La cometa
Por: David Marinely Sequera, Ph.D.
Venezuela
Estoy muy orgulloso de mis corbatas. Algunas personas coleccionan llaveros, barajitas, marca libros y recuerdos; yo colecciono corbatas.
Mi primera corbata me la regaló mi madre en mi primera comunión. Así como la correa sostenía mis pantalones, mi corbata azul aferraba mi camisa blanca y me daba un toque de elegancia celestial. Cuando me gradué a la edad de 17 años insolentes mi madre me regaló un traje gris con una bella corbata roja. Luego, en el trabajo, mis amigos me obsequiaron una con estampas de los Beatles. Ya casado, mi armario de corbatas luce repleto como trofeos obtenidos en la batalla de la vida. Mi hijo de 11 años tiene permiso de observarlas, sabe que serán para él.
Esta mañana, muy temprano, lo noté preocupado, pero yo iba tarde al trabajo así que le dije a mi esposa que hablara con él.
Ya en la hora del almuerzo salí de la oficina y me dirigí al jardín. Luego, apoyado en una columna la llamé:
– Hola Julia mi vida. ¿Cómo estás?
– Bien, atareada en el trabajo.
– ¿Y qué te contó Andrés?
– Bueno, debía llevar hoy lunes una cometa al cole.
– ¡Dios! ¿Y cómo hiciste?
– Bueno, remendamos una vieja que tenía debajo de la cama, pero…
– ¿Aló? ¿Aló Julia?
La llamada se había cortado. Lo cierto es que recibí al momento un mensaje de WhatsApp que decía:
– Recoge a Andrés del cole, pero tómatelo con calma.
Preocupado, me quedé con esa frase. Acto seguido, el jefe nos invitó a una reunión laboral. Al concluirla más temprano nos permitió retirarnos, así que salí a buscar a Andrés.
Luego de saludar al vigilante del colegio este me invitó al patio abierto donde destacaba un gran cartel de tela que bailaba por el fuerte viento, donde se podía leer:
Primer festival de Cometas.
El director se me acercó y tomándome del brazo me dijo:
– Buenas tardes, señor Sequera. Felicitaciones por su hijo, siempre destacándose.
Disimulando mi ignorancia al desconocer el motivo de la felicitación, le sonreí.
– Mire que alto y hermosas vuelan las cometas, sobre todo la de Andrés con esa larga cola multicolor. Usted sí que lo apoya, me dijo.
Al levantar la mirada observé un espectacular cielo azul fulminado con decenas de cometas que parecían fuegos pirotécnicos en pleno atardecer. El viento, por su parte, se mostraba molesto por la invasión de su espacio y estaba a decidido a derrumbar todas las cometas, las cuales iban cayendo una a una. Me acerqué a Andrés quien palideció al verme. Le di un abrazo y le dije:
– Bravo hijo, tremenda cometa hiciste.
A lo lejos una cometa color naranja con su larga cola multicolor parecía saludarme con cierto pudor.
– ¿Te sientes orgulloso de mí, papá?
– Claro hijo, eres el mejor.
– Ojalá pienses igual cuando todo termine – consternado por su sintagma esperanzador le pregunté:
– ¿Hay algo que quieras decirme?
– Nada papá, solo que la victoria también es tuya.
Sin entender sus palabras, le apoyé mi paternal brazo en su hombro.
Al final de la tarde su cometa fue la única que volaba cual valiente barco en una gran tempestad. Todos los demás niños se acercaron alrededor nuestro y aupaban a Andrés.
Maestros y directivos también se unieron al acontecimiento. La maestra trajo una hermosa medalla dorada que colocó en el pecho de Andrés. Él volaba la cometa que parecía contornear su victoria contra el viento, Su cola, como timón, serpenteaba dificultades eólicas.
Poco a poco Andrés enrollaba el pabilo y la cometa descendía más y más hacia nosotros.
Cuan grande fue mi asombro al ver cómo todas, absolutamente todas mis corbatas yacían atadas una detrás de la otra formando un gran arco que, como una gran sonrisa de arcoíris, quedó dibujada en el patio.
– ¡Perdóname papá! – Me decía Andrés Todos los niños levantaban la gran cola.
Contrariado, mi confusión y molestia se disiparon cuando Andrés se quitó la medalla y me la puso.
– Eres el mejor papá.
Los presentes aplaudían. Mis ojos se humedecieron. Total – me decía a mí mismo – las corbatas eran para él.