«Olvidarte jamás». Estudio de la memoria

Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador

*

¡No puedo olvidarla!

Creo que no quiero olvidarla.

No hay razón para olvidarla,

aunque de otro mundo forme parte.

*

Más perdería si saliera de mi mente;

alguna calma emergería, como un desierto,

amplio y profundo para nadie, para nada.

El silencio, un prudente aliado, me aconseja:

atesora los valores, conserva tu fortuna;

no hay ansiedades buscando el exilio.

El secreto de un encanto está latente,

palpitando con acordes serenos,

solitario cuidando la fortaleza.

*

Pasa el tiempo y su visión reaparece.

Es un lucero de curso circular.

Es una primavera puntual entrando

por la ventana del jardín.

En el otoño se aleja, diciendo hasta luego,

bajo  un arrebolado y breve atardecer,

la hora de la transición.

Y con otro salto del calendario,

ahí está otra vez, renaciendo en una aurora,

envuelta con nuevo terciopelo azul.

*

Si el olvido fuese condición del porvenir

la memoria no tendría razón de ser;

si ocurre todo lo contrario, el pasado

se adelanta al futuro y crea el presente.

La furia malagradecida lo niega, mas

la unicidad del tiempo es absoluta.

Los archivos de la mente no pueden

extinguirse con renuencias ni renuncias.

Hay que aprender a recordar,

hacer de la nostalgia una fuerza de afirmación, de los recuerdos un alimento.

*

Los tiempos de lucidez todavía

brillan a lo lejos, alentando la paciencia,

alegrando el horizonte del mañana;

no arrastran dolor, no lastiman;

acaso guardan una leve pena,

para fortalecer a la experiencia

cuando aún es débil.

Aunque haya quien la llame ingrata,

la memoria resiste y calla;

son devaneos, efectos de la indecisión,

carencias y vacíos de una historia.

¡No creo en el olvido!

*

La costumbre del sufrimiento es vicio

de fatales consecuencias.

Recuerdos que dañan, queman, que

traen sombras de arrepentimiento,

envidia o amargura,

en su propio fuego se extinguirán.

Ninguna esclavitud es tolerable,

si las ataduras se vuelven cadenas,

cuando pesan en la conciencia.

Existe la banalidad, la ingratitud,

lo fútil y lo intrascendente,

abundante materia desechable.

*

Revuelta en paradojas y percepciones,

la fuerza de lo perdurable gira,

sujeta a sus propias leyes.

La memoria diáfana ejerce poderes,

tiene cargas de extraño magnetismo,

va más allá de la voluntad personal,

es la irrestricta formulación de enunciados.

No permite evasiones fuera de tiempo;

desconoce de trampas,  señuelos

y embusteros.

*

No es libre, ni tiene deudas con la libertad,

siendo aliento de afanes libertarios;

no ofrece opciones, ni  rectifica las falacias,

no selecciona los materiales que registra,

aun siendo de arrepentimiento;

se rehúsa a poner calificaciones,

libre de  subjetividades caprichosas,

y puede pecar de ingenuidad.

Obedece y entrega con frialdad sus testimonios, sean verdaderos o falsos.

Ha sido guardiana intachable, severa,

incorruptible al tiempo.

*

En su momento, hace un inventario,

muestra su patrimonio

y reproduce los recuerdos,

variopintos destellos cuajados

en espíritus, fantasmas, ángeles

y demonios. Seres longevos

en escenarios de luces, música,

sonidos, de risas y lágrimas.

Cuadros multicolores en movimiento.

Historias completas, complejas;

personajes, hechos, épocas

y un libreto predilecto basado en el amor.

*

Allí está, silenciosa o bullanguera,

pródiga o pusilánime,

grabando sueños,

tratando pesadillas recurrentes,

absorbiendo las órbitas del pensamiento,

persiguiendo el destino de las emociones.

Nada deja escapar,

y las mentes brillantes

obtienen de ella sus tesoros .

Los románticos encuentran

la fuente de su materia prima,

el alimento de su alma vagabunda,

el puente desde el pasado a la eternidad.

*

Yo debo darle gracias

y no hacerle reproches

por esos recuerdos que siguen

haciendo rondas en una mente

que se ejercitó para escribir historias;

que se alegra y se regala euforia,

pagando una leve mortificación,

propia del que no necesita

desvanecer la genuina melancolía

y siente la tristeza como una caricia.

*

¡No  puedo olvidarla!

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