I LOVE 80 ´s
Por: David Marinely Sequera, Ph.D.
Venezuela
Yo tengo un amigo de nítida Fe
que sueña tener su morada en el sol;
aun siendo locura no lo aconsejé,
quizás al contario, me vaya con él.
Raúl Torres (cubano).
Deseo contar una historia que para muchos pareciera irreal pero que me cambió la vida y sé que también a mis viejos amigos de nuestra banda “los irracionales”. Muchas veces la locura se disfraza de arcoíris y la preferimos a una dura realidad que, como fuerte aguacero, nos entristece y no nos deja salir de casa.
Ensayábamos toda la semana en el garaje de casa de Kodiak, quien tocaba el bajo. La banda se presentaría el sábado en la noche. No sé cómo su mamá nos soportaba. Ella se ponía sus audífonos y encendía el Walkman mientras nos repartía unos deliciosos tequeños dorados tarareando “People from Ibiza”.
Alexis tocaba la guitarra, William la batería y Miguel Ángel era el vocalista. Yo era el compositor y el que les hacía el transporte en mi nueva Combi último modelo del año 83. Los sábados al medio día, después del ensayo comíamos arepas en la Taguara de la señora Carmen y los domingos jugábamos fútbol en la cancha de los salesianos.
—Vamos muchachos, ensayemos una vez más que mañana es nuestra noche —levanté los brazos de forma apoteósica mientras William y los demás escuchaban la radio AM.
—Pero si tú no tocas en la banda _bromeó entre risas Alexis mientras jugaba con un cubo rubik.
—Ja, ja, ja —expresé en forma sarcástica—. A ver qué tocarías mañana si yo no hubiese escrito la canción.
Todos tomaron sus instrumentos y William chocando las baquetas gritó:
—Un, un, dos tres.
En verdad que la canción era hermosa… Toda ella se ensamblaba armónicamente, excepto por una cosa: a Miguel Ángel, sin soltar el micrófono, le daba por caminar tres pasos adelante y se distanciaba tanto de la banda que parecía que cantaba solo. Al comentarle me respondió:
—Es que cuando canto cierro mis ojos y, sin saber cómo, me inspiro demasiado y me corro hacia adelante.
—Cada loco con su tema— le dije mientras le palmeaba el hombro.
Llegó el día de la presentación, mejor dicho, la noche. Todos lucíamos fenomenales con nuestros cabellos punk y nuestro peculiar estilo Rock Pop a lo Metállica.
Un, un, dos tres. La música comenzó. Luces coloridas, candilejas y un público que gritaba Peace and love mientras levantaban las manos gesticulando el signo del rock.
En verdad éramos la sensación de la noche, la canción transcurría con vítores hasta que Miguel se inspiró demasiado y cayó del escenario. La multitud gritó pensando que era parte del show, pero todos callaron cuando la banda dejó de tocar y fuimos a recogerlo.
Tres días después, seguíamos en el hospital. A Miguel tuvieron que abrirle la cabeza y extraerle un hematoma del golpe que se dio. Todavía no despertaba. Nos tuvimos que turnar para cuidarlo ya que las enfermeras no nos querían en el hospital porque supuestamente olíamos mal.
La noche en que me tocó cuidarlo, me quedé dormido en la silla de la habitación. Un carraspeo me despertó.
—¿Usted es el familiar de Miguel?
—Sí yo soy _le dije sin saber a quién le respondía.
—Ha tenido suerte el joven. El golpe_ lo decía mientras levantaba una tomografía confusa_ solo ha dañado el lóbulo temporal, encargado de procesar los recuerdos.
—¿¡No va a recordar nada doctor¡?
—El cerebro es como un laberinto y como tal los recuerdos almacenados buscarán infinidades de salidas como parte de las manifestaciones postraumáticas. Es decir, solo el paciente, cuando despierte, si es que lo hace, nos dirá lo que recuerda o lo que no.
Miguel despertó… veinte años después, en otro siglo, en otro milenio.
Al darse la noticia, decidí reunir a toda la banda, ya disuelta después del accidente. No fue fácil pero luego de varias llamadas logré ubicar a cada uno; vaya suerte, estábamos vivos y habitando la misma ciudad. El punto de encuentro fue en la casa de Kodiak. Su papá había muerto el año anterior pero su mamá seguía fuerte, así como su carácter bondadoso. Nos recibió y preparó unos tequeños como los que nos hacía durante y después del ensayo. William era maestro de escuela, Kodiak era músico de restaurant, Alexis era todo un gerente musical, cazador de talentos, yo me quedé escribiendo libros y atendiendo una vieja librería. Luego del encuentro fuimos al hospital a visitar con nuestro amigo. Lo que no sabíamos es que nadie en el hospital, por cuidar su salud mental, le había dicho que su convalecencia duró apenas 20 años.
