La ausencia
Por: Eugenio Crespo
Poeta, Cuenca (Ecuador)
Enero del dos mil once. Heme aquí! En esta tarde alucinante de relajante quietud,
para sentarme a la orilla absolviéndome de mis temores y en callado equilibrio poder escribirte
en un lenguaje primitivo y sin visión de los números; aunque no alcance a decirte todo lo que siento por éstos temblores venidos no sé de dónde y de este ácido silencio que no da tregua y penetra y turba el ritmo de la sangre llevándome debilitado a los campos del miedo
Ahora, que te veo como una nave de frágil costillaje abandonada en el curso de las aguas y sin registro alguno. Con una carga de siglos, con el peso de todas las ausencias
masticando esta soledad de nadie y concurriendo a las imágenes de la memoria para recordarte.
Temblorosa y quebrándote de un modo extraño avanzas a los extremos de éste exiliado espacio, para con tu bastón de apoyo trazar enrevesadas figuras en el pizarrón del día, y luego, sin reparo alguno golpear decididamente en el ondulante espejo de las aguas en donde te reflejas, logrando desdibujarte y perder hasta el carmín de los labios.
Hoy, siempre hoy, llamándote con reclamo de adolescente desde una de estas cuadrículas que conforman, como un tablero de ajedrez, este desgastado patio: donde hemos ido callando tantos nombres, aún los nuestros; y no habrá jugada alguna.
O desde la alta buhardilla amontonada de lecturas e inacabados poemas
que han ido creciendo como un castillo de naipes y envejeciéndome la memoria.
O desde esta ventana agostada y lejana, como un viejo vertedero, en la que me apoyo sumido en las profundidades de mi hastío. Aquí sembré la duda, edifique mi derrota.
Desde aquí cuestioné el orden de las cosas y daba rienda suelta a mis monólogos, del cual ignoro.
Así pasaba frente a mí mismo mirándome con aire interrogativo, acusándome de mi libertad concedida y como un hábito antiguo, desarticulado vocales y consonantes
En mí ya germinado delirio.
Ya pronto oscurecerá, y mis manos están vacías. Noche aciaga y de hambre y de frío desmedido, con esta manta de silencio que no abriga y en que gimo como un animal mal herido; mientras tú aún no despiertas.
Se presenta el nuevo día, cercano, con un olor embriagante y azulado, pero sin respuesta alguna. Respirando hondo, una y otra vez más, hasta retomar el color vivo, ese color de plenitud siempre deseado, espero sin tropiezos alcanzar las aún equilibradas y húmedas paredes donde se hospedan elegantemente los retratos de familia y, con ciego afán rebuscar en su pasado, en sus centenarias miradas, alguna señal que me vislumbre o me advierta… O ya sea frente al espejo que enmarcaba el rostro del abuelo y de tantos más reflejarme sin estas muecas de dolor impresas y de un vaho cálido que humedezca mis sentidos.
Yo recuerdo aquellos días cuando nos llamábamos llenos de entusiasmo, como voceadores, a la mesa de antiguas cenas de familia, y repitiendo en silencio, en actitud de santos varones, dábamos el gracias por el pan del día. O frente al escaso fuego de la cocina cuando amasabas soliloquios sin aderezo alguno al ritmo de mis constantes y porfiadas preguntas, y como un arlequín provista de esa risa dulce y contagiosa, apoyada en el umbral de la vieja puerta de tus sueños recitaba al amor, eternamente.
Me enseñaste, desde cuando gateaba por los colores encendidos del abecedario a que extendiera los brazos en actitud de vuelo; porque el mundo real es distante, ajeno y lleno de jardines tardíos, me decías.
Y ya en la escuela, en ejercicio de la palabra, donde la enseñanza libera a la criatura humana, en medio de este caudal de voces indagatorias, en el cuaderno de apuntes bosquejaba al iluso ser con el que más tarde habría de enfrentarme.
Más cuando regresaba a tu regazo carente del verdadero sentido de las cosas y con la turbulencia del encanto, mirándome escéptica, en voz queda, apretándome la cabeza como para que aprendiera y no olvidara me recalcabas : que no sumará muchos números porque después me sería difícil restarlos, y que corriera como una gacela hacia mi objetivo y con la vista clavada en lo más lejos posible del universo para no perder el equilibrio en esta frágil cuerda del día.
Y otro día más, siempre otro día, con sus articulados y metálicos sonidos que asisten como una necesidad o anatema; mientras yo voy empujándome con estos remos imaginarios por las turbulentas aguas de la memoria en una larga e incesante plegaria hacia el último puerto: el de retorno; pero sorprendentemente vuelvo a verte abrumado, desde lo más alto de mi asombro: más fresca y lozana con una lágrima retenida en las mejillas – como una pintura – levantar los brazos, el mundo imaginariamente; y dando vueltas y vueltas ,agachado la cabeza, como si susurraras al oído de la luna reflejada, perderte por el horizonte de agua y arena.
Hoy, apoyado en el silencio de una vieja y universal esquina, con un pasado fragmentado y sin identidad alguna, en este presente vacío y álgido de palabras donde paso rumiando mi desasosiego y lamiéndome las heridas que me proporcioné algún día. O también abriendo la puerta y golpeando desde afuera : para llamarme para entender que aún respiro con la indiferencia de un dios.
Aquí estoy con el vino dispuesto sobre la mesa y la boca llena de urgencias, acompañado de esta luz de vela que es testigo de mi debilidad humana, de mi inutilidad para escribirte y que agoniza. Este grito febril que me asciende y con el que intento llamarte, ha enmudecido.