Descartar a Descartes
Por: José Manuel Castellano, PhD
Islas Canarias
“Cogito ergo sum – Pienso, luego existo” es una conocidísima sentencia de uno de los grandes pensadores que abría la puerta de la ciencia, a través de la rendija del racionalismo. Sin duda, una profunda síntesis reflexiva, que no debe ser entendida al pie de la letra, y que está al alcance de unos pocos, aunque también encierra una visión marcadamente egocéntrica.
Un sinfín de organismos, “cosas” y hasta una multitud de esos 8.000 millones de seres bípedos existen sin llegar alcanzar pensamiento alguno, a pesar que en el mejor de los casos, posean tan solo un leve reflejo de consciencia primaria sin intelecto propio o independiente. ¡Cuánta existencia inútil, qué desperdicio genético!
Viven, se relacionan y se comportan como réplicas inertes de cacatúas adocenadas que coexisten pero incapaces, con o sin birrete, de articular un pensamiento básico.
Conozco y convivo con una multitud de esos ejemplares. De modo que descarto a René Descartes, porque nuestra realidad es una simple sumatoria exponencial de mediocridad pasmosa que insulta ramplonamente al conocimiento y a la racionalidad.
Una inmensa mayoría son plenamente conscientes de su propia existencia pero sin pensamiento, pues la calidad del pensar viene a ser el resultado de una sistemática ejercitación constante en una búsqueda inacabada e inalcanzable, que debe enfrentarse irremediablemente a las mordazas impuestas y a las propias limitaciones y, sobre todo, a ese fanatismo galopante sin medida, un distintivo natural de la ceguera del ser humano. “Sunt sed non cogitant”.