Éramos otros, por dentro y por fuera, Miguel no nos reconoció, o casi. Una enfermera lo asistía
—¿Qué hacen acá los papás de mis amigos? ¿Le ocurrió algo a Kodiak, Alexis, David…? —miró con angustia e incomprensión a la enfermera.
—Si somos nosotros Miguel, solo que más viejos.
—¿Dé qué hablan? Qué mal chiste.
William sacó un yesquero plateado y mostrándoselo a Miguel le dijo:
—Todos hemos cambiado. Mírate.
Miguel Ángel tomó con nerviosismo el objeto frío y plateado y, al ver su rostro, dejó caer al suelo el encendedor y comenzó a realizar una serie de espasmos involuntarios parecidos a un ataque de epilepsia.
Enfermeras y doctores llenaron la habitación mientras vigilantes fornidos nos botaban del hospital.
—¡Qué buena idea tuviste William! _le dije molesto. Cuando se me venía encima, con los ojos aguados, Kodiak se interpuso. Luego todos nos alejamos sin despedirnos con una tristeza más pesada que los años que llevábamos encima.
Una semana después me acerqué al hospital. Entré por la sala de lavandería para evitar a los amables vigilantes. Al llegar, con no pocos obstáculos, a la habitación, Miguel ángel seguía en la cama. Esperé un par de horas en el pasillo hasta que el mismo doctor me reconoció y me dijo:
—No esté triste, levante ese ánimo. El paciente tenía varias décadas dormido y despertó en los días pasados.
—Sí, pero, volvió a dormirse doctor.
—Y volverá a despertarse. Lo que Miguel sufrió fue un fuerte impacto emocional que afectó su corazón. _Una mirada de asombro visitó mi rostro_. Tuvimos que operarlo de emergencia, y está dormido por la anestesia.
Esas palabras me alegraron tanto, como cuando un niño es visitado por su mamá en la escuela.
—Miguel se recuperará, pero, lamentablemente, su mente no encontró la salida del laberinto, es más, solo estando allí se mantendrá con vida.
—Disculpe doctor no le entiendo nada.
—El cerebro de Miguel se ha quedado en la edad que tenía para el momento del accidente, veinte años aproximadamente. Cualquier vivencia que lo aparte de “su realidad” generará, en palabras coloquiales, un corto circuito cerebral o un nuevo infarto y le aseguro radicalmente que eso no lo soportará otra vez.
Muy confundo estuve. Me senté en un banco del pasillo y me quedé pensando por varias horas. Al llegar la noche me volvieron a sacar del hospital. Vagué por las calles viejas, desde un antiguo bar se escuchaba la canción La isla bonita y recordé en cada una de las esquinas todas las vivencias que con Miguel y la banda se quedaron plasmadas en nuestros recuerdos.
Días después reuní a nuestra exbanda en el garaje de la casa de Kodiak y les exhorté:
—¿Y qué vamos a hacer muchachos? _ Comenté con voz de auxilio y de amistad. Poco a poco les conté lo que me había informado el doctor.
—Los años— dijo Kodiak—, no pasan en vano. Estoy contento de que Miguel esté mejor, pero tenemos compromisos, familia y otras prioridades.
El ambiente era turbio, Alexis solo atendía su celular y Willians leía un libro.
Confundido me levanté y les dije:
—Si le hubiese ocurrido el accidente a uno de nosotros no dudo que Miguel lo apoyaría. Ese loco lo daba todo por el grupo o es que no recuerdas Willian cuando chocaste el carro por andar tomado. Miguel te sacó del carro y tomó tu lugar mientras los fiscales de tránsito lo acosaban con miles de preguntas.
Alexis guardó su celular y asentó con la cabeza, los demás también callaban como apenados.
—No recuerdan cuando Kodiak perdió una apuesta y fue Miguel quien vendió una de sus guitarras para que no fuera preso. O la vez en que Alexis puso Tarzán boy en los parlantes de la escuela, fue Miguel quien se echó la culpa porque una amonestación más y Alexis perdía el año. Ahora nadie se acuerda de nada.
La viejita entró con unos tequeños dorados en la sala mientras tarareaba la canción de Roberto Carlo: Tú eres mi hermano del alma, realmente mi amigo. Cada uno tomó dos o tres tequeños y se fueron como ahuyentados sin despedirse, como si no les agradase de la letra de la canción.
Miguel Ángel fue dado de alta hace dos años. En el vecindario nos siguen llamando, y con más razón, los irracionales. Vestimos estilo ochentero, al igual que nuestros hijos, los fines de semana ensayamos en el garaje de Kodiak y luego disfrutamos las arepas donde la señora Carmen. Los domingos jugamos fútbol mientras nuestras esposas conversan entre ellas sobre quién estará más loco, nosotros que nos quedamos en los ochenta o ellas por seguirnos la corriente. Alexis frecuentemente le compra discos de vinilo a Miguel Ángel. Yo, por mi parte, cada día cierro la librería un poco más temprano y me voy donde Miguel, leemos, escuchamos música y vemos películas como las de Indiana jones, sus favoritas.