Loja y su realidad lingüística
Por: Dr. Oswaldo Encalada Vásquez
Academia Ecuatoriana de la Lengua
En estricto sentido, cuando se realiza la presentación de un libro se debería hablar únicamente de él, de lo que contiene, de su construcción, de sus objetivos, de sus logros, de su método, de su trascendencia, de los caminos que abre, y, finalmente, del panorama que crea en el ámbito de la cultura. Todo esto porque, en una presentación, el verdadero protagonista es el libro, enfrentado a sus posibles lectores. Así es y así debería ser; sin embargo, en tratándose de un libro del Dr. Fausto Aguirre, las cosas deben ser diferentes. Será, siempre, necesario hablar del autor, no porque no sepamos demasiado bien quién es, sino porque hablar de él se vuelve inevitable debido a su peso en la cultura nacional y regional. Sí, debemos comenzar diciendo dos o tres palabras sobre Fausto, porque es necesario decir las suficientes verdades que es indispensable que las recordemos y nos las grabemos, si es que queremos ser justos.
Sí, el Dr. Fausto Aguirre, es un académico perfectamente conocido en el ámbito de los estudios lingüísticos, como investigador y ensayista de temas especializados. Su dominio en el área de la fonética y la fonología es insuperable para el resto de simples mortales y aficionados. Es miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde hace ya muchos años, fue profesor en las Universidades y algunos colegios de la ciudad de Loja, urbe donde se afincó desde su lejana juventud y donde ha dejado regueros de cultura, de trabajo y de investigación. En la hermosa ciudad de Loja es el referente básico y más reconocido que existe. A su alrededor se han formado decenas de discípulos que han seguido sus estudios y profesiones con notable éxito. Fausto es también un humanista, una suerte de resucitado y renovado don Quijote, que ha salido por los campos de la patria a educar y enrumbar a las nuevas generaciones a enderezar entuertos y a desvanecer quimeras, como lo veremos más adelante.
Su producción ensayística es muy extensa y no podríamos, en este momento, dedicar mucho tiempo a enumerarlas. Ha trabajado también en el rescate de figuras de las letras lojanas, como es el caso de Ángel Felicísimo Rojas, y ha dedicado grandes esfuerzos a los estudios lingüísticos nacionales. Fue quien puso en las manos, nuevamente, de los ansiosos lectores la obra lexicográfica y dialectal de Miguel Riofrío, en una hermosa edición facsimilar.
Bueno, espero que los amables oyentes y telespectadores a través de los medios telemáticos sepan disculparme este primer excurso sobre el Dr. Fausto Aguirre, pero es necesario decir con palabras claras y justas quién es el autor.
Dicho esto, y ya con la conciencia en calma, dedicaré los minutos que siguen a hablar de la obra que hoy nos ha convocado.
Loja y su realidad lingüística es una vasta obra que contiene 678 páginas. Ha sido diseñada y publicada digitalmente por Ediciones El Quijote, en el año 2021, en la ciudad de Loja.
Me parece que antes de continuar con un breve examen de esta obra es necesario que me confiese a tiempo. Al leer el libro de Fausto, lo primero que se me vino a la mente fue la obra del sacerdote español Pablo Joseph de Arriaga, quien, en el año 1621 y en una editorial de Lima publicó una obra cuyo titulo singular decía: La extirpación de la idolatría en el Perú. Sí, desde la óptica cristiana de la España de ese tiempo, había que extirpar todo rastro de idolatría, porque los ídolos eran y son -según el pensamiento ortodoxo- falsos dioses, y falso es todo lo que representan, y por ser falso debe ser desenmascarado y puesto en su lugar.
Me parece que, en el fondo, Fausto ha retomado la sana idea de extirpar, ya no idolatrías, puesto que no estamos en el tiempo de la Santísima Inquisición con sus cárceles, sus cruces verdes y sambenitos, sino que ha querido extirpar una idea que, lamentablemente -y este adverbio “lamentablemente” es de mi cosecha y de mi intención- se ha extendido sobre los ciudadanos de Loja y aún del Ecuador. ¿Y cuál es esa tan peregrina idea? Pues nada menos que Loja fue, durante muchos años y hasta siglos, un reducto de judíos sefarditas.
Bueno, ¿y qué razones hubo para echar a rodar por el mundo tan estrafalaria especie?
Pues, ninguna. O, quizá, deberíamos decirlo, con más claridad, la única posible explicación -que no razón- fue la opinión de un autor de vocación hebraizante, que quiso ver -siguiendo sus impulsos- lo que no había y lo que no hubo. Y a partir de esta desdichada ocasión se ha ido generando y generalizando la idea de que Loja tiene hondas raíces y herencias sefardíes.
