Tristeza
Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador
*
La tristeza ha sido mi sombra,
no hiere, no ofende, no quita el sueño;
está allí, bajo mi cuerpo,
pegada cual membrana de oscuridad.
Una amiga inseparable, silenciosa,
de frágil elocuencia, que maneja
con meditada prudencia
y elegante delicadeza.
*
Su persecución no termina
ni bajo los flujos cristalinos del agua;
no se acerca o separa,
sólo puede prolongarse;
y manteniendo la distancia,
como las líneas paralelas de un tren,
lleva su carga, de un extraño sabor,
que hace nudos en la garganta,
ejerciendo una rigurosa influencia
en el despertar de las emociones;
acallando el brillo de una sonrisa.
*
Pone pesas en el cerebro,
con rigor martilla la conciencia,
cerrando el paso a una euforia prófuga.
Así concentra mi atención
en el cuadro de un recuerdo, de una ilusión,
de cierta compasión y algún sueño errante.
*
La tristeza, conjugada con la desolación,
crece al ver la pobreza inclinada en las calles,
la miseria humana en su diversidad,
el absurdo de las guerras y holocaustos. Pero la tristeza suele nacer
sin un grave motivo que la sustente;
siendo el carácter que nace o aparece,
de una herencia inocente.
*
Puede ser la condición que asume
el espíritu de aquellos que nacieron
con una sensibilidad abundante, blanda, permeable, de una profundidad gravitante;
para ser fecunda y estar en constante estado de inspiración poética.
*
No es dolor, tampoco angustia
ni desesperación.
La tristeza es herencia; o una circunstancia
que se puede hacer cotidiana;
que vibra con mayor fuerza
en los crepúsculos
y en las madrugadas de insomnio.
*
Es la sensibilidad frenetica,
compulsiva, minuciosa y atenta,
que encuentra razones justificadas,
argumentaciones y necesidades
en todo lo que ve, oye y siente.
*
Los domingos en la noche
la tristeza se desliza en su tenue manto
y me cubre en su sombría totalidad.
No lo puedo remediar,
es un hábito solitario y mudo;
invisible para el entorno distraído.
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Con la intensidad que viniere,
a veces como imperceptible hilo,
otras como pesada cadena,
orienta mis manos
y las pone a digitar un texto de nostalgias,
a poner un disco,
a revisar un álbum de fotografías,
a enjugar unas lágrimas furtivas.
*
Ese bagaje de circunstancias y motivos tiene mucho que ver con un pasado
tierno y sencillo en casa, en el hogar,
cuando la familia estaba completa,
en los domingos de fútbol por la radio;
en el pueblo, los amigos, la bohemia,
el colegio, las fiestas y las chicas.
*
La luna y los atardeceres recurrentes,
la música de todos los tiempos,
son imanes de la tristeza,
los ejes de un carrusel con ventanas
que muestran un interior de épocas
brillantes, irrepetibles.
El futuro no está ausente en ese imaginario,
se anuncia con flores, bullicio,
luces, movimiento y promesas.
¿Podría sentirse alguna clase de
nostalgia por lo que vendrá,
por un incierto porvenir?
*
Porque no creo que se pueda sentir
tristeza por el futuro de las esperanzas;
quisiera, un día de espléndido sol,
arrebolarme de su luz y su calor,
purificarme de la tristeza y
empezar a vivir un tiempo
que se aproxima,
anunciando otros comienzos
y un solo final.