El personaje de Ulises como paradigma de la modernidad, precedido de una disquisición sintética sobre las tensas relaciones históricas entre filosofía y poesía
Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias

“Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que,
después de destruir la sacra ciudad de Troya,
anduvo peregrinando larguísimo tiempo,
vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres
padeció en su ánimo gran número de trabajos
en su navegación por el ponto.”
(Homero, Odisea. I, 1)
PROEMIO. Siempre he sentido una atracción fatal, es decir, inexorable y ajena, por la poesía; pero nunca había osado ponerla en práctica hasta empezada la década de los 90 del siglo pasado. Coincidió esa tarea con el inicio de otra salutífera afición que siempre me había tentado: viajar.
Fue a finales de los 80 cuando empecé a satisfacer la tentación de “conocer mundo”, en primer lugar, el más cercano a nosotros, los canarios: Marruecos, Túnez, Argelia… Después, otros más apartados, pero que tenían en común con el primero su pertenencia al universo y a la civilización mediterránea: Grecia, Italia, Francia, Turquía, Siria, Jordania, Líbano, Iraq y Egipto fueron los países que fui conociendo los años posteriores. El fin de siglo me encontró en Babilonia camino de Basora, la patria del Ulises árabe, el navegante Simbad de las Mil y una noches. Antes había visitado la legendaria tierra de Odiseo, Ítaca, el hogar ideal que habita el afán de todos los viajeros que en el mundo han sido. No me resulta fácil determinar si mi élan poétique se debe a los viajes o si éstos son consecuencia de aquel. Lo real seguramente es la unión interdialéctica de ambos aspectos, que ha influido grandemente en mis incursiones poéticas posteriores.
PERSONAS SIN DESTINO PROPIO. Con la Modernidad, la máxima de Heráclito “el carácter del hombre es su destino” (êthos anthrópos daímôn) ha perdido gran parte de su vigencia. No puedo afirmar por tanto que mi destino, como el de cualquier otra persona, sea consecuencia exclusiva de mi modo de ser y de la singularidad de mis actos. Todo lo contrario, las actitudes del nuevo “hombre funcional” (Imre Kertész, 2004:11) de nuestra ingrata época, no se deben tanto a su carácter, sino a que en gran parte vienen impuestas por las necesidades de funcionamiento de un sistema social, económico y político ajeno a los intereses de las personas. Luchar para que ese sistema alienante no nos asfixie es, en mi opinión, la tarea principal de los y las disidentes de nuestro tiempo, y ante ella cualquier otro afán no deja de ser una vía de escape tributaria de la voluntad.
Sentadas estas posiciones de principio, entremos en la materia que nos ocupa.
FILOSOFÍA VERSUS POESÍA. En el principio era la filosofía y, aunque filósofos eminentes como Heráclito, Parménides y Jenófanes expresaban sus ideas metafóricamente y en verso, la poesía no gozaba de buena consideración entre ellos.
Pero fue Platón, cuya influencia en el pensamiento filosófico posterior es indudable, quien criticó más acerbamente a los poetas, hasta el punto de expulsarles del estado ideal que describe en La República. Desperdigada por varios de sus Diálogos (Ión, Menón, Protágoras, Apología de Sócrates, Las Leyes y, sobre todo, La República) encontramos una de las muestras más elaboradas de las problemáticas relaciones entre filosofía y poesía, persistentes a lo largo de la historia.
Platón considera que la poesía es incompatible con el conocimiento y con la educación. En una de sus obras tempranas, Apología de Sócrates, aunque admite que la poesía demuestra un saber, afirma que éste no es una construcción autónoma y razonada, sino un producto de la inspiración; una especie de “locura divina”, que se produce porque las Musas se apoderan del alma del poeta y la dominan. Cuando les abandona esta inspiración los poetas son incapaces de crear nada, pues su saber no tiene origen en un proceso reflexivo y racional.
En el Ión y el Menón el filósofo reitera consideraciones similares, pero es en La República donde arremete más duramente contra la poesía y los poetas, a los que acusa de imitadores de la realidad, mostrando una especial inquina contra los autores de tragedias y comedias. Para él, el problema reside en que se pretende usar la poesía con fines educativos, mientras que los niños –y los adultos sin criterios firmes– son incapaces de distinguir ficción y realidad. Por ello, hay que oponerse a la poesía que conlleva una imitación de lo malo, pues únicamente puede imitarse lo bueno y lo verdadero, que es al mismo tiempo lo bello. “En nuestro Estado no podemos admitir otro tipo de poesía que los himnos a los dioses y los elogios a los grandes hombres”, afirma. Esto le lleva a poner en la picota al mismísimo Homero, considerado en la Antigüedad el gran educador de la Hélade.

