Sueño de una tórrida noche de verano que será en agosto
Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias
*
Hasta el campo enemigo fui arrastrado,
mi cabeza chocando con las piedras.
Un arcángel de voz lívida
silbaba insultos por su boca de serpiente.
Con qué terrible odio me miraba
bajo el dintel, inmóvil,
señalando a lo lejos con su espada.
Despavorida huía entre los árboles
la enamorada capa de un vampiro.
Su cabeza, la de un espantacosas,
cobrizas llamas por su boca abierta
y por orejas dos despertadores.
Miré la hora: ¡Dios, qué tarde era!
Circulaba por las venas de la noche
el temblor de una anémona furtiva,
reflejo de los límites adversos
que alboradas perfilan y ponientes.
Por calles y caminos desolados,
entre ratas y esquivos blattodeos,
pisando ojos, narices, manos rotas
y fragmentos de sueños desvaídos,
me hallé sin saber cómo ante un palacio
brillante de lucernas y cortinas.
Los invitados llegaban a la fiesta:
Una estatua de yeso con una bala en la frente,
un pájaro disecado, aventando el serrín
de sus alas muertas,
el esqueleto de un perro ladrando en silencio,
una mano con uvas, pocas,
otro esqueleto enjoyado,
una percha en el escote bajo la nuez,
el hombre invisible, con su careto vendado,
la bandeja con la cabeza del Bautista,
otra bandeja con la cabeza de Cicerón
y otra con los pechos de Santa Olalla
rezumando sangre y leche;
la mula Francis, rebuznando en inglés,
un viejo sodomizando con fervor a una paloma
(blanca, naturalmente),
los estambres de un hibiscus seco,
tres anillos de estaño, sin dedos,
una naranja sonando su música,
una sopera llena de sangre,
un ahorcado con la lengua colgando
y una caja de bombones vacía.
Detrás de una columna salomónica
miraba cómo entraban patinando
sobre sus propias babas purulentas.
Las puertas tras el último cerraron,
se apagaron las luces del palacio
y solo la titánida Selene
en formas descifraba
las sombras del camino.
¡Oh noche, bienamada por los gatos
y temida por los niños perdidos,
suspiro o voz de sauce en cuyas ramas
una paloma negra hace su nido,
no hagas que yerre el vuelo plateado
de las flechas del arco de Artemisa!
Mientras el bosque cede paso al día
las estrellas en el desierto llueven
y te pueden caber en una mano;
semejan corazones pequeñitos
que iluminan visiones muy brumosas.
Cuando el silencio creador levante
resplandores dorados en la arena,
las vaghe stelle te conducirán
donde mora la Osa, que en la infancia
tus pasos en lo oscuro acompañaba.
¡Amo este desierto tanto como te añoro a ti!
El tibio corazón que mueve el mundo
está perdido en el paisaje umbrío
de las dunas cambiantes que guarecen
el relincho postrero
de la yegua noctívaga.
Con ritmo vacilante el tiempo pasa
Como una flecha que no encuentra blanco
y una incierta brisa bambolea
la rala cabellera de las palmas.
Amanece más allá del mar…
Julián Ayala Armas lo soñó en Santa Cruz de Tenerife la noche del 16 de junio de 2022