En busca del hombre perdido

Por: Manuel Ferrer Muñoz, PhD
España

Vayan precedidas estas cortas reflexiones de un humilde ruego de perdón a la ministra de Igualdad del Gobierno de España, la ínclita Irene Montero/a, por haber dejado de mencionar a la mujer en el título con que se abre esta columna. Vaya en mi descargo que, llevado por consideraciones simplemente estéticas, por mor de la brevedad, dejé de nombrar a la mujer: un pecadillo que ella, también pecadora, sabrá disculpar. Tampoco se ocultarán a la avispada ministra los riesgos inherentes a la atribución del adjetivo ‘perdida’ a la mujer: razón de más para extremar la cautela, no vaya a ser que algún ingenuo vaya a confundirse.

Me reafirmo así en la necesidad de buscar a la mujer: ‘varona’, en el lenguaje empleado en el relato de la Creación por el escritor sagrado, que —por lo que me dicen— no aprendió esa terminología de ningún antepasado de Montero/a. Con este propósito habremos de rastrear las huellas de la mujer de veras entre tantas patéticas imágenes de su especie que sólo en las apariencias conservan una pátina de feminidad, por cuanto se han desprendido de los más valiosos atributos del ser humano —¿y mujeriego?

Sí remacharé que la búsqueda que planteo no es un simple deambular, dando tumbos, sin rumbo fijo, sino que implica perseguir el final del camino, sin detenernos, hasta dar con el hombre y la mujer que parecen haberse ausentado de nuestras sociedades. El empeño, aunque arduo, vale la pena, porque del éxito de la empresa depende el destino de la humanidad.

¿Qué hombre, qué mujer extraviados requieren esa operación de rastreo que se promete tan laboriosa?

Me refiero a los prototipos de hombres y de mujeres a los que despreciamos como inmundicias por considerarlos inservibles, desfasados, y que a estas alturas deben de hallarse revueltos con otras antiguallas en el fondo de los basureros. Y hablo con la vergüenza y la tristeza de hallarme inmerso y de formar parte —muy a mi pesar— de una sociedad ‘deshumanizada’ (esto es, sin espacio para el hombre ni para la mujer), porque ha arrinconado los valores que encarnaban aquellos prototipos, y entronizado en su lugar el egoísmo pleno.

Apenas hace unos días, oía referir a una buena amiga el triste espectáculo que protagonizó en plena calle muy a su pesar, hace ya unos años, cuando, al cruzar un paso de peatones, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Padecía ya los primeros síntomas de la enfermedad que hoy la obliga a permanecer en una silla de ruedas, y por eso caminaba agarrada del brazo de su madre: pero esa precaución no bastó, y se desplomó sin que su acompañante pudiera evitarlo. Ni uno solo de los peatones que atravesaron la calle, sorteando su cuerpo, se detuvo para interesarse siquiera por su estado.

Lo que sigue ocurrió en Esmeraldas (Ecuador). Ahorraré los detalles, para no extenderme de modo innecesario. Circulaba un conductor por una calle poco frecuentada, cuando observó un bulto ensangrentado sobre el pavimento. Se detuvo, reconoció el cuerpo malherido de una persona y, movido por un elemental sentimiento de compasión, lo cargó en su vehículo y lo trasladó a un hospital. Después sobrevino la pesadilla: personados unos agentes de la policía, pretendían ingresarlo en el calabozo hasta que se aclararan las circunstancias del suceso. Sólo la intervención de un abogado evitó el despropósito. ¿Sorprende que hoy los conductores de aquella localidad del Pacifico ecuatoriano aprieten el acelerador para alejarse cuanto antes del peligro, si ven un cuerpo humano empapado en sangre en medio de la vía? Ésta es la lamentable pauta de conducta que impera, inducida por la torpeza y el cerrilismo de unos uniformados aparentemente privados de capacidad para pensar.

Hablemos también, con idéntico sonrojo, de la violencia y de los acosos a mujeres por parte de maridos o de novios despechados que no entienden que su comportamiento y sus errores acumulados acabaran por destrozar sus relaciones de pareja. ¡Cuántas veces esas agresiones se producen a plena luz del día y en presencia de grupos numerosos de personas que miran hacia otra dirección para no verse comprometidas!

Me remitiré ahora al testimonio de la autora de un relato incluido en un libro colectivo, publicado precisamente por la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina, que he tenido el privilegio de coordinar (Benamocarra y sus gentes). Después de evocar con emoción los años de su infancia en un pequeño pueblo, y la solidaridad que había entre los vecinos, concluye: “antes no había tanta ‘maldad’ como hay ahora”. Otros textos incluidos en esa recopilación reinciden en el contraste entre el ayer quizá hermoseado por la pátina del tiempo y el hoy decepcionante y desquiciado, y en la nostalgia de unos tiempos pasados en que se forjaron amistades sólidas que todavía perduran, en los que las familias compartían alegrías, penas y penurias y se prestaban servicios entre sí. Más allá de la pobreza generalizada y de mezquindades indisociables de la condición humana, eran identificables entonces un amor al terruño y un sentimiento solidario hoy inexistentes.

No busquemos la ayuda de la inepta clase política, si queremos recuperar lo que ellos y sus señoritos han desvirtuado. Trencemos lazos con miembros de la sociedad civil que todavía resisten a las consignas. Y, sobre todo, recuperemos el sentido de la familia, núcleo de la sociedad, cuna de afectos y espacio donde se forma y se modela la identidad de cada ser humano, de cada hombre y de cada mujer.

El hallazgo de la mujer y del hombre que dejamos perder sólo se posibilitará si situamos de nuevo a la familia en el centro de la sociedad: y eso reclamará, por de pronto, 1) la reorganización de las relaciones laborales; 2) el recorte de las horas diarias dedicadas al trabajo; 3) la asunción por los padres de sus responsabilidades en la educación de los hijos, delegadas en los centros escolares hasta el grado de la total inhibición, y 4) la protección efectiva de la maternidad y de la paternidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *