A lágrima viva

Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)

A lágrima viva, los blancos y parcos ojos, de súbito, se tornaron en un rojo sanguinario, sanguíneo, sangriento. La respiración entrecortada fue la causante de la terrible desesperación que él sintió parir desde sus entrañas. De pronto paróse asustado, mareado, aturdido: su mente había perdido el control de su cuerpo y este mostrábase oblicuo, moviéndose de norte a sur, de sur a norte; de arriba abajo, de abajo arriba; con los pies en la cabeza, con la cabeza en los pies; simiesco veíase. En tenaz llanto gimoteado derivó su repentino ataque y mientras chillaba desconsolado, deambulaba por su minúscula estancia buscando la calma, la paz, la armonía: no las encontró. Era su primer sobresalto antes de quitarse la vida. Escuchaba, a los lejos, unas tristes notas, unos compungidos acordes que trasladaban su mente hacia el primer recuerdo de su fatal existencia: pudo verse ensangrentado, aún con el cordón, por encima de su madre, quien casi desmayada reclamaba, para sí, el cuerpo de su hijo. En tal momento sintió las lágrimas más vivas que nunca, esas diminutas gotitas quemaban, incluso peor que las zarzas del infierno, sus consumidos, desgastados, demacrados mofletes. Después, aquella traicionera por excelencia -su psique- lo llevó a fríos, ventosos y poco lluviosos sábados vespertinos en los que la ciudad se adormita, para, en medio de esa pesada nebulosa, apenas reconocer las desconocidas siluetas de ignotas personas que lo veían, a la par que caminaban lerdas hacia un incierto destino. Así, las vivas lágrimas ardían más en su sepulcral rostro. Qué angustia, qué opresión en el pecho sintió ese día, todo se movía dentro de sí, era como si con una emesis pudiera arrojar, de tajo, cuerpo y alma. La traicionera volvió a hacer de las suyas borrando indecibles instantes del consciente, todo pudo haber ocurrido en ese lapso de curioso tiempo, no es coincidencia que, luego, de sus brazos haya brotado esa sustancia oscura, espesa, rojiza, nauseabunda que decoraba, de manera siniestra, las paredes, el piso, los enseres de su inhóspito hogar. Volvió a la lucidez, viose tumbado decúbito supino, rodeado de montones de fotografías, de antiquísimos legajos y de la maldita presencia de una pequeña pero alargada copa a medio beber. Todo a la vez que sus cuencas se marchitaban y las lágrimas vivas fallecían, desvaneciéndose, secándose, por el ya desértico derrotero de su humanidad, de su cara, de su faz. A lágrima viva quema su dolor; a lágrima viva flamea su corazón.

¨…Y la carne que tienta con sus frescos racimos

y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos…¨

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