Envoltura de polvo
Por: Rodrigo Murillo Carrión
Machala, Ecuador
*
La desgastada y angosta carretera
levantaba una envoltura de fino polvo
con el paso fuerte de los camiones,
dejando en sombras a los caminantes
que iban quedando atrás,
en la angosta vereda, flanqueada
de escuálidas plantas polvorientas.
Abrazados por la espesa nube,
eran fantasmas que flotando
desaparecían de la mirada compasiva.
*
El color liviano del polvo reincidente,
prendido en las paredes,
manchaba de manera uniforme
las pequeñas casas
desplazadas a lo largo de la ruta
y de un escabroso cerro.
Los sacrificios en la procesión
de un atrasado progreso.
*
En los días de verano, cuando el
sol eliminaba cualquier gota
de frescura, las nubes del polvo
invadían la intimidad de los hogares
cubriéndola como un sucio tapete,
que infectaba el aire para respirar.
Y cuando el carro detenía la marcha,
a los viajeros y elegantes pasajeros
les tocaba el turno de recibir el torbellino.
Un remedio, como echar agua en la vía,
producía el agradable aroma de la tierra mojada, pero resultaba insuficiente.
*
En el invierno, ligeros derrumbes
y un espeso barro
traían molestias alternativas.
La lluvia era un sedante, cuando no
se precipitada en forma de diluvio.
Las plantas agradecidas tomaban
un baño y recuperaban su color,
las chacras renacían en el
oleaje de la cordillera.
*
La carretera, además de tierra pulverizada,
llevaba el tránsito hacia una ciudad cercana;
a los jóvenes, con impecable
uniforme y abrigo,
nos ponía de ida y vuelta al colegio.
A los trasnochadores los conducía
a los refugios donde celebraban
unas convenidas fugas de amor.
A ningún muchacho le importaba
viajar colgado de un estribo,
o en la capota del carro, haciendo piruetas.
*
¡Cuántos viajeros y transeúntes
habrían pasado por el mismo sendero
a lo largo de los años!
De todos ellos, una frágil anciana
nunca faltaba a un recorrido diario
que le habría prometido al camino.
Con un vestido remendado y
trenzas canosas, desafiaba a la edad,
a la piedra chancada, indiferente a la
protesta del cansancio;
estaría buscando su forma de sobrevivir,
abriéndose paso en el remolino
de polvo y en la arena caliente del suelo.
*
Cargaba unas talegas llenas de algo
que le serviría para comer y alimentar
a sus perros, talvez para operar
un intercambio.
Nunca conocí su punto de
partida ni el de llegada,
origen y destino para urdir sospechas.
A veces imaginaba que saldría
de una caverna secreta,
de un laberinto cubierto de monte.
Siempre estuvo allí, caminando,
con paso seguro y moderado,
en las subidas y bajadas.
*
La frecuencia cotidiana de un
encuentro, que se volvió ritual,
la convirtió en un personaje mítico,
producto de una imaginación febril
que buscaba el templo de los
sabios consejeros.
A ella, le entregué mis pensamientos y
le hacía las preguntas de todas las cosas que conocería de su prolongada vida,
las que yo ignoraba en mi corta edad.
Jugando en el interior de mi mente,
formulaba las preguntas y algunas
respuestas, cuando podía encontrarlas.
Con discreción y en silencio ocurría
la abstracción, mientras distintas
conversaciones llenaban el encerrado
entorno del transporte.
*
Quería averiguar si procedía de
un mundo perdido en la época
de los magos.
De cuántas batallas, patriotas
y heroínas conoció de cerca.
¿Sería ella una emigrante que se
acomodó para estar sola?
¿Estaría satisfecha, inconforme
o resignada con sus circunstancias?
¿Algo le quedaba pendiente?
Su temple era puro estoicismo, noble,
y parecía de una paciencia eterna,
como para ofrecer confianza.
Necesitaba interpretar la soledad;
porque yo la había sufrido y amaba la compañía de mis amigos y hermanos,
pero también sentía regocijo
en un escape que me dejara soñar.
Sin experiencia en el amor, con
la urgencia de aprenderlo,
mirando a las bellas colegialas
en las butacas del transporte,
le repetía la más importante
de las preguntas:
¿Cuánto dura este sentimiento
que se compone de euforia,
melancolía, insomnio y sueños?
*
Por su paso de augusta serenidad,
y su mirada firme hacia el horizonte
adivinaba que una gran inteligencia le
proveía las emociones y el coraje
para no ceder al agotamiento.
La verdad era esquiva.
Las inquietudes complejas.
No siempre encontraba salidas
ni respuestas,
y ya nuevas interrogaciones
pugnaban por enunciarse,
con entusiasmo y fruición,
las que ahora formulo con mayor
precisión:
*
Quería conocer todo: la razón del
Infinito en la levedad de la existencia.
Si la esencia del ser es un destello de la materia o un duende escurridizo.
Si el tiempo es lineal, da vueltas,
o se hunde en círculos sin retorno.
Si el futuro se halla inscrito en
la geometría de las estrellas.
Yo vivía fascinado con lecturas
dirigidas a interpretar el universo
con fantasías y consagrados mitos.
De vuelta, con los pies en tierra firme,
traía más inquietudes para el desvelo:
*
Su percepción del vacío
o de un cielo poblado
cuando se tiene de frente el final.
Su calificación subjetiva del tiempo,
ahora que había llegado a la vejez.
De cómo sostener el equilibrio,
la cordura y la perseverancia a través
de los cerros olvidados,
cuando la cosecha es magra.
El procedimiento para disfrazar el olvido
o el tedio y asumir un estilo con lozanía.
La filosofía capaz de admitir una realidad
que disimula sus llagas con maquillaje.
Y me urgía aprender el arte de presentir
el pecado en sus astutos camuflajes.
*
Preguntas sencillas u odiosas
que se hacía un joven solitario,
con ansias de saber cuántas
formas tenía la verdad.
Cuando él mismo, con someras reflexiones,
debía procurarse soluciones.
*
Pude crearla como la ajena confidente
de mis primeros secretos;
la dibujé como faro en las tinieblas
y refugio de mis temores;
se convirtió en la interlocutora
de mi conciencia.
Y un día no apareció más.
Entonces la busqué entre los
fantasmas que el polvo aún creaba,
y así penetré en el mismo sendero de ficción, que me devolviera a la
dimensión de mi secreta fantasía.
Todavía quedaban muchas preguntas
esperando su turno,
mortificando mis preocupaciones.
No pude revivirla, ni pude localizar
sus huellas.
Entonces creí que su espíritu
volvería a cumplir una tarea final,
a recoger pasos y ayudarme
con las respuestas que aún no
tenía resueltas.
Imaginé que pasaría por última vez,
repartiendo humildad, su
resignada sabiduría, luciendo
brillante armadura, triunfadora,
sobre el viejo carretero, rodeado de plantas
que se murieron de sed.
Me quedé esperando.
*
Yo también abandoné esa ruta
de ilusiones y delirios. Extraño y
evoco con ternura las experiencias
vividas en esas envolturas de polvo
y arena. Pero ya concluyó la temporada
de la inocencia urgida por el despertar
de las emociones. No volverán los
racimos de estudiantes amontonados
sobre un camión.
*
Hay una respuesta que se mantiene, después de pensarla y vivirla por todos
los caminos recorridos: la verdad existe,
sobre la elevada cumbre de un volcán, de
complicado ascenso; ofrece diversas
perspectivas y miradas, pero está,
Inalterable y sola, allí.