Una entrevista inusual
Por: David Marinely Sequera, Ph.D.
Venezuela
Es el año de 1828, la República de la Gran Colombia goza de una calma parecida a la que precede a una erupción volcánica. Llevo algunos meses tratando de entrevistar al hombre más grande de la América del Sur, Simón Bolívar, el Libertador, pero todo ha sido un imposible. Nunca he conocido su rostro, pero sé que, gracias a su espada, todo un continente le debe, incluso, el aire que respiran sus habitantes.
En este intento de acercarme, salí el año pasado desde Venezuela para alistarme en el ejército libertador pero ciertas vicisitudes han impedido que logre mi cometido. Se me ha negado el ingreso al ejército so pretexto de mi origen español; por ese motivo, he cambiado mi nombre y mi identidad y, como un desconocido, llego a la ciudad de Bogotá. Sin embargo, no es fácil el acceso al libertador. He tratado de concretar una cita, pero nadie sabe exactamente dónde va a dormir cada noche, por medidas de protección, supongo. Unos dicen que está en Bucaramanga, otros que en su cuartel general en Bogotá; otros, para mi infortunio, en Perú, en la Magdalena, su casa de descanso.
El general Bolívar es un hombre admirable, su palabra es ley. Ha logrado quitarle a España sus más preciadas colonias y las ha hecho repúblicas libres. En menos de dos décadas ha derribado trescientos años de esclavitud y colonialismo. Sin embargo, no todos le aman, muchos le temen y otros le odian a muerte. En estos días se conoce que el libertador desea llegar hasta la Argentina e incluso hacia la misma España para volverla a libertar. Muchos lo creen un loco, yo lo veo como un soñador de próximas realidades. A su lado está permanentemente una hermosa mujer quiteña de largos cabellos negros y una juventud que embelesa; también están muy cerca de él altos funcionarios deseosos de quitarle sus intenciones y su vida. En verdad son tiempos difíciles.
Hace un hermoso día. Me decido a conocer el pintoresco Pueblo de Guaduas, famoso por sus bellos paisajes, ojalá la gente también sea así. Luego de refrescarme en el río y comer algunos mangos me dirijo a la pulpería del pequeño pueblo donde todo se sabe y todo se escucha. Algunos arrieros vienen a descansar y conversar mientras la chicha es servida en grandes taparas por bellas muchachas de Cundinamarca. Se dice que septiembre será un mes de magnicidio y revolución, como si ya no viviéramos una.
Sigilosamente me acerco a uno de ellos que está en la barra. Este me mira con aire desconfiando, pero luego de un rato, le busco conversación.
_ Largo viaje recorre camarita. _Me atrevo a decirle mientras hago una seña para que traigan bebida.
_Y todavía es que me falta compa _me responde mientras me mira de arriba abajo. Luego continúa. Usted no es de por estos lares.
_No que va, ando por acá queriendo sabe algo del nombrado Bolívar.
Un gesto de desaprobación se dibujó en su boca. Toma aire y me contesta:
_La autoridá de Bolívar es cuestionada. El general Santander no comparte los ideales de un gran estado. Le basta con ser la máxima autoridad por estas tierras, pero mientras viva Bolívar eso no podrá sé. Por eso es que se dice que se avecinan malos tiempos.
De repente, el arriero, sin dar mucha explicación se despide:
_ Yo como que sigo mi camino_ y se marchó del lugar.
La verdad que la idea de un atentado contra la vida del Libertador a manos de los Santanderistas cobra sentido cada día que pasa, temo lo peor.
Quiero anotar el evento reciente. Tomo una diligencia barata y llego a Bogotá. Me he alojado en una pensión de mala muerte. Mis ahorros traídos de Venezuela ya no son suficientes como para aguantar una semana más. Ya han pasado varios días que no pago el arriendo, solo poseo algunos papeles, tinta y un pedazo de pan en el bolsillo de mi levita. Ha llovido a cántaros. El agua corre rápidamente por las calles empedradas mientras me dirijo a la pensión, algunos serenos apagan las luces y gritan:
_Casi media noche, y todo sereno.