CRITERIOS FILOSÓFICOS Y MORALES. La repulsa de Platón a la poesía no está enmarcada en lo que hoy llamaríamos crítica literaria, sino que obedece a criterios filosóficos y morales. Ello, en el contexto de su teoría dualista, según la cual hay dos formas de realidad, una inteligible, que es inmaterial, y otra sensible y material, la física. La primera está integrada por laIdea, que es eterna, no generada y ajena al cambio. Constituye el modelo o arquetipo de las cosas de la realidad sensible, las cuales no son más que copias de dicha Idea y están sometidas a cambios, esto es, a la generación y la destrucción. La Idea constituye el ser de las cosas materiales, mientras que éstas, cuyo devenir es constante, podría afirmarse que verdaderamente no existen, pues son un mero reflejo de la Idea que se tiene de ellas.
La realidad, y por ende la verdad, lo bueno y la belleza, están, pues, en la Idea. Con arreglo a ésta, el demiurgo realiza la “cosa” (Platón pone el ejemplo de que, según la Idea esencial de lo que es una cama, el ebanista construye el mueble concreto). Luego, el poeta compone un poema a la cama, y este poema es una imitación de la realidad a través de su copia. La obra poética, por tanto, viene a ser un fantasma de la verdad, pues está tres grados alejada de ésta.
LA REVISIÓN DE ARISTÓTELES. La crítica platónica a la poesía ha sido objeto de interminables y variadas interpretaciones desde la Antigüedad hasta hoy. Aristóteles, en la revisión que hizo de su maestro, aunque considera que la poesía es imitativa de la realidad, no distingue entre la lucidez filosófica y el delirio poético y estima que en la poesía hay cierto grado de conocimiento, aunque no al mismo nivel que en la filosofía.
No obstante, en su clasificación de las actividades humanas señaló tres modalidades distintas: la teoría, como búsqueda del conocimiento verdadero; la praxis, como la acción destinada a resolver problemas y la poiésis (de donde provienen la palabra latina poesis y la española poesía), como la facultad del espíritu humano para crear cosas a partir de los sentimientos y la imaginación.
LONGINO Y EL ‘ENTUSIASMO’ POÉTICO. Otro autor de la Antigüedad, el Pseudo-Longino, ya en el siglo I de nuestra era, siguiendo la estela de Aristóteles relacionó dialécticamente la poesía y la filosofía en su tratado de Lo Sublime y caracterizó el origen de la creación poética en los pensamientos elevados del autor. Estos pensamientos no proceden de los dioses, sino de la propia naturaleza del poeta, de su talento innato, lo que denomina “pasión y entusiasmo” del creador. Concretó así Longino la definición que Aristóteles había dado de la poesía cinco siglos antes.
EL GIRO DE LA ILUSTRACIÓN. La Ilustración dio un giro radical al enfrentamiento filosofía/poesía. La insostenible identificación en la Idea de la verdad, lo bueno y lo bello se viene abajo con la Modernidad, que recoge y da una estructura absolutamente racional al “sapere aude” (“atrévete a saber” o “atrévete a pensar”) de la epístola de Horacio (siglo I antes de nuestra era) a su amigo Lolius, en la cual, por cierto, trata de los complejos y numerosos medios que utilizó Ulises para superar los peligros a los que se enfrentó en su viaje de regreso a Ítaca.
Efectivamente, Kant afirma la facultad humana de juzgar lo bello por el sentimiento de satisfacción o descontento que provoca en la persona, sin apoyarse en la moral ni en las leyes del conocimiento. A esta facultad la denominó “juicio del gusto”, según el cual, el placer estético vale por sí mismo y no requiere de ninguna justificación externa. Para Kant, la poesía se caracteriza por “la abundancia de pensamientos y representaciones”, es fruto de “la imaginación en libertad y se eleva estéticamente a las ideas”. Por ello, la considera la más bella de las bellas artes, la más elevada de todas.
Hegel, que recoge sus ideas al respecto en obras como Introducción a la estética, considera que tanto la filosofía como la poesía piensan y, a la vez, conocen. La primera lo hace conceptualmente, mientras que la imaginación poética lo desarrolla mediante intuiciones o ideas estéticas. En este sentido, la filosofía está sujeta a más limitaciones que la poesía, pues se encuentra anclada en la experiencia sensible y no puede excederse de ella, mientras que la poesía la supera al crearotra naturaleza. La imaginación poética trasciende y transforma la realidad en algo nuevo.
