementos de producción y consumo en cada uno de los planetas. Sin
embargo, no todo funcionaba sincrónicamente. Existían círculos de quarts que lo tenían todo
y los “otros” habitantes no. El planeta Quo era un ejemplo claro sobre esta realidad; aquí las
cosas no estaba ligeramente desiguales sino ultra segregadas.
La mayoría de quoinos laboraban bajo estrictas normas, el tiempo destinado al trabajo superaba
al de recreación, no se les permitía gastar más del treinta y cinco por ciento de sus ingresos. La
vestimenta era un claro distintivo entre el tipo de empleo y la edad de los quoinos. Pero, ¿por
qué sucedía esto? Los quarts se encargaban de alimentar el ego de los habitantes con ideas de
ultra superioridad con necesidad de dominio y control. Entre los miles de discursos había sin
duda el más “aclamado”, en él se manifestaba que el planeta Quo era único en forma y origen,
por tanto, no estaba permitido compararlo con ningún otro. Pues este era indiscutiblemente el
mejor, el único apto para alcanzar éxito, un completo ejemplar y del cual dependían los demás
planetas de Antennae para su existencia.
Entre los habitantes quoinos había uno con cierta particularidad, su nombre era Marteffo; un
sujeto relativamente tranquilo, que lucía bastante abrumado por los constantes artificios de su
perdido planeta. Se dedicaba a realizar rondas de control espacial en los doce iris de Quo.
Realizar cada viaje le tomaba alrededor de dos días. Estos eran patrocinados por los quarts, y
eventualmente lo hacía él. Desde ese momento la nave Q-6M se convirtió en la acompañante
de sus viajes. Al principio disfrutaba mucho hacerlo, pues era lo único que lo alejaba de la
realidad de su planeta, sin embargo, con el tiempo ya no causaba el mismo “efecto feliz”, pero
a Marfetto al menos le tranquilizaba contemplar las grandiosas vistas anti gravitatorias de su
planeta.
A pesar que Marteffo creció en el planeta Quo, sentía como si ese planeta le consumiera todos
los sueños de su vida. Y aunque desde niño deseaba explorar otros lugares y entender nuevas
formas de vida; su propia rutina más el aplacamiento conductual ante los quarts lo había hecho
alejarse de sus ideas. En ciertos momentos no entendía la lógica de su planeta. Por un lado, las
pomposas reuniones que frecuentaban los quarts, sucumbidos ante el poder, con exorbitantes
banquetes, y conversaciones extravagantes sin sentido. Y, por otro lado, miles de súbditos que
día tras día obedecían sin cuestionar las órdenes de sus superiores, que a pesar de las
limitaciones que se les era impuestas, continuaban alimentando alegremente el poder piramidal.
Con frecuencia Marteffo se cuestionaba sobre los efectos que podrían producir esos eventos
diferenciales de su disoluto planeta.
Sin duda, en los primeros años Marteffo no advertía estas situaciones, creía realmente que su
planeta era prodigioso, un astro perfecto que se modelaba ante los demás. Pasaron los años y
las situaciones que presenciaban en Quo se hicieron más evidentes ante su realidad. Con el
tiempo adquirió frecuentes pesadillas, había momentos que los que destilaba odio y en otros
paz. Se convirtió en un ser solitario, sentía que necesitaba algo realmente impresionante para
cambiar, para olvidar. Su apego por la tecnología lo hacía pensar en las conveniencias que
generaban los nuevos inventos hacia los quarts y en ocasiones dedicaba su tiempo a filosofar
sobre la posibilidad de encontrar un nuevo sentido de existencia.
En una ocasión, mientas hacia los registros de la ronda del iris nueve; una densa niebla blanca
cubrió su pequeña estancia. Con gran nerviosismo inspeccionó el fenómeno y tomó una
muestra de ésta. La guardó cuidadosamente en su laboratorio para examinarla a la mañana
siguiente. Llegaron las 05h00, Marteffo no lograba conciliar el sueño como esperaba. Pero al
abrir los ojos descubrió un destello chispeante que involuntariamente producía magnetismo en
él. Caminó unos pasos y allí, en la penumbra de su laboratorio se había formado una majestuosa
esfera gris. Se aproximó a ella; entonces sus ojos atestiguaron algo que cambiaría su vida en la
galaxia.
Era un trazo estelar, una especie de mapa que proyectaba cuatro magníficos destellos. Al inicio
pensó que era una nueva misión que los quarts destinaron para él, pero al pasar los días sentía
que debía hallar la forma de entenderlo. Todo lo que sabía de Antennae lo tenía en sus registros;
no había forma de que existan nuevos lugares en su galaxia. Reiteradamente se cuestionaba
sobre el significado de ese inquietante mapa, entendía que, si los quarts fueron los
suficientemente astutos para manipular a todos los planetas de Antennae, entonces, cabía la
posibilidad que no todo lo que se creía saber de la galaxia era conocido, es más, probablemente
hasta los quarts ignoraban esa información. Cada día buscaba la forma de apropiarse de esa
ruta, en su interior se empezó a construir una fuerza expedicionaria irrevocable. Su
comportamiento empezó a reflejar el pesar que experimentaba, así como las ansias de salir.
