Haters gonna hate

Por: Pedro C. Martínez Suárez, PhD
Vicerrector de Investigación Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)

“El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles sino importantes”.
Winston Churchill

Entre el bestiario que surge de las redes sociales (trolls, bots, freaks…) emerge con fuerza el “hater”. Odiador, envidioso u hostil en castellano, el “hater” es un usuario de redes sociales cuyo modus operandi es la burla, la ironía y en general es un badulaque de cáscara amarga. El comunicólogo Fabián Coelho los define como: “cínicos hostiles, desconfiados, desdeñosos, con disposición para la agresión” siempre en el límite de la ofensa, así como cuando tu mamá se enojaba porque habías hecho alguna trastada de chico y te esperaba con la zapatilla y llena de su verborrea incisiva. Se diferencian de los trolls en que los haters son más sutiles y buscan más que el enfrentamiento directo, aparentar ser oráculos de sapiencia divina, presentarse ante el público como los más pisaverdes. Probablemente no tengan conciencia de clase y escondan en muchos casos historias de hikikomori con viruela y niño rata. Pero este artículo no trata de ser un ensayo sobre los aspectos psicosociales de tales personajes del pan y circo mediático del siglo XXI. Solamente estoy escribiéndoles hoy para contarles una anécdota e invitarle al lector a una reflexión.

Recientemente asistí a una de las experiencias más lamentables en mi vida profesional y desde luego no fue la primera. Parafraseando las lágrimas en la lluvia de Blade Runner, he visto cosas que no creeríais. Muchos meses atrás un reputado colega, con una trayectoria impecable y un sinnúmero de publicaciones de esas de impacto era ridiculizado y regañado como niño cachetón por un barbilampiño de esos de doctorado (cursando), eso sí, influencer de los circuitos de Psicología de la buena. Hasta ahí no le di mucha importancia puesto que he conocido otros casos también, en que, por malos usos de las redes, los bebés de teta virtual han hecho caer proyectos editoriales de prestigio y gran solidez. Reconozco que lo que me produjo estupefacción y nausea fue asistir al linchamiento mediático de un compañero por poner en evidencia la mentira flagrante y poco ética de otro compañero en una red social. Coincide que el mentiroso, antes se coge a un mentiroso que a un cojo, estaba transmitiendo una información falsa relativa a una organización profesional con la que mi colega había trabajado años atrás, por lo que le resultaba relativamente pueril contrastar la información. Mi colega solo puso el dato en liza y comenzaron las amenazas graves, mostrando su gran sable simbólico, haciendo bueno al psicoanálisis que pretendía tumbar (les recuerdo que estamos hablando de profesionales de la Psicología). Lo más pernicioso del hecho es que este quevedesco personajillo no es uno en concreto, son muchos, es fuenteovejuna, y no solo están ejerciendo, también han sido contratados para impartir formación de posgrado de prestigio en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme. Por si fuera poco, este tipo de actitudes de carácter claramente violento son reforzadas por comunidades enteras, en este caso de profesionales, aunque es cierto que muchos se hacen pasar por tales cuando aún no finalizan sus estudios, tal vez de primaria.

Después de lo relatado estoy seguro de que estarán tan atónitos como yo lo estuve, así pasmados, pero lo que me parece mucho más grave, lo que ya es absolutamente surrealista y esperpéntico es que las universidades estén incorporando en sus posgrados profesionales escogidos por su popularidad en redes, y no me estoy refiriendo a nuestros haters, me refiero a otros muchos casos donde recién licenciados se colocan a la altura de personas con una trayectoria de más de treinta años y todo se paga por igual. Creer que todo es innovar y preterir todo lo que ha hecho útiles a las universidades es un error de estudiante de primer semestre. En todo esto, lo que más importa al final es el dinero, los maravedíes, generar popularidad de las formaciones para obtener más ingresos, muchas veces son universidades de prestigio, lo cual como decimos en mi país “tiene delito”, pero otras veces son organizaciones de dudoso abolengo. Por suerte aún quedan entidades universitarias serias que no abusan con los precios, que siguen contratando a la vieja usanza y que toman las medidas de control oportunas, sin embargo, lastimosamente la deshonestidad académica y profesional campa a sus anchas por internet. Sinceramente, no sé muy bien qué recomendación dejarles porque visto lo visto, estos negocios cada vez se parecen más a empresas piramidales que a entidades académicas.

Se trata de integrarse en el círculo, sentirse importantes, ganar dinero independientemente de la profesionalidad que uno atesore, mezclarse con los “gigantes”, ya no basta fotografiarse con ellos sino departir con ellos como excelentes tertulianos. Al más profano le pueden hacer creer que es equiparable publicar un post de facebook con un artículo de Q1 en una revista científica de impacto. En realidad, solo engrosan las filas de la legión de idiotas de la que habla Umberto Eco, aunque honestamente, la cara de idiota se me queda a mí cuando veo en los planteles docentes a este tipo de camaleones. Pero después de todo qué podemos hacer, “haters always gonna hate”.

Un comentario en «Haters gonna hate»

  1. Muy cierto, el CV más validado es el de un influencer, no de quien más estudios e investigaciones realizará. Además se ha generado una generación de odiadores, que no tienen la suficiente formación para el debate, solo para transmitir el odió que tienen hacia teorías y hasta contra algunas etnias, solo se valen de descalificados, sin aportar nada.

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