LA POESÍA, VEHÍCULO DE CONOCIMIENTO. Basándose en estos y otros argumentos, la filosofía contemporánea reconoce a los poetas no sólo la expresión de su poetizar como un estado original y creativo, sino la consideración de que ese poetizar es también un pensar. La poesía viene a ser otra forma de conocimiento.
A la imaginación poética se le puede aplicar plenamente el lema clásico de “nihil humani a me alienum est” (“nada humano me es ajeno”. Publio Terencio Afer, El que se castiga a sí mismo), y humana –como dice el tratadista Diego Romero Solís– es la intuición poética, un acto de imaginación. “La poesía invita a la filosofía a recuperar la lógica del sueño y los instantes privilegiados que brotan de la lucidez de los sentimientos, pero eso no significa que la filosofía tenga que convertirse en poesía. La filosofía es el lenguaje de la lucidez y, por lo mismo, de la angustia, del miedo, de la palabra desnuda y abstracta. El fundamento poético es, por su parte, un símbolo de libertad, de necesidad comprendida y, por tanto, de anhelo conceptual”(Enoc, sobre las raíces filosóficas de la poesía moderna, 2007).
Por ello, la poesía no es solo más universal que la historia, como decía Aristóteles, sino más universal que la propia filosofía, pues fundamenta al lenguaje e inspira a los conceptos filosóficos un hálito de vida, el espíritu que late en la palabra.
LA NECESARIA AMBIGÜEDAD POÉTICA. Volviendo a Platón, si expulsó a los poetas de la polis ideal imagínense lo que opinaba de los que en su tiempo se dedicaban a la exégesis y explicación de textos poéticos. Unos auténticos farsantes, pues consideraba que la ambigüedad de la poesía es tan grande, que sólo podría ser interpretada correctamente por su autor. (Lo cual no deja de ser contradictorio, si consideramos su concepto de la inspiración como un rapto de “locura divina”.)
Esto que, para el padre de la filosofía occidental, partiendo de su teoría del conocimiento, era una gravísima falta, que abocaba a la poesía y a los poetas a la censura y el exilio, es para nosotros una de las características esenciales del conocer de la poesía. Y es que no existe una única interpretación del poema y que muchas veces ni siquiera el poeta puede explicar por qué ha escrito lo que ha escrito. No porque esté poseído por un dios, pues, aunque la inspiración creadora existe, ésta –la intuición de Longino ha sido ratificada y completada por la posteridad, desde John Locke a Sigmund Freud– no es un don que le venga al poeta de fuera, sino que nace de su propio ser, de su personalidad consciente e inconsciente, de todo lo que le constituye como persona que siente y reflexiona. La inspiración es un don personal, pero transferible (después volveremos sobre este aspecto), y está hecha del mismo material del que están confeccionados los sueños.
Hace tiempo que la Modernidad acabó con el ideal de pureza en el arte, mostrando que conceptos clásicos como la inspiración y la mímesisforman parte de la misma urdimbre que hace posible la creación poética, que es reflejo tanto de la personalidad consciente –y en gran parte también inconsciente– del autor, como de sus sentimientos, emociones, experiencias y conocimientos, en los que hay que considerar sus recuerdos, su formación, su cultura y sus vivencias en general. Es decir, todo aquello que constituye supatrimonio espiritual.
LA LECTURA, ACTO DE CREACIÓN. Pero en la poesía no coinciden sólo aspectos inherentes a la condición humana y, por ende, profundamente subjetivos en cada caso particular. La obra poética tiene también una entidad objetiva, que es la que construye el poeta con el dominio –mayor o menor– de los recursos convencionales de su arte. Y esa entidad es susceptible de ser captada por el lector o lectora, que a su vez la recrea de acuerdo con su experiencia, su sensibilidad y sus conocimientos.
Leer es también, en cierta manera, un acto de creación, pues la emoción poética del lector tiene un significado personal, a menudo distinto del significado que tiene para el poeta, pero siempre complementario de éste. He aquí la clave y la grandeza de la poesía: hacernos partícipes a los demás de la emoción (elentusiasmo) que le dio origen, convertirnos en poetas, aunque solo sea en momentos puntuales y por transferencia. Como obra humana que es, la poesía es esencialmente compleja y es muy arriesgado en este terreno minado hacer afirmaciones taxativas. Te pueden explotar en la boca.
