El Laboratorio Encantado. Cuentos para nuestro niño interior

Por: Priscila Ávila Larriva
Universidad Católica de Cuenca (Ecuador)

“Sara Maíz y la Ranita Parda”

A la casa de campo, cada fin de semana, vacaciones o días festivos llegaba la familia de Sara, a disfrutar del encanto del ambiente que solo la naturaleza puede brindar. Un lugar ubicado al sur de la Cordillera de los Andes, en una zona de clima más bien frío con hermosos árboles, sembríos de maíz, colinas y arroyos. En estos cortitos viajes generalmente iba con sus padres, hermanos, tíos, primos y abuelitos. A su llegada era como si la casita se despertaba de la felicidad, respiraba y exhalaba su alegría por la chimenea antigua de la sala principal, dejándose ver desde el camino a lo alto el humo con un olor a eucalipto.

Una vez acomodados, armaban los espacios para el descanso utilizando los altillos que antes fueran graneros lo que ahora sería la gran recámara, donde se colocaban una serie de colchones y cobijas de alpaca -bien abrigaditas- para Sara y sus primos. Generalmente les acompañaba la Abuela quién era maestra de niños y niñas por muchos años, eso le había permitido desarrollar el arte de la retórica y el don de contar cuentos. “La Abu” así la llamaban, había aprendido muchas historias gracias a su Padre y a la sabiduría que se adquiere con el paso de los años.

Antes de ir a dormir o a su “pijamada” todos se dirigían a la gran cocina que tenía una mesa larga de madera de roble, ahí cabía toda la familia, un fogón cargado de ollas de barro donde se cocían las mejores golosinas de la temporada con todo tipo de dulces como “membrillo, higo, capulí y durazno”. Se servían una tacita de leche caliente con chocolate y una humita con nata -que es una deliciosa preparación que se hace moliendo el maíz tierno y mezclándolo con queso para envolverlo en una hoja de choclo- esa era la tradición que permitía disfrutar aquellas golosinas de antaño. Los niños entre ellos comentaban cuál sería el cuento que les contaría la Abu aquella noche, con la ilusión de subir a la habitación hecha de camitas en el suelo, con cobijas de todos los colores posibles.

Sara, que era una niña muy intuitiva e inteligente, tenía 10 años y le llamaban “Sara Maíz” porque era un tesoro como los granitos del maíz dorado; pues su nombre significa Maíz en quichua -siendo esta una de las lenguas más habladas por los pueblos ancestrales del Ecuador-. La niña tenía entre tantas de sus virtudes el dominio del lenguaje siendo este fluido y prolijo, diría casi perfecto en todas sus expresiones. Generalmente sus primos hacían un círculo al frente de ella para sentarse y escuchar esa narrativa especial para los cuentos y una que otra mentirilla, su personalidad emanaba liderazgo y una bondad especial.

¡¿Terminaron el chocolate?! Con voz alta y entusiasta exclamó la Abuela, eso significaba que todos irían al granero- su cuartito para escuchar el cuento de esa noche-; subieron en grandes saltos los escalones de madera y empujándose unos a otros todos los niños -que eran cinco-, tres niñas y dos niños. Delante de todos abría camino la Abu con una lamparita de -queroseno o farolito- todos miraban sus sombras, como se hacían grandes y diminutas en la oscuridad del viejo granero. En tanto el resto de la familia se quedaba con el Abuelo a la luz de las velas y el calor de la chimenea conversando sobre política, historia, ciencia… al relato de sus aventuras, saboreando la deliciosa agüita de ataco o sangorache, que es -una agua rojiza- muy utilizada en la sierra ecuatoriana y que ayuda a calentarse en las noches de frío.

Todos listos, acomodados y empijamados, en medio de los gritos y juegos de los niños, la Abuela pedía que no caminen muy fuerte ya que las tablas del granero estaban muy viejitas por los años- el ruido es estruendoso en la primera planta- en silencio se ubicaban en sus camitas, unos con su cobijita y otros con sus juguetes favoritos. En ese momento Sara se percató y miró a la luna que se aparecía por la ventanita triangular del altillo. Esa noche más que otras noches la luna tenía un color rosa y lucía majestuosa, era noche de luna llena en el mes de mayo o sea del signo zodiacal de tauro, es decir la luna más especial del año, simbolizaba el rito de “la abundancia y prosperidad”. La Abuelita que era muy sabia, les comentó sobre la importancia de la luna, su influencia en los cultivos y cómo las antiguas civilizaciones la adoraban porque ella era la encargada de manejar el ritmo en las cosechas, especialmente en la del maíz. Los niños maravillados con aquella breve historia se emocionaron y cantaron con la abuela una canción a la luna rosa: “Luna, luna llena, luna rosa, si te entrego mi cosecha, bendice mi cultivo…” cantaron y bailaron, con el cuidado de no estropear las tablas del altillo, luego se acomodaron para escuchar el cuento de la noche.

