Dos variaciones sobre un mismo tema
Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias
I.- Campos de Asfódelos
En las praderas de asfódelos vagan las sombras de los muertos. Desmemoriados, después de haber bebido en las aguas del Leteo, el río del olvido, los ciegos fantasmas andan sin rumbo entre los arrayanes, tropiezan entre sí, no saben quiénes son o han sido en medio de la nebulosa sin esperanza de la que nos hablan los aedos de antaño. Sólo la negra sangre de las bestias ofrendadas en sacrificio, les hace recuperar momentáneamente la prístina personalidad, reconocer a sus amigos y a sus hijos, recordar la vida que vivieron.
Los antiguos lo vieron claro, la memoria es la fuente de la identidad. Carecer de ella es morir, pues eres lo que has vivido: un puñado de recuerdos, un ramo de sensaciones, un crisol de experiencias. Las caricias tiernas de la infancia, los inciertos amaneceres sobre el mar, el perfume de la flor que te envolvió hace años una noche de verano, las querellas de amor y de muerte sobre la hierba y bajo las hojas, la sorpresa y el placer de la primera zambullida marina, la voz de esa mujer reconocida entre las multitudes, el frío de mármol de aquella frente que tanto amaste… Y tantas veladas al pie de las estrellas, tantas conversaciones y lecturas, tanta canción y tanto naufragio.
Se vive muchas vidas en una vida, pero sólo una vez. La eternidad no es sino un engaño de la angustia y la finitud, tu inmanente e irrepetible fragilidad, es lo que da sentido a la existencia humana. Gozarla es el único mandamiento que no admite renuncia y a estas alturas sólo cabe distanciarse de falsas inquietudes, como el mezquino afán de poder por encima de todo, y esperar sin temor ni mansa resignación lo que el azar nos depare.
Sobre el tapete de la vida la soledad, el dolor y la muerte repartirán sus cartas algún día, ya lo sabes, y será terrible afrontar a esas tres Moiras; pero avaro de recuerdos, rico de experiencias, no temas las acechanzas del futuro. Atesora fuerzas para entonces, llena de vida tu corazón ahora que puedes: aprende, viaja, conoce, dialoga, apasiónate, canta. Ama a los que te aman y no odies más de lo necesario. Desecha el disgusto, pero no busques el placer a toda costa. Fortalece tu alma con una coraza de bellas sensaciones y aguarda serenamente, sin zozobra y con los ojos y el corazón bien abiertos, para verlo y sentirlo todo mientras tanto.
Cuando cae la noche y el último rayo del Sol se extingue en lontananza, hasta los campos de asfódelos pueden ser hermosos.
*
II.- Katábasis o el descenso a los infiernos
(Canto XI de ‘La Odisea’)
Nunca bajes al infierno voluntariamente,
ya irás muchas veces sin quererlo.
Prepárate, pues, para ese viaje,
ata el negro carnero y las ovejas a popa de la nave
y cuando llegues a la confluencia de los ríos
donde vagan las sombras de los muertos,
sacrifica las bestias en su honor,
vierte la negra sangre en la cavidad del suelo
y defiéndela presto con el filoso bronce.
Que nadie beba, ni tu anciana madre
que murió de pena por ti sin tú saberlo
y aquí está ahora ciega y suplicante.
Aunque se te rompa el corazón,
aunque tiemblen tus rodillas y tus manos,
no dejes que se acerque a beber sangre
antes que Tiresias el tebano.

Según este ritual actuar debes,
si quieres que el profeta de dos sexos
prediga con certeza tu futuro:
Las venturas e infortunios que aún te quedan,
el retorno y el último combate,
la dulce muerte lejos del mar…
Pero en verdad,
¿para qué quieres tú saber el futuro?
Estás en viaje y algún día llegarás,
más pronto o más tarde llegarás, todos llegamos.
Así, no bajes al infierno antes de tiempo,
no sufras viendo a tus amigos muertos,
a tu madre vagando sin rumbo entre los asfódelos,
al Atrida con el corte en el cuello,
a Aquiles deseando en la tierra ser esclavo
antes que señor en el mundo de las sombras,
o al bravo Áyax todavía con el eco del odio en la mirada.
Además, las predicciones de Tiresias, como todas,
podrán ser ciertas o no, tú eres la prueba.
De tantas desventuras no compensa
oír a un charlatán que está bien muerto.