CRÓNICA DE UN VIAJE POÉTICO. La poesía es un viaje improvisado e incierto. En mi caso, por mares doblemente interiores: un viaje físico, que abarca un período de casi veinte años, como los que estuvo Odiseo alejado de su patria, por los distintos mares y ciudades que integran el Mediterráneo y los países que lo bordean.

El Egeo y el Jónico, naturalmente, pero también el Mar de Creta o Libia, el Adriático, el Tirreno, el de Liguria y en el extremo contrario, la Propóntide o Mar de Mármara, en Turquía, con sus dos estrechos, el Helesponto (los Dardanelos de hoy), en cuya orilla oriental está Troya, y el Bósforo, que lo une al lejano Mar Negro, el póntos eúxeinos (‘hospitalario’), como eufemísticamente llamaron los griegos al que en un principio, y dadas sus características, habían denominado póntos áxeinos (‘inhospitalario’).
Se trata también de un viaje que podríamos considerar interior o espiritual (pónganle a la palabra todas las comillas que quieran), un viaje por el interior de uno mismo, por las vivencias, la cultura e incluso el tópico metafórico que identifica el viaje con la vida. Una subespecie de nóstos (νόστος en griego = “regreso”, “vuelta al hogar”), que es un concepto y un género creado por la antigua literatura antigua, en referencia a la vuelta a la patria por mar de los héroes aqueos después de la destrucción de Troya. El nóstos no alude tan solo al regreso físico, sino también a la renovación personal que suponen las experiencias del viaje, los nuevos conocimientos adquiridos y, sobre todo, el enriquecimiento de la propia identidad.
Cavafis lo expresa magistralmente en su poema Ítaca:
“Cuando inicies el viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, pleno de experiencias…
[…] Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto.
Mejor que muchos años dure:
y viejo ya ancles en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino…”
LA NOSTALGIA DE ULISES. Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca”, alude Cavafis a otra característica esencial del viaje, la nostalgia. Esta palabra, que inventó un estudiante suizo de medicina del siglo XVII para referirse a la extraña patología que sufrían algunos soldados mercenarios fuera de su tierra, está compuesta por el ya citado término, nóstos y el vocablo, también griego, algos (ἄλγος en griego = dolor). La nostalgia es la tristeza de verse ausente de la patria, de la familia, de los amigos o, por extensión, de cualquier circunstancia del pasado en que nos sentimos más felices que en el presente. Es la terrible melancolía que siente Ulises en las moradas de la ninfa Calypso, que le ofreció el don de la inmortalidad si se quedaba a vivir con ella y abandonaba su proyecto de regresar a Ítaca. El héroe lo rechazó y con ese gesto se convirtió en un arquetipo del ser y el estar humanos. Porque el principio del humanismo, como nos enseña el filósofo Emilio Lledó, hay que buscarlo en Grecia, concretamente en la rapsodia V de La Odisea, cuando Ulises, añorando su lejano hogar, escoge ser mortal y volver con su esposa Penélope.
Ulises quiere ser hombre y, por ello, elige el devenir y la movilidad cambiante del tiempo (a sabiendas de que al final le espera la muerte), frente a la inmutabilidad de lo inmortal. Esta aceptación por Ulises de su hombredad se hace libremente, es una elección.
MORTALIDAD Y REFLEXIÓN. La griega es, pues, una cultura de la mortalidad, pero también de la reflexión y de la coherencia racional: Odiseo escoge ser hombre en lugar de dios, porque ser inmortal rompe el horizonte de su vida, de su humanidad, y trunca su única felicidad posible.
Este sentido de lo humano adquiere carta de naturaleza en el desarrollo posterior de la cultura y la sociedad griegas y llega, profundamente transformado, hasta nuestros tiempos. Así, Píndaro, en el siglo V antes de nuestra era, recomienda en uno de sus Epinicios: “Alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el límite de lo posible”; y Aristóteles medio siglo después, en la Ética Nicomáquea, retoma ese sentido de lo humano, cuando dice que a los amigos hay que desearles todos los bienes, menos que se conviertan en dioses, pues entonces dejarían de ser amigos. Un ejemplo práctico lo podemos vivir nosotros mismos cuando algún amigo “se endiosa” debido a un convencional e hipotético éxito económico, cultural o político, y se nos convierte en un extraño.
PARADIGMA DE LA MODERNIDAD. El personaje de Ulises es paradigma de la modernidad, porque a partir de él lo humano y lo extrahumano, el universo y el hombre, la vida y la muerte se integran en una unidad racional. Así lo han visto, especialistas en el alma humana como Carl Gustav Jung, con su teoría de los arquetipos; filósofos, como Adorno y Horkheimer, quienes en su obra Dialéctica de la Ilustración (1946), considerada por muchos el punto de partida del pensamiento posmoderno, estiman que la vida de Odiseo es el mito del hombre moderno, que tiene su inicio con el héroe homérico, y escritores como James Joyce, autor de una novela titulada en inglés Ulysses, que ha sido considerada una obra maestra de la literatura del siglo XX.