La Abu pedía a sus nietitos antes de iniciar con la historia, que le hagan acuerdo de cuál era el cuento que les había ofrecido, sus nietos en coro le dijeron el de la “Ranita Parda” inmediatamente la Abu se sentó en su sillón, se colocó un paño de Ikat,  -que es un tejido de lana de llamas, borregos o fibras naturales como la cabuya- es el más conocido en la zona austral, con figuras hermosas impregnadas de tintes a base de plantas, flores y frutas que reflejan el paisaje andino y la cultura Cañari; tejido por mujeres y niñas que aprendieron el arte del telar de generación tras generación, con su ponchito puesto y abrigadita, la Abu inició la hora del cuento.

El secreto de la Abuelita para mantener la atención de los niños era el de contar los cuentos e historias haciendo preguntas a sus amados pequeños. Chicos, ¿qué sucede con las ranitas antes de ser ranitas? Pensaron un momento y contestaron varias cosas: “nacen como otros animales, son bebés, son juguetonas…”y por ahí se escuchó la voz de Sara que dijo “¡Son renacuajos! eso me enseño mi profe en la escuela”; efectivamente esa era la respuesta correcta, “gracias Sara”, replicó la abuelita ¿Han visto los renacuajos del estanque que está cerca de la chacra?, “pero es muy oscuro y lleno de lodo” comentó el otro nieto, “pues sí”, dijo la Abuela “ese es el lugar perfecto para que vivan los renacuajos, son como los bebés de las ranitas y lo más sorprendente es que al crecer dejan su forma de  -globito con cola- y poco a poco  desarrollan sus patitas, cuerpo y cabeza”,  ¡ah ahh…! exclamó la otra nieta “yo si he visto y son muy chistosos porque a veces son ranitas globos… jajaja”. Todos los niños lanzaron una fuerte carcajada. ¿Pero para qué son importantes los renacuajos y las ranas Abu? Preguntó Sara, “son importantes para mantener limpio el estanque de mosquitos y permiten el equilibrio en la naturaleza, así como también son alimento para otras especies más grandes como mamíferos, aves y reptiles. En nuestro estanque vive una ranita llamada la “Ranita Parda”, es una especie muy particular y está en peligro de extinción eso quiere decir que es única en el planeta, ya no quedan muchas por la contaminación ambiental, a partir de mañana pueden salir al estanque a jugar y cuidar de esos renacuajos y ranitas que permiten que vivamos en un ambiente saludable”; el más pequeño de sus nietos preguntó ¿Abu, puedo llevarme a que viva una Ranita Parda en mi casa para cuidar de ella?  Sara dijo “Nooo, estaríamos dejando sin ranitas el estanque y la Abu nos contó lo importante que son para mantener limpia el agua y el ambiente” “así es Sara”, dijo la Abuela, “a más de eso son los animalitos con ese don mágico que es la metamorfosis, el cambio biológico que pueden hacer de renacuajos a ranitas, de igual manera las personas debemos aprender a ser flexibles y cambiar nuestras actitudes, emociones y pensamientos para mejorar y construir un mundo mejor, como la lección que nos ha dejado la Ranita Parda”.

Al terminar el cuento, la Abu pidió a todos que salten como ranitas pardas, dieron las gracias por ese bendecido día y se dispusieron a dormir.

Pero, Sara como nunca se olvidaba de las promesas dijo “Abu, te recuerdo que tú nos debes der el nombre del siguiente cuento de tu Laboratorio Encantado” sonrió la Abuelita y maravillada por la perspicacia de Sara y la curiosidad de sus nietos, hizo silencio y empezó a pensar hasta localizar el siguiente cuento “mañana luego de nuestro chocolate con humita les contaré Hortensia el Hada del Jardín” los niños saltaron de la alegría y se arrullaron cantando a la luna rosa.

4 comentarios en «El Laboratorio Encantado. Cuentos para nuestro niño interior»

  1. Tanto antojito leyendo el cuento… hum it’s con Nara, dulce de capulí, agua de ataco (con o sin un “fuertecito”). Linda historieta y lindos recuerdos de la mágica niñez.

  2. Creo que el relato tiene elementos del cuento: tema único, brevedad. Pero, por instantes, se desliza la narradora con juicios más propios del ensayo.

  3. Un hermoso cuento, nos lleva a la niñez y experiencias parecidas. Trae recuerdos, sensaciones y emociones. Una narración que fluye y conecta! Muy bueno Priscila!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *