Quién sabe…
Por: Rubén Darío Buitrón
Ecuador
Quién sabe si los ancianos eligen el Alzheimer como una fuga a la felicidad secreta.
Quizás deciden, en su silencio más clandestino, que el pasado es serenidad y gozo.
Que la memoria debe quedar estacionada en los momentos donde fueron intensamente ellos.
Que vivir el presente es una ansiedad inútil, una decrepitud del paisaje humano.
Quién sabe si los ancianos no están enfermos, si gozan de los instantes que les fueron decisivos.
Hay recuerdos que cuelgan de su mirada perdida como ropa recién lavada y con olores frescos.
Están los amores, están los placeres, están las más vertiginosas experiencias del deseo.
Están los sonidos, las palabras, los encuentros que quedaron repicando por siempre en los relojes.
Quizás es su manera de evitar que las horas que vienen arranquen de raíz las nostalgias frutales.
Los ancianos se estremecen con la lejanía de un bolero nocturno o la vieja algarabía en una plaza.
Talvez no pretendan más que aliviarnos la pesada carga de soledades que agobia al mundo.
Los hijos y los nietos suelen compadecerse como si entendieran lo que se mueve allá adentro.
Como si les diera pena de que no compartan las plagas, las guerras, los miedos de los ahoras.
Como si fuera necesario que ellos sufran el dolor de la incertidumbre y la pesadilla contemporánea.
Quizás advirtieron que ya fue suficiente con lo que atesoraron en el sabor de los abrazos y los besos.
Que había llegado el día de flotar alrededor de las ideas fijadas en lo más bello del transcurrir.