Asalto a la democracia: Que pase el siguiente

Por: Juan Almagro Lominchar, PhD
Universidad de Almería (España)

Hace aproximadamente diez días, en Brasil, miles de seguidores del expresidente Jail Bolsonaro asaltaron las sedes del Congreso de la Presidencia y del Tribunal Supremo. La turba de radicales exigía la intervención militar para echar a Luiz Inácio Lula da Silva, elegido democráticamente en las urnas hace dos meses y que tomó posesión el pasado 1 de enero.

Dos años antes, el asalto al Capitolio en EE.UU. repetía un patrón similar al fenómeno brasileño: un grupo de radicales buscaban, a través de la fuerza, revertir un resultado electoral que alejaba de la presidencia el extremismo populista de Trump.

Ambos intentos de golpe de Estado fracasaron, dado que los militares y otros resortes de poder se negaron a respaldar sendas intentonas golpistas. Pero lo que sí han conseguido estas acciones, es poner de manifiesto la vulnerabilidad de la democracia cuando esta se ve amenazada desde dentro de las propias instituciones, las cuales han de velar porque se cumplan los principios éticos, morales y, evidentemente, políticos que deben sustentar cualquier proceso democrático real y formal.

Durante el mes de diciembre, en Perú, se produjo un intento de romper el orden constitucional que acabó, no obstante, con la salida del gobierno del presidente electo, Pedro Castillo. A pesar de la desinformación surgida a raíz de lo sucedido –en España supimos de poco al respecto-, espacios de debate y reflexión como el podcast Observador global, pusieron de manifiesto algunas claves para entender las causas de lo que, en realidad es un nuevo golpe de Estado, orquestado –también- por parte de los think tanks económicos, que no podían mantener durante más tiempo en el gobierno de la nación peruana a un simple maestro rural de izquierdas. 

Desde Europa no es la primera vez que observamos y analizamos con perplejidad situaciones de este tipo al otro lado del Atlántico. Con resultado distinto –esta vez los golpes sí prosperaron-, el auge de las Juntas militares en el Cono Sur durante las décadas de los 70 y 80, provocaron y sembraron el terror entre la población de Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, entre otros.

En Chile, por ejemplo, la dictadura del general Pinochet prosperó gracias al apoyo de la CIA estadounidense y de los poderes económicos, en aquellos años concentrados en la Escuela de Chicago y en sus recetas neoliberales más radicales y primarias: desregulación del poder político y no intervención del Estado en asuntos económicos, privatización de servicios públicos y drásticos recortes del gasto en materia social. Estas políticas neoliberales iban acompañadas de una enorme represión militar, cuyo objetivo residía en eliminar de raíz cualquier disenso de izquierdas dentro del núcleo social que formaba la población de estos países. Algo que, más tarde, Santiago Alba Rico definiría como la pedagogía del millón de muertos: se mataba a casi todo el mundo para que los que quedasen no se volvieran a equivocar de bando.

Ineludiblemente, debemos contextualizar lo sucedido en la actualidad para tratar de comprender los fenómenos sociopolíticos emergentes dentro de un espacio cada vez más complejo. Así, podremos comprender que aquellos asaltos al corazón de la democracia durante los 70 y los 80 en el Cono Sur sólo buscaban el derrocamiento de una cultura de izquierdas y de un fenómeno económico desarrollista necesario para disminuir la enorme brecha social surgida en Latinoamérica.

En la actualidad, las pretensiones de la derecha más extrema, personificada en figuras como Bolsonaro o Trump, son las de perpetuarse en el poder, generando un caldo de cultivo entre la población con el único fundamento de sembrar odio y manipulación. Algo que no dista tanto de lo que hicieron los de su misma corriente ideológica hace medio siglo.

Pensar en clave histórica nos acerca y sitúa entre las causas y consecuencias que acarrean estos fenómenos; o lo que es lo mismo: para entender el presente, debemos estudiar e indagar el pasado Si no lo hacemos, corremos el enorme riesgo de caer en un enfoque histórico positivista, mediante el cual los acontecimientos sólo suceden desde lo que percibimos: el envoltorio priorizando sobre el contenido. 

Pensar en clave histórica, aunque nos cueste creerlo, también contribuye a proteger la democracia. No obstante, permanezcamos atentas/os, por si acaso llega el siguiente y nos pilla desprevenidas/os.

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