Cabezudos, cuculiformes y demás saltimbanquis
Por: Pedro C. Martínez Suárez, PhD
Vicerrector de Investigación Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)
¿Usted tiene un can familiar y se ha sentido ridículo al pasearlo? Yo sí. Pero el sentimiento de vergüenza no ha sido por mi fiel compañero, sino por mi propia especie, el mal llamado homo sapiens.
Es habitual ver cicloturistas, deportistas en formación y paseantes ambulantes por los parques lineales de la ciudad (Cuenca). En concreto, por Ucubamba, encontramos animalillos de la especie humana virando torpemente el manillar de sus bípedas compañeras, luciendo diferentes modelos de casco, la mayor parte de las veces de mayores dimensiones que la cabecita que los habita. Por otra parte, uno se encuentra también con cuculiformes cuerpos en un ejercicio de flotación constante, como preadolescente ebrio bordeando las orillas del expectante río. Mas ¡Qué decir de los paseantes! Unos despistados, otros románticos y embelesados, no en la flora autóctona, sino en la epatante mirada de su compañero o compañera (léase entre líneas la ironía). El agua fluye, ingente y voluptuosa, como ajena a tanta ignominia frugal para mañana de sábado. De hecho, el hambre se torna acuciante al final del paseo (vuelve la ironía). Hete aquí, que hechos al contexto irrumpen en tan bucólico paisaje unos pocos humanos con sus compañeros canis familiaris, con uno, con dos o con tres. Unos runas, otros perdigueros y los menos, de raza pura.
El problema es la convivencia. Aunque no todos opinan lo mismo. Verónica Vivar, decana de ciencias agropecuarias nos dice: «- No los dejan socializar, los perros necesitan hacerlo, contactar, oler, mirar, juguetear con otros perros. Yo salgo mucho con Ringo, en bici, a correr y siempre lo llevo suelto. Qué huela, que interactúe-«. Marcelo Cordero, activista por los derechos de los animales, nos indica que entiende lo de la correa (invento medieval por cierto) porque hay personas que se asustan o porque hay determinadas razas que tienen «mala fama», sin embargo, comenta que es necesaria aún mucha cultura canina en la ciudad y lugares específicos para esparcimiento de los animales. También apela a la responsabilidad de los propietarios de los peludos. El concejal y candidato a prefecto Diego Morales habla de su perrito rescatado, Miles Morales, no ha visto mayor problema con ciclistas ni peatones, piensa que existe una reacción positiva a que se saque a pasear a las (mal llamadas) mascotas, pero atribuye las reacciones negativas a que los propietarios no llevan sus respectivas fundas (bolsas) para recoger los excrementos.
El que suscribe esta columna ha experimentado todo tipo de situaciones absurdas con respecto al fenómeno mencionado. Pasear a nuestros compañeros de viaje se ha convertido ya en una heroicidad. Ciclistas que se dan la vuelta y se tropiezan en el intento, paseantes que, literalmente salen despavoridos como si hubieran visto al mismo diablo, corredores de maratón que rodean el sendero en círculos concéntricos cuasiperfectos, como aves cuculiformes que dejan sus huevos en nido ajeno y en danza de sobria ebriedad también se vuelven, como los ciclistas cabezudos, por donde han venido, o se dan un improvisado bañito en el río ¿Pero no muerde verdad? El perro no, pero yo sí señores y señoras.