Mangos dulces y otros sustos

Por: David Marinely Sequera, Ph.D.
Venezuela

Marian Tenía cerca de 15 años. Vivía con su hermana mayor Carola, quien la maltrataba.  Carola no llegaba a 19, pero ya era madre de cuatro niños. El  padre de estos pequeños era el famoso revolucionario democrático, Eustaquio Ponte, quien luchaba contra la dictadura en los duros años 50. Tenía una fuerte voz, cuando venía del campo llegaba cargado de plátanos verdes y pescados de feo rostro _recordaba Marian.

Ella comía poco, no quería dar un motivo más para despertar la furia de la Hermana. Por suerte, un señor portugués de rostro melancólico, llamado Eloy, le regalaba trozos de pan dulce que vendía en una bicicleta de reparto. A veces, Marian se lo encontraba en la calle, haciendo entregas de pan a domicilio, llevándolos en una bandeja de paja en la parte delantera de la bicicleta. Otras veces Marian caminaba un trecho largo por el borde de la carretera hacia unos árboles de mango, muy deliciosos, cerca del puente Las dos Bocas.

A unas cuadras de la casa de Marian, vivía una amiga quien le habló de un trabajo de vendedora de alimentos de cereal, llamados Forse. Estos alimentos eran distribuidos en una camioneta. Sus dueños venían de otra ciudad, Barquisimeto, eran gente buena y muy comedores de arepa y caraota.

Marian se adaptó rápidamente al trabajo, hasta se aprendió la publicidad de memoria:

Alimentos Forse

bebida achocolatada con leche descremada y sabor colosal

A base de levadura seca y una vajilla imperial.

Marian, parecía haber nacido para ese trabajo. Se dejaba su largo cabello suelto, sostenido por un cintillo, vestido floreado largo y zapatillas cómodas. Llevaba dos pesadas maletas de cuero, atadas con cabuyas. Una tenía bolsas del alimento achocolatado y la otra, aún más pesada, unas hermosas y demandadas vajillas de vidrio.

  El producto valía 6 bolívares y si pagaba de contado se le entregaba un juego de vasijas de vidrio decoradas.  Las amas de casa esperaban a las muchachas distribuidoras con ansia para recibir sus vajillas decoradas con hermosos bordes de flores silvestres.

Durante la semana Marian había realizado varias entregas. Ya llegado el viernes, se disponía a recibir la segunda parte del pago, previa entrega de las vajillas de vidrio. Le fue muy bien, las amas de casa le pagaron, recibiendo como premio sus objetos de vidrio.

Marian, estaba feliz, debía contar el dinero y entregarlo sin que le faltase un centavo, ya que, de lo contario, le darían un vale y se lo descontarían de su anhelado salario.

La camioneta todavía no había llegado a recoger a las trabajadoras.  Hacía calor, Marian se acercó al pequeño bosque de árboles de mango para buscar su sombra. Cerca estaba el Puente  Dos bocas.

Marian se sentó debajo del árbol más frondoso, de gran sombra. Cerca de ella descansaban las dos maletas, una a cada lado. Recogió su pelo y sacó el bolso del dinero. Una gran sonrisa se dibujaba en su joven rostro mientras contaba las monedas a entregar. Sin embargo, algo en la cabeza le molestaba de vez en cuando. Levantó su mano, como queriendo apartar la rama, la cual algún mango bajito sostenía _pensaba ella.  Cuando se repitió la escena maría levantó su mano y para su asombro, algo extraño tocó. Levantó sus negros ojos y divisó un par de zapatos con barro. Con terror se levantó tropezando con el cuerpo inerte. identificó unas piernas, una camisa, brazos y un cuello torturado por una cuerda. El corazón de Marian latía en forma galopante mientras trataba de esconderse detrás de un árbol cercano.

Cerraba sus ojos y los volvía a abrir, como deseando que desapareciese el cuerpo del ahorcado. Pero no, un cuerpo largo se balanceaba sobre ella, como un viejo reloj de péndulo.

Tomó valor y puso sus ojos en el rostro del finado. Sus piernas se debilitaron cuando identificó al señor Eloy, el bondadoso lusitano vendedor de pan. A pesar del rigor mortis, se dibujaba una gran tristeza en su pálida cara.

Poco a poco los curiosos fueron llegando. Dos   camionetas plateadas de la PTJ también se apersonaron. En una de las camionetas introdujeron el cuerpo, que curiosamente estaba descalzo.  Uno de los oficiales, con lentes oscuros se le acercó a Marian y le preguntó:

_ ¿Qué hacía usted en este lugar?  ¿Desde qué hora está usted acá?

Antes de que Marian pudiese hablar, una mujer que cargaba un balde de agua en su cabeza, le gritó:

_Deje en paz a esa muchacha. To´el mundo sabe que el musiú llevaba días triste. Ese se ahorcó por problemas económicos.

Toda una muchedumbre apoyó con sus cabezas el veredicto, como caballos obedientes. Uno de ellos llevaba los zapatos del difunto, sin medias.

El oficial, malhumorado, le dijo a la muchacha.

_ Desocupe el lugar por favor.

Marian recogió sus maletas y su cartera. Se fue directo a la camioneta, que ya la esperaba para saldar cuentas.

Ya han pasado muchos años. El puente las dos bocas se mantiene. Una gran autopista pasa sobre éste, pero ahora es conocido por toda la provincia como: Puente el ahorcado.

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