Eso de cumplir años

Por: Luis Curay Correa, Msc.
Vicerrector UETS Cuenca (Ecuador)

Desde mi oficina se puede ver una construcción versátil, unas veces funciona como un conjunto de aulas, y otras como lugar de gobierno y sometimiento. Se pudiese pensar que por el edificio en mención circulan un sinnúmero de hombres y mujeres, todos ellos cientistas pedagogos que elevan su labor hasta conseguir los más altos estándares de calidad, pero la verdad es que éstos deambulan por los pasillos mascullando teorías y propuestas, celebrando las novísimas herramientas que la luz de la tecnología les brinda para su extenuante trabajo, entonces, caminan esgrimiendo la hipócrita idea de servir con vocación a sus destinatarios; comportamiento trivial que me llama poderosamente la atención. Entre ellos está el profe de ciencias, un caballero de treinta años que no hace más que opacar con sus ideas revolucionarias a cuanto colega se le atraviese, por ello, y no necesariamente solo por ello, la mayoría lo evita con ocupaciones inventadas que justifican una pronta huida.

– Juan está de cumpleaños, quizás por esa única razón hay que demorarse con él en el saludo -dice Fabián, uno de sus detractores.

– No sé si felicitarlo o recitarle unas cuantas verdades -comentó Abel, el de mayor rango del grupo.

– Escucharon la última. Que ahora hay que darle la razón en todo a los estudiantes, hagan lo que hagan. En la reunión anterior manifestó que los jóvenes son víctimas del sistema pernicioso que los adultos les hemos impuesto, en tal virtud, hay que pagar nuestros errores dándoles la razón a todos los atropellos que nos infringen. Se llenó la boca de unos nombres de pensadores que, a decir de este mequetrefe, avalan la situación actual. Pobre hombre, se cree superior porque ha leído unos cuantos libruchos -cuchicheó Priscila, por justicia, su mayor opositora.

El cumplimentado esbozó una sonrisa diferente, sabía que el contexto festivo haría que sus compañeros depongan armas y lo feliciten. El traje gris que vestía habría de esconder como siempre, la prominente barriga que lo hacía merecedor de burlas y motes maliciosos, los ojos pequeños y casi cerrados eran revestidos por gigantescos espejuelos que le daban una apariencia de ultratumba, unos zapatos de cuero negro, vetustos, pero siempre limpios, remataban una estampa risible por completo, súmese a semejante pinta el corbatín rojo que utilizaba en las fiestas solemnes de la institución. Todos los apodos le molestaban, pero el que le incomodaba sobremanera era el de Topo, cuando lo escuchaba reaccionada enardecido y su violencia adquiría ribetes inesperados. Sí, El Topo cumplía años, como cualquier persona común y corriente esperaba al menos una tarjeta de los miembros de su área académica, quizás un café compartido en el que las bromas alusivas a su edad, pongan el tinte de alegría a la ocasión, y eso sí, infaltable el abrazo de su jefe, un ser oscuro al que todos temían por obligación, quien, a decir de Juan, dejaría los reclamos estrafalarios de siempre para festejarlo con un ápice de cariño. Hinchó el pecho mientras se acercaba al grupo de enfrente, la esperanza puesta en las salutaciones de rigor hizo que disimulara con mayor empeño la cojera de su pie derecho, herencia de una operación que lo bancó por algún tiempo de sus labores docentes. Extendió la mano derecha con la ilusión de un niño, alzó la voz en su saludo delator, y se pasó la mano por el cabello engomado para arreglarlo lo mejor que pudo. Seis pasos eran una distancia prudente para que adivinaran su presencia, sin embargo, para su sorpresa, todos se disiparon inusitadamente, dejándolo más solo que de costumbre. Tuvo la intención de seguirlos, incluso llegó a acelerar la marcha, luego, en una bofetada de razón, se paró en seco, guardó la sonrisa para otra ocasión y su mano extendida en el bolsillo derecho del pantalón. Los siguió con una mirada de odio mientras se iban perdiendo por la gran puerta de cristal, experimentó una sensación de impotencia a la vez que recriminaba su figura y su forma de ser: ¡por eso no te quieren gran pendejo!, ¡tu bocota y esta facha ridícula son las que te alejan de una vida normal! El bullicio circundante se aplacó de improviso para acompañarlo en sus reflexiones. Hizo muchas, algunas tan crueles que, a pesar del estado de consternación en el que se hallaba, lo sorprendieron y a ratos, lo entusiasmaron; la venganza es dulce, se repetía, visualizándose en la ofensiva filosófica que ridiculizaría a esos bellacos; son tan tontos y pobres de pensamiento, que jamás encontrarán argumentos para refutar mis posturas, será memorable y sublime observar las caras de sorpresa de todos, la falta de criterio será su merecida tumba.

Por los escalones subía el jefe saludando a su paso con los que se encontraba. Los subalternos elogiaban o su manera de vestir, o la gran estrategia administrativa que llevó a la institución a los primeros lugares de preferencia social, o lo bueno, generoso y justo que era. Retomó los aires abandonados y siguió con la prestancia de un hombre importante.

– Buenos días Jocorocho, ¿cómo está?, es un gusto saludarlo -dijo casi gritando.

– Hola Juan -respondió sin ningún entusiasmo.

Se quedó sorprendido en medio de las gradas. Comiéndose las ganas de estallar, bajó en un mutis miserable. Cruzó el patio principal y se dirigió hasta el parqueadero con iguales resultados: los que lo encontraban se limitaban a saludarlo con un pobre movimiento de cabeza. Ya en su carro, pensó con mayor claridad y terminó acertando en lo que realmente ocurría.

– Le doy toda la razón a lo dicho por Jackson Brown: La envidia es el homenaje que la mediocridad le rinde al talento -sentenció como hablando para un gran auditorio.

Mucho más tranquilo encendió el vehículo y fue a celebrar su día con quienes en verdad lo querían: una amada esposa y dos bellos hijos estarían prestos a darle el reconocimiento y el amor que muchos le negaban. 

Vista semejante escena desde los ventanales 360 que me permiten ser espectador privilegiado, decido, con renovadas fuerzas, cerrar la oficina. Veo un letrero llamativo que corona la puerta transparente de esta estancia a la vez que, sin miedo alguno, marco en mi celular un número olvidado.

– Hola Juan, felicidades. Sé que hoy es tu cumpleaños. Te deseo lo mejor y que cumplas todos tus sueños en unidad familiar.

– Hola, muchas gracias, ¿quién habla? -respondió con la sorpresa por delante.

– Soy Luciano.

– ¡Vaya, qué sorpresa! Te lo agradezco mucho.

– Cuando estés un tanto libre a ver si nos tomamos un café y conversamos, me interesan mucho tus ideas vanguardistas, cada vez que tengo oportunidad te cito como referencia obligada. Eres muy valioso y un aporte enorme para esta casa educativa.

– ¿En serio? Pues ven a casa y te unes a la celebración. Mi familia estará honrada con tu visita.

– Entonces el que te da las gracias soy yo. Voy para allá.

– Te espero.

Cruzando el mismo patio, medito en lo importante que son los sentimientos humanos, en lo mucho o en lo poco que podemos lograr si es que se tocan las teclas exactas, y lo equivocados que estamos cuando miramos a través de un solo cristal. Pienso que también las miserias son necesarias, sin ellas, no pudiésemos distinguir la luz que emanan las almas nobles. Para mi fortuna voy a reunirme con una de ellas y cantarle con potente voz un happy birthday diferente.

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