Y, como decíamos, de las razones que debió haber esgrimido el investigador en historia, no hay una sola, unita, que pueda sustentarse como razón científica y de verdadero y serio investigador. Bueno, el mal ya está hecho; pero nunca es tarde para intentar o comenzar la tarea de poner las cosas en su lugar y los puntos sobre todas las íes, inclusive sobre los ajíes.
Que en Loja y en casi todas las ciudades ecuatorianas del tiempo de la colonia debieron existir uno que otro poblador judaizante, secreto y oculto, eso debe ser muy probable; pero no se puede afirmar con pelos y señales, y muchísimo menos, atreverse a decir que la población X fue un centro de atracción y población hebraizante, arabizante o de cualquier otra clase.
Si no hay documentos, de nada sirve predicar en el desierto de las conjeturas.
Bueno, pues Fausto ha querido extirpar esta idea falsa. Por eso su libro comienza con dos pórticos: No a las conjeturas y Un portazo sin violencia. Sendos artículos donde pone en su sitio estas estrafalarias y trasnochadas ideas sin fundamento; pero, a la par que desenmascara lo falso y antojadizo, Fausto habla de verdaderos historiadores y de filósofos de la historia, y aunque Fausto no lo dice, lo que está haciendo es contraponer un discurso acientífico (el de nuestro autor nacional) frente al discurso absolutamente serio, formal y científico de un autor como Toynbee. Fausto no lo dice; pero su intención es decirnos: si quieren hablar de historia, sigan los surcos tan profundos y certeros que nos dejó Toynbee. Este autor es el modelo para hacer historia, una ciencia que se respete y que sea acreditada como un acercamiento válido a la verdad de los hechos humanos.
Aclarado este panorama el libro entra ya de lleno en el estudio fundamentado y sólido de la realidad lingüística lojana -aunque el autor hace excursos a la realidad ecuatoriana-. El último rincón del mundo, famosa frase con la que los mismos lojanos se refieren a su tierra, tan alejada -como otras muchas de la patria- de los centros políticos y de decisión. En este que es el primer capítulo el autor expone, con total conocimiento de la realidad, las características geográficas, históricas y humanas de los pobladores de la provincia, y explica las razones por las que en este lugar del país se produjo una especie de forma dialectal del español, muy conocida y fácilmente identificable, sobre todo en lo fonético; pero no desdeñable en el plano léxico-semántico.
El capítulo 2 se titula Lengua y cultura de una región. Aquí se habla de la innegable presencia -y, por tanto, del influjo- de la lengua vasca. Esta presencia sí está determinada por la gran abundancia de apellidos vascos que se hallan diseminados por la provincia y aún por todo el austro, presencia que modestamente nosotros también hemos planteado en otro trabajo. Y, naturalmente, Fausto lo que nos dice, para quien puede leer entre líneas es lo siguiente: De presencia sefardita, nada. De presencia vasca, confirmada, sí, y abundante.
Con este capítulo Fausto “entierra” definitivamente la “ilusión” sefardita, con la idea de “la gran complicidad”, como si la querida ciudad de Loja hubiera sido algo así como el centro judaizante de toda la América colonial.
En el capítulo 3 el autor se eleva, como gran conocedor que es, a las alturas de la reflexión, y nos muestra una panorámica de la Europa medieval, renacentista y contemporánea. Nos habla también, como conocedor, insisto, de las características de la lengua sefardita, o ladina. Y nos deja ver que el español renacentista y preclásico -incluso español medieval- guarda muchísimas características comunes con la lengua sefardita y posiblemente con otras hablas populares que debieron existir en la península ibérica.
Fausto nos trae un utilísimo diccionario de ladino-español, útil para quien quiera solazarse con estas formas dialectales, insisto, y útil también para ayudarse en la purga de ideas trasnochadas.
Y lo que nosotros vemos es que el sefardita o sefaradita es nada menos que una forma dialectal del español, una forma que, en este momento, nos parece, una variación más grafémica que otra cosa; pero también hemos visto que algunos sonidos del ladino pueden tener origen musulmán. ¿Y por qué no? Puesto que convivieron en España los árabes y los judíos, ¿Por qué no pudo haberse dado una mixtura particular? Así, me parece que la presencia del sonido correspondiente a sh – ch, en palabras que ahora tienen el sonido /s/ puede deberse al influjo morisco, como ya lo señaló a su tiempo, Menéndez Pidal, en su Manual de gramática histórica española (pág. 119).
Veamos unos ejemplos de esto que estamos afirmando:
dechidir: decidir. Egz: dechidirse: decidirse. Egz:
Y ahora el cambio de /j/ por /sh/
abashar: bajar. Egz:
basheza: bajeza. Egz:
basho: bajo, sórdido. Egz:
Aquí cabe añadir que la pronunciación de la letra x, en el español preclásico -que es el de los conquistadores-, se asemeja al sonido de la ch, o como sh, o incluso como s. Por eso se lee, en los cronistas, Cajamarca y Cassamarca; y Xauxa es Chaucha, como la parroquia rural de Cuenca. Y cho se escribe xo, y oxota como ozhota, jora y sora, jicama y chicama.
