Los ODS ¿cambio de intereses?
Por: América Belén Viejó
Lcda. en Educación, Cuenca (Ecuador)
Los ODS ¿cambio de intereses? La Agenda de Desarrollo Sostenible hoy en día forma parte de una de las propuestas con mayor impacto global. Esta trabaja para generar cambios necesarios y aminorar los índices de desigualdad social e incrementar el desarrollo en los sectores más vulnerables. Sin embargo, ¿qué cambio real se ha producido a partir de su incorporación en varios estatutos gubernamentales?
Históricamente la sociedad ha trabajado en varias propuestas para la protección de los derechos humanos, y es evidente que desde la primera convención en Ginebra en 1864 hasta la creación de las Naciones Unidas en 1945 han existido cambios sustanciales importantes. De hecho, con el pasar del tiempo, varios modelos políticos han optado por adaptarse y sumarse a esta contienda global, dando paso a una divulgación interminable de posturas favorables y acciones concretas frente a este nuevo modelo de Desarrollo Sostenible.
Resulta entonces válido preguntarse ¿hasta qué punto cada una de estas modificaciones e incorporaciones han sido resueltas realmente a favor de los grupos más vulnerables?, en donde se respeten las libertades individuales y no ocurra una forzada actuación bajo la presión mediática o el esnobismo social de los grupos de poder. Hablar de desigualdades es evidente, no hay duda de que existen realidades visibles, tanto las cuestiones de pobreza, hambre, cambio climático, desempleo y todo lo demás que mencionan los 17 objetivos de la Agenda 2030, el asunto aquí es cuestionar lo que hay detrás de estas necesarias pero manipuladas intenciones pero que a su vez se transforman en algo imperceptible para las mayorías.
¿De qué manera?, pues tanto las desigualdades, como la cultura del privilegio son características estructurales que se encuentran enquistadas hoy en día y que han persistido a lo largo del tiempo. Así también, la permanencia de la pobreza, las brechas de la educación y la salud, la falta de acceso a servicios básicos, la precarización laboral, y la carencia de una protección social justa que vele por la garantía de las personas; estos y muchos más son alguno de los ejemplos de situaciones que a la larga derivan en macro problemáticas, y que lamentablemente se han expuesto de una manera “light” ante el mundo en los últimos años. Un ejemplo claro es presentar estos objetivos y “pretender” cumplirlos hasta el 2030.
A esto se debe añadir que muchos países ni siquiera han tenido la intención de participar en foros y convenciones de las Naciones Unidas. La no obligatoriedad no está en cuestión en estos encuentros pues este tipo de acciones se reducen a meros compromisos con falta de jurisdicción internacional al tratarse de acuerdos “generales”.
A esto se debe incorporar, la contrariedad de los modelos políticos y económicos que existen en la actualidad pero que a la vez defienden los altos intereses a costa de las mayorías desfavorecidas; sumándose a esta lista el hurto y sabotaje de necesidades humanas reales, así como la esperanza de un mundo sufrido que intenta incansablemente sobrevivir históricamente ante un sistema opresor.
Está claro que el dilema no parte en sí de la construcción de acuerdos e intenciones colectivas lógicas y democráticas, que claramente son reales y que intentan eliminar los conflictos estructurales que perjudican a una gran parte de la población. El hablar de derechos humanos, justicia, equidad de género, medio ambiente y otros son temas imprescindibles para la conservación, evolución y desarrollo de las personas y su entorno. Pero apropiarse de tales necesidades para pretender mantener el control, el engaño y darle continuidad al monopolio vigilante, es un acto condenable bajo cualquier perspectiva crítica.