El mundial de la desigualdad
Por: Inés Rodríguez
Estudiante de 2° de Bachillerato (Islas Canarias-España)
Era muy pequeña cuando en 2010 España ganó su primer y único mundial en Sudáfrica. Apenas recuerdo la canción de Shakira, que nos unió a todos y el salir al balcón a animar a la Roja en la gran final. Realmente, lo que conservo de ese mundial son recuerdos bonitos, por lo que he llegado a la conclusión de que en eso consisten los mundiales. Gente que no es muy aficionada al fútbol es capaz de sentarse frente al televisor en tiempos de este gran evento deportivo, para disfrutar junto a sus seres queridos de los partidos del equipo nacional. No hay enfrentamientos, solo afán de pasar un rato agradable.
En este presente mundial todo es muy distinto. Han salido a la luz distintos datos que corroboran lo que todos nos temíamos: el fútbol ha perdido su significado de unidad, del trato igualitario entre personas, para convertirse en un auténtico negocio. Sus mandatarios son extremadamente corruptos y solamente buscan beneficios, a toda costa, como no podía ser de otra manera.
Hace 12 años Catar quedó seleccionado por la FIFA como sede oficial para la celebración del mundial de 2022. Cabe destacar que en ese país existe una gran brecha de desigualdad con respecto al mundo occidental. Esto quiere decir que no comulgan con ciertos valores esenciales, como la búsqueda de la libertad en la mujer, la aprobación de las relaciones homosexuales… Y ese es el problema de origen. No se puede permitir que se celebre un evento de tal amplitud mediática en un lugar donde impera, entre otros factores nocivos, la explotación, el machismo y el racismo.
A raíz de este hecho, se desprenden otros muchos que han puesto en duda la moralidad de la FIFA. Se ha revelado que los estadios para llevar a cabo los diversos encuentros fueron levantados por esclavos. La mayoría de la población catarí, unos 2 millones de habitantes aproximadamente, es inmigrante y sufre en propias carnes el peso xenófobo fomentado por las autoridades. Esas personas han sido forzadas durante años a construir las sedes de los partidos bajo condiciones laborales precarias. Y lo más risible del asunto es que Catar está catalogado como el país con el PIB más alto del mundo, es decir, produce más que cualquier otro lugar. No obstante, la mayoría de los ingresos van destinados a los altos cargos del Estado, mientras que el resto de cataríes viven en situaciones de pobreza.
No olvidemos los distintos castigos a los que son sometidas las personas homosexuales o víctimas de abusos sexuales en el territorio: penas de siete años en la cárcel como mínimo y latigazos. No me extrañan las quejas de los equipos ante la prohibición de usar el brazalete LGTB durante los partidos. Nadie debería negarnos ser libres, ni siquiera el país anfitrión del mundial.
Nosotros seguimos dando dinero a esta causa. Se habrán quedado sin Shakira, ya un icono en este evento deportivo, pero el público es quien realmente manda. No es nuestra culpa: intentamos seguir disfrutando con aquello que unía a nuestras familias años atrás. La culpa la tienen las personas que rigen la FIFA, quienes permiten que se siga haciendo publicidad de este tipo de acciones. ¿Por qué nadie se preocupó de encontrar como sede un país en el que se respeten los derechos de sus habitantes, los futbolistas y los aficionados que vienen a apoyar a sus equipos? Es el dinero lo que ciega al ser humano. Lo único que pido es que esto nos sirva a todos como aprendizaje moral, que reflexionemos sobre lo que hay detrás de este acontecimiento futbolístico, que comenzó como un intento de unir a las naciones alrededor del globo.