Al llegar al portón de la posada observo una ropa y otras cosas de mi propiedad tiradas a la calle. Toco varias veces, pero todo es en vano. Una señora con mala cara me observa desde el balcón superior y cierra sus ventanas estrepitosamente. La verdad es que no podía irme peor, eso creía yo.
Ya sin esperar nada bueno de esta ciudad tomo mis cosas y me dirijo calle abajo sin más compañía que la lluvia y una sensación melancólica de sentirme tan poca cosa. Para males peores escucho unos disparos, gente con ropas oscuras y sombreros altos de copa corren y se esconden en las oscuras esquinas debajo de las casas entejadas. Atemorizado, me refugio detrás de un árbol y escucho a un hombre armado y sin rostro decir:
_ ¡Se nos ha escapado el traidor!
Sin entender absolutamente nada, logro escurrirme y alcanzo a ver un puente de piedra. Al llegar me refugio debajo de sus concavidades, pero el barro y el agua de un arroyo que lo recorre me llegan a las rodillas. La incertidumbre se apodera de mí, mientras bandas militares se escuchan correr en desordenada tropa sobre el puente. La oscuridad del lugar, el frío de los ladrillos viejos y mohosos del puente y los sonidos de los grillos y sapos retratan una escena dantesca de la cual no puedo escapar. Tratando de esconderme aún más me interno en el puente cuando de pronto siento un frío metálico en mi sien, mientras un sable me aguarda a una corta distancia.
Una voz grave y cortante, decidida y desafiante me quita el aliento:
_No intentes seguir. No quiero darte un pistoletazo y apagar tu vida.
Inmediatamente, casi por instinto levanto mis brazos y digo:
_Me haría usted un favor.
De repente, la luz de un rayo lejano se asoma y me hace ver los ojos de mi verdugo; observo en ellos la negritud de la noche y la altivez de un rey. Lentamente siento cómo la punta de la pistola desciende de mi rostro y se posa en mi abdomen.
_Es una noche de tristeza, todo acaba injustificadamente _le oigo susurrar a este hombre que ya no me apuntaba. Sin más, observo que lentamente se sienta en los matorrales del arroyo mientras yo hago lo mismo. Luego me pregunta:
_ ¿Quién eres en verdad, y qué buscas?
Tomando aire de alguna manera le comento a ese hombre o espectro quien era, cómo había buscado al Libertador y mis últimas desventuras gracias en gran parte a la inclemencia de la dueña de una posada.
El hombre hace un sonido fuerte con sus fosas nasales como comprendiendo mi situación.
_Sé lo que es ser apartado de lo poco que crees tener —comentó, luego agregó—: Años atrás el acceso a Bolívar no era tan complicado.
_ ¿Conoce usted al Libertador, Simón Bolívar? – le pregunto tratando de alejar mis temores acumulados en esos instantes.
—Digamos que somos muy cercanos _responde así mientras sostiene con su diestra la pistola y mueve el sable con la otra mano.
La noche avanza, el silencio se interrumpe con el ruido angustioso de ciertos pasos indecisos que se sienten sobre el puente. Su mano está preparada para disparar, al igual que su sable para embestir. Luego de una larga hora de incertidumbre se calma. Sus ojos me contemplan y aceptan mi compañía con cierto halo de confianza. Baja sus letales armas y me escucha:
_Quizá podría usted contestarme algunas cosas que ignoro sobre el Sol de Colombia _al parecer este epíteto le causó gracia. Haciendo una pausa, continué:
_ ¿Cuándo comenzó a servir a la causa patriota nuestro Libertador?
_Su padre, Don Juan Vicente Bolívar y Ponte, pertenecía a la nobleza criolla venezolana. El mozo Bolívar, subordinado a las leyes de España, era coronel de las milicias de los Valles de Aragua donde comenzó como Cadete. Lucía el vistoso uniforme de subteniente. Su hoja de servicio decía: “valor conocido, aplicación, sobresaliente”
_Es decir que, de tal palo, tal astilla. ¿Y quién era su madre? -continué, pero noté que al escuchar esta pregunta el rostro de este hombre se iluminó y dijo:
_María de la Concepción Palacios y Blanco. Mujer muy virtuosa y amorosa con sus hijos y de su hogar. Lamentablemente murió cuando Bolívar tenía nueve años quedando completamente huérfano.