Pasó un tiempo y esa inherente idea de entender, de cambiar, pero sobre todo de partir se
apoderaba de él con más potencia. Supo entonces, que debía hacerlo. No esperó más, preparó
su nave Q-6M con algunas provisiones. Y en una tarde de luz boreal decidió emprender el
añorado viaje, sin importar si encontraría los cuatro destellos, o si el recorrido lo encaminaba
incluso a un trágico destino. Normalmente su mente no concebía el acto de migrar
improvisadamente, pero esta vez no había tiempo para convencionalismos. Ya en la nave
conectó la esfera al panel de control y programó la ruta. A partir de ese momento debía esperar
quince días para llegar a su único objetivo.
Mientras viajaba, se interesó nuevamente por revivir el origen de la galaxia Antennae, sus
cientos de historias sobre las hazañas de los klims (antecesores de los quarts) las conquistas a
Varis, Glekak, Jirton, Tomdof, Hafret, Quo, y a los otros cuarenta y seis planetas. Asimismo,
se percató en investigar acerca de las creencias confinadas del poder, los dioses y el precio de
la victoria. Al acercase al centro de Antennae, divisó los cuatro destellos, la impresión que
generó en él fue algo surreal y aunque los astros no estaban alineados ni cercanos, el más
próximo era de un color blanco muy brillante con un tamaño diez veces más pequeño que Quo.
Había llegado al primer episodio de su nueva vida.
Kaelis
Este pequeño planeta tenía un tono azurro increíble, en la atmósfera se dibujaban cientos de
figuras que se desvanecían rápidamente. Había gigantescas masas de gas gris que elevaron en
una nueva distancia a Marteffo. Allí pudo contemplar nuevas creaciones transparentes.
Involuntariamente su mente creó miles de ideas: ¡qué bello lugar!, ¿es real?, ¿hay alguien aquí?,
¿por qué me elevo más de lo usual? Cada uno de sus pensamientos eran proyectados en el cielo
de ese planeta como si tuviese una conexión con esas masas de gas. Luego de idear cientos de
alternativas y visualizar cada una de ellas cómo si fuese un aclamado director de fotografía
espacial, decidió partir hacia el nuevo destello.
Terramiz
Cuando llegó al espectacular planeta, lo primero que hizo fue fijarse en el familiar color
terracota con toques caobas. Montañas fabulosas con efecto fosfeno le hicieron descubrir otros
elementos, entre ellos, rocas, leños, arena y cuevas. En ese fantástico lugar nada tenía
movimiento, cada cosa permanecía inerme. Esta vez le costó algo de tiempo descubrir de que
se trataba su aventura; hasta que finalmente, después de varias horas decidió analizar con
detenimiento aquellos elementos que le parecían interesantes. Entonces, sucedió que al tocarlos
cada uno de ellos se desvanecía y se convertía en polvo, uno brillante que se elevaba
mágicamente al manto del planeta, pero que al instante reversionaba su anterior forma. Cada
componente daba paso a una nueva invención que creaba nuevos y estrambóticos paisajes, pero
con la misma esencia. Cuando terminó su expedición sintió un alivio inocente y continuó su
grandioso viaje.
Ingnistre
Su asombro no disminuía, inmediatamente se inquietó por explorarlo. Este a diferencia de los
otros, lucía un tono escarlata con miles de destellos burdeos que proyectaban sombras de fuego
anaranjadas. Instantáneamente se alejó de la nave y emprendió un nuevo recorrido, esta vez
escuchaba cientos de voces. Unas contaban historias, otras decían nombres en varias lenguas,
algunas cantaban, pero todas lo decían con mucha fuerza, claridad y brío. Al igual que en el
planeta anterior Marteffo tenía la facilidad de maniobrar y seleccionar lo que le ofertaba el
lugar. Esta vez experimentó una encantadora travesía melódica con historias llenas de
misticismo. Cuando terminó el día, partió intrigado hacia el último trazo que señalaba el mapa.
Aquam
Aterrizó en el último miniplaneta, salió de la nave y experimentó por primera vez algo
sensacional, su cuerpo ya no flotaba como normalmente lo hacía. Recordaba sin añoranza cómo
era la movilidad en su planeta y en los otros; todos suspendidos en la atmósfera, siempre
direccionados por propulsores para cualquier actividad. Pero esos recuerdos de su reciente y
lejana vida se anularon. Se dio cuenta que la gravedad adquirió un nuevo significado. Entonces
recorrió el pequeño planeta, esta vez lo acompañaba la peculiar esfera gris. Este lugar se
encontraba rodeado de vertientes de agua con superficies de hielo de diferentes tamaños, y
aunque la nieve lo abrazaba no sentía frío.
Continuó caminando el tramo restante, sentía que ese planeta era igual de especial que los
anteriores y, por tanto, debía hallar su cometido. Mientras descendía la cima del iceberg más
pequeño del lugar, encontró una especie de xenote cristalino que parecía ebullicionar
armónicamente. Se aproximó hacia él con leve temor; no había duda que en ese paraíso se
escondía algún misterio. Sus aguas lo incitaron a sumergirse. Cuando finalmente lo hizo, un
resplandor emergió y una fuerza magnética abrazó a la esfera junto con Marteffo. Al encontrase
bajo el agua, vislumbró un andén con cientos de formas humanas que lo guiaban hacia un
portal, uno que finalmente lo trasladaría a un nuevo mundo. Entonces supo que conquistó su
libertad.