En cuanto a que el ladino presenta variaciones meramente grafémicas (y no fonéticas ni fonológicas) tenemos los siguientes casos:
de komer: comestible. Egz:
de vez en kuando: de vez en cuando. Egz:
dedikarse: dedicarse. Egz:
Ahora bien, en Loja -lo reconocemos-, se habla un español rico y diferente, sobre todo en la articulación de ciertos sonidos. Esto ha llevado a la siguiente afirmación: “Hablamos el mejor español del mundo. Esta oración es histórica, pues se pasa de generación en generación”, y los lojanos se sienten orgullosos de su lengua y también se sienten celosos en el deseo de mantener esta afirmación. Mientras en otros lugares campea el desconcierto lingüístico y la apertura desaforada a formas extranjeras -incluidas la presencia del inglés como lengua de comercio y publicidad- en Loja se trata de mantener sus formas habituales, su articulación rehilada de la /r / es característica y única. Quizá esta individualidad (colectiva, si se me permite el quiasmo) se deba a que Loja, como tantas otras ciudades del interior serrano estuvieron durante siglos encerradas y aisladas de los centros de contacto y comercio, así como también de los centros políticos de decisión. Este aislamiento llevó a que estas ciudades evolucionaran con sus propios fermentos y con el apoyo de las lenguas del sustrato, evolucionaran en una línea propia e irrepetible, en cuanto a su lengua. Esto mismo pasó con la ciudad de Cuenca y su área de influencia.
El capítulo 4 incorpora algunos constructos científico-lingüísticos, con trabajos que van desde el gran maestro Antonio Quilis, hasta el mismo autor, el Dr. Fausto Aguirre, donde nos enseña las características del español, lojano en lo fonético, en lo sintáctico, como es el caso del uso de leísmos laísmos y más:
En el ámbito de la conjugación se utiliza el pretérito en vez del presente. Por ejemplo, se escucha “valimos”, permanentemente por “valemos”. “Dentro de este orden se dan muchos casos, pudiendo calificar este asunto como desencuadre de la conjugación. En Loja se da la tipificidad de estábanos, comíanos, decíanos, llorábanos en vez de estábamos, comíamos, decíamos, llorábamos”. (p. 235)
Y en el caso de los fenómenos semánticos y sintácticos el autor nos dice:
El soler y saber se utilizan sin discriminación semántica: sé ir al cine, sé ir a las fiestas, sé conversar permanentemente en los cotilleos, etc., en vez de: acostumbro ir al cine, acostumbro ir a las fiestas, acostumbro a conversar permanentemente en los cotilleos. El leísmo, el laísmo y el loísmo, es decir usos desencajados de “le”, del “la” pronominal, del “lo” pronominal. Conversamos de qué está cultivada esta tierra. La respuesta, casi general, es “lo cultivamos de maíz”. No se diferencia de manera precisa los morfemas: le, les, me, te, se, nos, os, se, que, en todos los casos, sintácticamente, funcionan como complemento indirecto. En conversaciones con amigos informantes, decimos “iré a visitar a mi madre”. La respuesta del escucha es: ¡Ah, entonces le irás a visitar a tu madre! (p. 236)
Este capítulo se cierra con una lista de apellidos sefarditas y con la incorporación del Diccionario ladino-español. La finalidad de este diccionario es desterrar y extirpar ideas falsas.
El capítulo 5 nos presenta, como una forma de retornar a las ideas iniciales de la cuestión judía, pero ahora ya desde una óptica del periodismo y la filosofía política, de lo que ocurre con los pueblos de Israel y Palestina, y detrás de ellos, los poderosos juegos de las grandes potencias, no siempre bien intencionadas, pues que el posee el garrote está libre de ser cortés y de respetar el derecho ajeno. Aquí hay artículos de Noam Chomsky, de Eva Illous, de Ezequiel Kopel y de Shlomo Ben Ami.
El capítulo 6 es el de las fuentes. Todo un capítulo, en extensión y todo, para precisar las fuentes de una investigación. Todo está fundamentado y no son opiniones aguachirles ni aventureras. Ese es Fausto, el que cuando dice algo, lo sustenta, con todas las armas posibles del conocimiento y la fuerza de la razón histórica, debida y suficientemente justificada. Este es, queridos amigos, que han tenido la paciencia de escucharme, la naturaleza y características de este libro. Una publicación que pone en claro muchas cosas y destierra, definitivamente, otras que no merecen presentarse en la palestra del pensamiento, porque solo han servido para crear espejismos.
La palabra, su expresión, uso, poder, como arma para la reflexión y el conocimiento, una verdadera razón para vivir sin espejismos.