La evaluación formativa, un reto para el profesor universitario
Por: Dr. Enrique Espinoza Freire, PhD
Universidad Técnica de Machala (Ecuador)
La evaluación justa del aprendizaje alcanzado por los estudiantes es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta el docente universitario. Sin embargo, y desafortunadamente, con mucha frecuencia, por diversas razones como: tiempo disponible, falencia en la planificación de la clase y/o aplicación inadecuada del sistema de evaluación, se evalúan los resultados a través de un examen o prueba final con el propósito de medirlos y certificarlos, desatendiendo las posibilidades formativas que brinda la evaluación continua a lo largo del aprendizaje del discente.
Por esta razón, la evaluación del aprendizaje en la educación superior actual, constituye un necesario y obligado punto de reflexión para propiciar la búsqueda e implementación de estrategias didáctico-metodológicas, fundamentadas en métodos activos, que favorezcan la formación integral del estudiante; es así, que la evaluación formativa se erige como una alternativa pedagógica de contribución a la enseñanza y aprendizaje.
Si bien es cierto, que mediante la evaluación del aprendizaje el docente determina el nivel de conocimientos, habilidades y valores alcanzados por los educandos, así como el cumplimiento de los objetivos de la clase y el currículo, no se debe olvidar que la evaluación del aprendizaje es más que esto, debe ser un proceso formativo. Bajo ninguna razón, el sistema evaluativo debe ser concebido solo como una forma de acreditar conocimientos y habilidades; es ante todo un proceso a través del cual los educandos y el docente se forman juicio de valor, que les permite tomar decisiones oportunas.
A partir del análisis sistemático de los resultados alcanzados, el docente oportunamente podrá conocer la pertinencia y efectividad de la metodología aplicada, para en caso necesario rediseñar las bases didáctico-metodológicas del proceso de enseñanza-aprendizaje y redireccionar las estrategias de enseñanza. Por su parte, el estudiante se convierte en un participante activo al implementar mejores estrategias de aprendizaje y desarrollar mecanismos de autorregulación de los conocimientos que adquiere mediante las actividades de autoaprendizaje; ambos con un mismo propósito, lograr elevar el nivel cognitivo de este último.
Luego, podemos decir que, la evaluación formativa es el proceso continuo a través del cual se determina el nivel de conocimiento logrado por el estudiante, con el objetivo de reforzarlo sistemáticamente durante todo el proceso de aprendizaje mediante estrategias pertinentes en función de las necesidades y particularidades cognitivas de éste y alcanzar su formación integral.
La evaluación formativa constituye un reto para el profesor universitario, pues exige sólidos conocimientos de la ciencia que imparte, dominio de la metodología y didáctica generales y particulares de la disciplina, competencias pedagógicas, y sobre todo del desarrollo de habilidades que le permitan conocer las carencias y dificultades de cada uno de sus discípulos para darles el tratamiento individual apropiado mediante el diseño e implementación de estrategias de enseñanza.
Ya es tiempo de que el docente de la enseñanza superior supere las viejas prácticas evaluativas centradas en una prueba final, para otorgar una calificación y asuma nuevas formas evaluativas más efectivas que garanticen una mejor enseñanza y estimulen el aprendizaje de los estudiantes.