Tres poemas de Rubén Darío Buitrón

Por: Rubén Darío Buitrón
Poeta, periodista, docente, Ecuador

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Una cifra

Hay una cifra que no es solo una cifra, es la suma de los latidos futuros.
Mil cuatrocientos sesenta y un días, dice en la pantalla de la calculadora.
Me hubiera gustado que fueran mil cuatrocientos sesenta días, en números redondos.
Es mi vieja historia de que lo amatorio termine en cero, de que el tiempo extinga el sentimiento.
Pero ni ahora ni después serán la nada. Ni ahora ni después me hará falta la distancia.
Sé que debí decirte feliz aniversario, pero no lo dije. Sería el miedo. El vértigo. La fugacidad.
Los años nuestros han sido minutos, minutos insaciables y apresurados.
Los años míos y los años tuyos, tú en mi aceleración táctica, yo en tu lentitud inteligente.
Los años míos y los años tuyos, tú en la espera estratégica de mí y yo en el deseo anfibio de ti.
Los años de los dos son tanta sed confundida
y tanto apetito desarticulado.
Son las manos. Son los dedos. Son los cuerpos en la batalla por no perder la memoria.
Pero están tan intactos los sabores. Las palabras. Los movimientos. La desnudez de los apuros.
¿Cuánta es la longitud de la electricidad que nos abrazó desde aquellas chispas en las miradas?
¿Cuánta es la dimensión de los silencios que no pudieron separarnos?
Tantas mañanas descobijadas. Tantas noches deshabitadas. Tantos idiomas inesperados.
Tanto aeropuerto desangelado. Tantas llamadas temblorosas. Tantos encuentros desdibujados.
Y aún así me educas con tus pasos en el intenso amor de la paciencia.
Y aún así acaricias mis saberes en el desconocer los caminos que transito y que tropiezo.
Mil cuatrocientos sesenta y un días son tantas horas y tan pocas.
Pero sé que a partir de nosotros los años generosos nos saludarán desde las ventanas.
Seremos los rostros de la libertad, las resonancias que resquebrajarán para siempre los disimulos.

*

Un día será a mí

Un día será a mí. Me tocará. Vendrá una lluvia plácida y me dirá ya basta.
El viento se escurrirá entre las montañas, abrirá el camino y envolverá en su abrazo lo que quede de mí.
Dejaré de ser el sobreviviente. Me uniré al combate desde la isla de las respuestas definitivas.
Empezaré como un recuerdo persistente. Luego iré desapareciendo en la memoria.
Los médicos dirán que fue la poesía. Los poetas dirán que fue la enfermedad.
O quizás me pierda en el silencio. Quizás solo yo sienta pena de mí y solloce por dentro.
No tengo razones para salvarme. Mis culpas pesan en el aire. Nunca fui elegido para ganar la batalla.
Más bien me sorprendo por existir demasiado. Es como si no habría sido necesario tanto transcurrir.
Desde la distancia irreversible preguntaré de qué sirvió la ansiedad atravesada en la garganta.
Y talvez mi última respuesta sea una sonrisa frutal, alguna manera de apaciguar mi rostro.
Allá me darán la bienvenida. Me explicarán que la nada es el territorio apacible del reposo.
Y en el persistente vacío por fin seré feliz sin que nunca lo sepa.

*

Liposucción

Nadie se hace liposucción en el alma.
Tampoco nadie está dispuesto a realizarse una cirugía plástica de los sentimientos.
Aún falta que aparezcan masajistas del ánimo, terapistas de las dudas agazapadas.
Caminamos por el tiempo apoyados en bastones invisibles.
Abrimos puertas con la presión de la monotonía o a veces las cerramos con las patadas de la rutina.
Huimos de los afectos cotidianos y buscamos algún cuerpo dotado con prótesis amatoria.
Las oraciones a dios o a la virgen o a los fetiches son fórmulas que repetimos desde la inconciencia.
Imposturas externas es lo que exhibimos. Parodias de nosotros mismos.
Jugamos a ser lo que no somos. Fingimos los orgasmos para no herir susceptibilidades.
Solemos hablar desde el multitudinario vacío que llena de burbujas nuestra filosofía de bolsillo.
Nos preocupa nuestro peso corporal más que los caminos sinuosos de la ética.
Creemos ser libres en medio de las esclavitudes del cajero automático o la tarjeta de crédito.
Alguien debería abofetearnos en el ego. Alguien deberia colgarnos de los pulgares cínicos.
Qué poco humamos somos cuando pretendemos ignorar la mano del mendigo.
Qué poco humanos somos cuando nos hacemos a un lado al pasar por donde duermen los dementes y los drogadictos.
Hay gente que grita en el departamento contiguo y alzamos el volumen de nuestra música impostora.
Desconocemos el olor de los zapatos ajenos. No somos capaces de mirarnos desde el otro espejo. No nos responsabilizamos de las vidas deshechas de los de la casa de al lado.
Todo está bien. No hay problema. En el gimnasio o en el gabinete de belleza aguardan las respuestas existenciales.

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