AVATARES Y SORPRESAS. Vivir, viajar por la vida, puede traernos sorpresas y avatares diversos, luchas y derrotas, algún relativo éxito de vez en cuando y frustraciones y desdichas con más frecuencia de lo que sería deseable. Pero también momentos de tranquilidad y sosiego, que debemos aprovechar si queremos ser felices dentro de lo posible.
Puede que hallemos compañeros de viaje con los que simpaticemos. No sería insólito que tropezáramos con algún devorador de carne humana de los que tanto abundan en nuestro mundo y tuviéramos que negarnos a nosotros mismos, cambiar incluso de nombre para salir bien parados del trance. O quizá, quién sabe, pudiéramos tener un encuentro feliz con alguna ignota diosa marina, inconstante y algo perversa como todas las diosas que se precien. Sin olvidar a las sirenas, esos extraños seres a medias mujeres y gaviotas, cuya buena voz corre pareja con su mala leche y, al igual que algunos políticos, muchos banqueros y otros tiburones de mares revueltos, seducen a los navegantes con sus cantos y los llevan a estrellarse contra los arrecifes. Incluso es probable que la curiosidad, el ansia de saber inherente al ser humano, o algún avatar desdichado, nos obligue a visitar antes de tiempo el infierno… Por último, si logramos sortear todas esas vicisitudes, es posible que un día regresemos al hogar y solo nos reconozca nuestro viejo perro.
ODISEOS DE HOY. Evidentemente, no soy en absoluto un héroe, como el viejo bribón que nos ocupa, pero en mi nóstos particular, en mis “navegaciones y regresos”, en mis vivencias manifestadas a través de la expresión poética se mezclan pasado y presente, sensaciones físicas y consideraciones mentales, reflexiones filosóficas y políticas, ciudades de ahora y ruinas arqueológicas, personajes y situaciones actuales y héroes y aventuras mitológicas.
Quiero decir con esto que el Odiseo de la edad heroica puede identificarse en cualquier vida cotidiana y vulgar de hoy, y su viaje iniciático puede comprimirse en la jornada rutinaria de un personaje gris, como el dublinés Leopold Bloom, de Joyce, o como nosotros mismos en cualquier momento de nuestra azarosa vida.
Esto parece haberlo intuido el propio Platón, que, en el X y último libro de La República pone en boca de su maestro, Sócrates el relato de Er el resucitado, que cuenta la ceremonia de vuelta a la vida de las almas de aquellos muertos, que, después de su estancia en el Hades, se han hecho acreedores a otro comienzo redentor en la tierra. Nos cuenta Sócrates que la última en escoger su nueva vida fue el alma de Ulises:
“harta de ambiciones, pues no olvidaba sus trabajos pasados, buscó durante mucho rato la vida de un simple particular extraño a los negocios públicos, costándole mucho trabajo divisar una que permanecía en un rincón desdeñada de las otras […] y se apresuró a tomarla” (La República, Ediciones Ibéricas, 1959: 479).
CODA: ‘LO NECESARIO ES CREAR’. “Navigare necesse est, vivere non est necesse”, dice Plutarco que contestó Pompeyo el Grande a sus tripulantes, que, temiendo por sus vidas, se negaban a hacerse a la mar en una misión necesaria para el bienestar de Roma. Con esta frase, convertida en lema de navegantes de todo el mundo, se ha querido significar que el cumplimiento del deber en aras del bien común ha de estar por encima de cualquier otra consideración.
El gran poeta portugués Fernando Pessoa transformó el sentido de este lema en un poema que tituló “Navegar é preciso”, cuya primera estrofa dice en castellano:
“Navegantes antiguos tenían una frase gloriosa:
‘Navegar es preciso, vivir no es preciso.’
Quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada
la forma para casarla con lo que soy:
Vivir no es necesario; lo necesario es crear.”
Esto y algunas otras cosas es lo que he querido plasmar en este artículo, entresacado de un llamémoslo ensayo a efectos puramente formales, más extenso y que servirá de prólogo a la tercera edición de Los compañeros de Ulises, obra en la que voy recogiendo mis aportaciones poéticas.
Muchas gracias al ignoto lector o lectora que ha tenido el interés y la paciencia de acompañarme hasta aquí.