El silencio y la nada

Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador

*

Hay amores intensos que persiguen

las estelas del tiempo indefinido,

las fuentes doradas de calor inagotable.

Cabalgando nubes rosadas buscan

la trascendencia más allá de la fábula,

la entrada al sagrario de las leyendas.

Condenando la futilidad del olvido,

y el agravio de la ingratitud,

pretenden superar los límites de la

memoria.

*

Pero, la voluntad y la pasión,

aun desbordando vitalidad y energía,

no tienen las fuerzas suficientes

para dominar a  una  rancia naturaleza,

poblada de longevos y coloridos gigantes;

de generosa abundancia, y a la vez

de agridulces momentos aleatorios,

mortificada de una  inestabilidad azarosa

que amenaza al porvenir con la zozobra.

Naturaleza sujeta con cadenas a rigurosas leyes, de las que nada ni nadie puede escapar sin marchitarse.

*

Los rayos del sol muy pronto

empiezan a quemar;

la transparencia de la alborada,

con apurado movimiento se vuelve ocaso,

hasta llegar al gris y al frío de la oscuridad.

El circuito de los años rueda de prisa,

con indiferencia acorta la duración de los días, haciendo volar los calendarios.

La noche ya no es un tiempo suspendido

para ver las mareas de la luna.

*

La luz, prodigio del espacio,

hija primogénita del cielo,

viajera apurada sin escalas

ni terminal;

con su paso recto y veloz

deja marcando los horarios

de una plácida llegada,

de una frenética salida.

En su recorrido busca una eternidad

que los magos no pueden atrapar;

pero sus huellas de espejo,

después de haber anunciado el comienzo,

dejan prescrito un inevitable final,

una advertencia con diversos significados.

*

Así, de repente el amor apaga sus

vibraciones y entra en una cueva

sin luz ni salida.

Ha caído en el abismo,

en un reino abandonado,

y no siente vértigo ni asfixia

¿Cómo sabrá que un final

tapará el fondo del vacío?

¿Como  aceptar que la llama se apagó,

si pensaba que la encendieron

con un fuego inmortal?

*

Ocurre cuando  palabras se hacen cortas 

y llegan congeladas al oído;

porque se ha dormido el imaginario

de la audacia y la aventura;

porque la impaciencia da lugar

al tedio, al sopor y a la desidia;

cuando la verdad juega escondida,

las dudas salen de sus guaridas,

y los remordimientos reemplazan

a las súplicas fervorosas.

Las cosas vuelven a su lugar,

recuperando la verdad, perdiendo belleza.

Suceden insospechadas señales

síntomas que ya no producen dolor.

No hay capricho ni resentimientos,

mas no se pueden revertir las sentencias

de un corazón al que se le agotó el amor.

*

Cuando un amor se extingue,

sin probabilidades de resurrección,

dejando un campo desolado,

entonces sólo queda el silencio y la nada.

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