_Pero, con tanta tragedia ¿cómo logra adquirir tanto conocimiento y experiencia para ser El Libertador? _ indagué muy confuso.
_El niño Simón tenía una cátedra de matemáticas para él solo, además de maestros particulares de la talla del gran Andrés Bello y del insigne humanista Don simón Rodríguez.
En verdad este hombre misterioso conocía de Bolívar, quizás era su edecán o un familiar, pensé. No quise insistir en su verdadera identidad y poner en riesgo tan ansiada información sobre el autoproclamado hombre de las dificultades. Me froté las manos para evitar la hipotermia y luego agregué:
_Sin embargo, después lo mandan a estudiar al viejo Continente, ¿no es así?
Noté que ese hombre tan delgado tenía mucho frío y trataba de tapar sus magras carnes arreglándose un camisón blanco de dormir. Luego de apertrecharse un poco, continuó:
_El mozo Bolívar, de diecisiete años, viaja a Europa y amplía grandemente sus conocimientos. Se hospeda en la casa de su tío Esteban, en España. Aprende esgrima y equitación. Luego está bajo la protección de un verdadero Sabio que le enseña todo lo necesario.
_Con tanto estudio creo que no tenía tiempo de enamorarse, comento ingenuamente. Me mira contrariado y expresa:
_Es en la casa de los Ustáriz donde conoce a su futura esposa, María Teresa del Toro con quien contrae nupcias, pero María muere prácticamente en la luna de miel.
Un triste suspiro dejó atrapado en las frías paredes. Luego, una pausa larga hizo este hombre que conocía tan bien la vida de Bolívar. Yo estaba extasiado, pero también sentía gran pena por su cadena de pesares. Tomé ánimo y decidí continuar:
_ ¿Cuándo decide Bolívar entregar su vida a la causa independentista americana Señor?
Hablamos un rato largo sobre los países liberados, intentos de asesinatos, proclamas, anécdotas. La madrugada se acercaba y el frío se acentuaba aún más. De pronto escuchamos unos pasos sobre el puente que nos cobijaba. Sentí que este hombre apretaba con más fuerza su sable, ya dispuesto a salir del escondite donde nos encontrábamos. De pronto se escucha una voz que grita:
_ ¡Viva Bolívar! ¡El Batallón Vargas ha detenido el magnicidio!
El delgado hombre sale del puente cuando escucha a los soldados patriotas gritar ¡viva el libertador! Yo lo sigo muy de cerca. De repente, un hombre de elegante traje militar, Urdaneta, lo abraza y le dice:
_ Libertador, el golpe ha sido neutralizado.
Sin poder salir de mi asombro, y siendo mirado con desconfianza por todo el regimiento, el Libertador poza su brazo en mi hombro y dice en voz alta:
_Es de los nuestros.
Bolívar vuelve sano y salvo a palacio, allí está la hermosa joven de negro cabello, Manuela. Ella, atraída por una fuerza irresistible, se lanza en sus brazos. Días después se supo que el autor intelectual del fallido magnicidio era el general llamado Francisco de Paula Santander. Urdaneta, juez de la causa, lo condenó a muerte, pero Bolívar le cambió la pena por destierro. Jurídicamente, nunca se comprobó su participación en el atentado.
Desde entonces formo parte de los amanuenses del libertador, acompañando al bien llamado “hombre de las dificultades”. Siempre estoy a su lado, sin embargo, sé que un gran complot se teje a su alrededor y contemplo en él, a mi pesar, una vejez prematura. Sé que es el principio del fin. Mi única alegría es dejar fe escrita, en numerosos tomos, de la existencia real de su vida y de sus ideas filantrópicas que le han dado libertad e identidad a todo un continente.
FIN