Corremos hacia lo que nos hace felices

Por: Shirley Ruiz
FSMET Col-Lat, Costa Rica

Todas las veces que pienso en el terminar de un año viejo y el iniciar de un año nuevo me siento en la cama de mi habitación intentando analizar sobre mí misma lo vivido, y entonces escribo para no olvidar lo que de alguna forma quiero retener en el tiempo y que no deseo que se pierda al pasar de los años y leo entre líneas el resumen de lo que transitamos cada día de este año mientras me detengo a escuchar el palpitar de cada segundo.

No puedo decir si se adelantará el verano o las lluvias, o si habrá trabajo o más despidos, no sé si quiero ser ilusa creyendo en las contradicciones de la vida y autoengañarme pensando que los políticos este año sí harán bien su trabajo o si la economía será favorable y volveremos a echar en el carrito de las compras aquellos gusticos que ya no podemos darnos por el alza de los precios.


Mientras los niños y niñas no han dejado de jugar, en mi cabeza hay un fuego de ideas que soplan con la esperanza de que las tormentas de la vida se detendrán y de una forma amorosa las situaciones vengan con una tregua bajo el brazo y nos saquen del desvelo en el que nos sometió  por dos años una crisis mundial.

Escucho las conversaciones de mis vecinos, sus risas y sus bailes sin pensar en que una pandemia simplemente nos aisló en un rincón del océano y nos tocó un sinfín de amaneceres con los rumores de que volveríamos en algún momento a abrazarnos y a sentir el escalofrío de perdernos en la mirada del que acostándose sin esperanza recobraba vida en el misterio de sus propios pasos.

Cada día sobre mi propio cuerpo los sueños construidos entre charlas, eventos, clases y reuniones virtuales saltaban uno tras otro aferrándose a no morir, a creer que así como cada parte de mí cuerpo está unida sin poder desprenderse, era la misma sensación que en medio del aislamiento algo digital sin poder estar cerca me unía a los demás haciéndonos creer que seguíamos vivos y que pronto todo acabaría y que aquel abandono y soledad se transformaría en reencuentros donde el frío y el calor serían sensaciones compartidas.

¡Felicidad!

Y nos volvimos a encontrar buscando la felicidad en las pequeñas cosas que nos dan fuerzas, en poderosos rituales que nos enseñaron que nada es más fuerte que bailar y reír sin miedos, en escucharnos y aprender de lo vivido para reescribir historias a través de la fuerza del arte, de la dulzura de la música,  de la hermandad que crea vínculos con pequeñas acciones hechas desde el amor, desde los buenos vivires, desde las economías alternativas  y así no olvidar que algún día la pobreza  y las crisis mundiales subirán  hasta los gobiernos y sabrán que los pueblos son dueños de sus propias canciones.

Mientras no se detiene esto que llamamos vida,  afuera hay lluvia de estrellas y las luces no se apagan y seguimos aprendiendo a ser  una sola Latinoamérica, un solo pueblo alegre que ama, que lucha, que trabaja para que juntos y juntas podamos construir colectivamente los sueños que aún siguen despiertos en el corazón de quienes duermen con sus brazos en alto y que con las manos llenas de barro se pueden crear  historias que corren hacia lo que nos hace felices.

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