Triste despedida

Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador


‌A mi venerada madre fallecida

‌La vida y la muerte permanecen de espaldas, separadas o unidas por una membrana de vacío;

caminan juntas por una cuerda invisible, sin mirar hacia atrás ni adelante.

Su visor apunta a las alturas, como buscando un túnel entre las sombras, esperando una llamada trémula. Comulgan a diario con la incertidumbre y con sus alas desplegadas obedecen a una voluntad absoluta, que se recrea tallando destinos.

¿Serán éstas las fuerzas de la más grande competencia jamás igualada, con un solo desenlace posible?
Son el blanco y el negro, los colores antagónicos de un espectro que se oscurece hasta llegar a la negación de la mínima partícula de luz.
Es la muerte sobre la vida, como un árbol parasitario que poco a poco devora a su
anfitrión, apretándolo hasta absorber la última gota de sus fuerzas.
Deja vivir con calma o intensidad, cuando no urge de sacrificios y mártires, y con igual estilo provoca desenlaces con sus fatídicos funerales. No hay retórica, ni belleza ni embelesos cuando se enuncia ese final del que nadie quiere hablar; porque la tristeza y el llanto lo dicen todo.

El uno -la vida- sabe los secretos del contrario -la muerte – y callan. ¡Si alguien pudiese espiarlos y descifrar sus códigos!
No tienen edad ni rostro, no descansan, no saben del sueño ni de los sueños. Su rol no es un juego del azar, no obedece a un minucioso cálculo de opciones. El camino que siguen no tiene descansos o estaciones y va en una sola línea recta.
Pero en la antesala se revelan todas las fases, las edades y los episodios del pasajero, y en esa inmediata transición que es el soplo de la muerte, la historia completa
rodará, grabada en un rayo de luz.

¿Cómo definir y entender lo que es la muerte?
¡Qué difícil, incómoda reflexión!
Aceptarla sin condiciones sería el triunfo de la mente, un paso discreto en la evolución.
Estaría escondida en el fondo pantanoso de un profundo abismo, de una salida sellada con el más pesado acero. Mas, aunque tardase mucho, saldría del silencio, iniciando su tarea fatal, sin aviso previo.

‌¿Es la muerte el vacío, la nada, el silencio, la soledad, el miedo?
‌No. Es el encuentro de un sitio en la eternidad; el nacimiento de un recuerdo que navegará en los mares azules del infinito. Es la revelación de lo absoluto y de la verdad. Y es el dolor en su más espesa dimensión.

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