Anacronías contemporáneas

Por: Jacqueline Murillo Garnica, PhD
Colombia

Ethelvina Lucrecia del Carmen a duras penas llegó a sus 96. Su humanidad se vio enfrentada a los rigores de las faenas del campo y a tratar de sobrevivir con sus cuatro hijos. Dicen que nunca tuvo una alegría y que cuando encarcelaron a su hijo menor, por estupro, en cierta forma le sirvió de alivio o descanso. Cuando ya no pudo caminar más por la diabetes que le afectó la pierna izquierda, esperaba que alguno de sus vecinos le llevara algo de comida. Hasta que algún samaritano se compadeció de su desdicha y la dejó en el hospital con una gangrena que le carcomía vertiginosamente la pierna. Tuvo que decir que era su hijo y que le habían robado los papeles para poder dejarla en el hospital, y luego salir después como un desconocido. Él sólo trató de que allí la socorrieran. Se supo que a Ethelvina la venció la muerte y duró varios días en la morgue en espera de la reclamación de algún doliente. Al final quedó como una ene-ene dentro de una fosa común, pues tampoco el cuerpo servía para las lecciones de osteología de los practicantes del hospital. Murió en silencio como vivió. Sólo aprendió a escuchar el ruido de los camiones que pasaban por la carretera y las reclamaciones de sus hijos por haberlos traído al mundo a conocer la miseria.

La historia de Ethelvina se refunde y contrasta inexorablemente con la opulencia en la que viven ciertos seres vivos. Da grima ver el derroche de pompa de las honras fúnebres del último vestigio de la monarquía más rancia del Reino Unido. Las revistas del jet-set, el mundo mediático y del espectáculo están de luto, o mejor, han tenido para rato en ocupar las páginas ante la nefasta noticia de quien se esperaba pudiera pasar de los cien años.  Algún lector podrá pensar que toda la vida esas diferencias han existido, y sí, tiene toda la razón.  Sin embargo, la fastuosidad de las imágenes reiterativas en los medios de comunicación del mundo entero (o al menos aquí en occidente), dedican extensos espacios para capturar los momentos más estelares del personaje. Incluso, se ha visto que ciertas presentadoras de los noticieros nacionales se han vestido de luto riguroso para no desentonar con la noticia que abarca los más excelsos titulares. Estas instantáneas nos sobrecogen ahora por lo anacrónico del contraste con la realidad, tanto la nacional como la internacional. El ridículo de un noticiero nacional en su mayor plenitud. Pero algunos de ustedes dirán que una noticia así debe ser divulgada con toda la pompa y decoro. Cualquier medio de comunicación nacional tiene derecho a vestirse de luto riguroso ante la ausencia del personaje. Otros lectores conmovidos por el fallecimiento dirán que los ricos también lloran. https://www.pulzo.com/entretenimiento/noticias-rcn-presentadores-vistieron-negro-jessica-pena-fue-rebelde-PP1862735.

Darle tanta trascendencia a un hecho tan natural, sólo porque tiene que ver la monarca más longeva, en pleno siglo XXI, también resulta exótico, por decir lo menos. Dedicarle titulares enteros a la tiara de diamantes y zafiros, a la colección de carros antiguos, a los perros adoptados, a los jardines de los palacios, a los vestidos que lucen en la pasarela de los corredores de los castillos, etc. resulta tan repulsivo como ridículo, en tiempos contemporáneos de afujias y temores.

No cabe duda de que la muerte de un ser humano es una tragedia, la de Elizabeth Alexandra Mary, puede ser el comienzo definitivo que cierre un vestigio de la turbulenta historia del imperio británico, que zanje de una vez por todas ese pasado colonialista. Ella representa un ícono de una época. Su desempeño como jefe de Estado durante la dominación británica vivió su momento de esplendor; pero como todos los imperios experimentan su decadencia, y el británico no constituye la excepción, llegará el momento en que la espléndida arquitectura imperial se convertirá en patéticas ruinas.

Algunas personas tienen la fortuna de nacer con la estrella y otras como Ethelvina, estrelladas, con el sino de la miseria y la desventura. Elizabeth Alexandra Mary nació y vivió en la opulencia y su generación también lo estará. Su muerte recuerda ahora la tragedia de los Mau-Mau (1952-1960), en Kenia. La revuelta que se suscitó contra la dominación colonial: con un saldo de 10.000 kenianos fallecidos. Tuvo que pasar más de medio siglo para que Gran Bretaña (2013) indemnizara económicamente, por medio de un acuerdo, a cinco mil kenianos, víctimas de los tratos inhumanos causados por el imperio británico.

El principal diario de Kenia, “The Daily Nation” escribía en su titular: “La reina deja un legado desigual de la represión brutal de los kenianos en su propio país y de las relaciones mutuamente beneficiosas. Justo estaba de visita en ese país cuando se convirtió en reina. La historia sangrienta de Kenia tuvo su origen por reclamar la independencia, refirió el periódico keniano. Para los nigerianos también su historia está empañada en los hechos sangrientos por haber apoyado como jefe de Estado, al ejército nigeriano en la guerra civil. Las víctimas sucumbieron por el hambre y la enfermedad.

Y sólo para resaltar una de las tragedias contemporáneas más graves y que contrasta con la anacronía de la noticia que cubre los titulares del mundo entero, como este, por ejemplo: “La herencia de la reina Isabel II, una de las mujeres más ricas del mundo”. Martin Griffiths, jefe de la Oficina de la ONU para la coordinación de Asuntos Humanitarios, da un aviso perentorio para advertir de la catástrofe que se avecina en un estado del Cuerno de África, Somalia, afectado por una sequía sin precedentes. Ha dicho: “La hambruna llama a la puerta. Hoy hay un último aviso”. Los últimos datos “muestran indicaciones concretas de que se alcanzará una hambruna entre octubre y diciembre de este año.”.

Y sigo con las ocurrencias de los contrastes de la sociedad que siempre darán madera para la creatividad o la inspiración lírica, como el caso del poeta colombiano, Rafael Pombo, con este poema que escribió en 1833:

La pobre viejecita

Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez

Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.

Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín

Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan y Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín

Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar

Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.

Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir

Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.

Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.

Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz

Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien

Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.

Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial

Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.

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