Fábrica de héroes

Por: Manuel Ferrer Muñoz, PhD
España

Terminado el partido de ida de las semifinales de la Champions League, entre Liverpool y Villarreal, en el que el equipo inglés dio un repaso en el juego a sus contrincantes, un exjugador de la Premier League y comentarista en un programa televisivo, hizo declaraciones insolentes sobre el club de Villarreal, un pequeño pueblo de la provincia de Castellón, de poco más de 50.000 habitantes: “El Villarreal es una desgracia para esta competición. [Se trata de] un equipo que no es lo suficientemente bueno para llegar a la Europa League. Así de malos son». En el partido de vuelta, el Villarreal realizó una primera parte extraordinaria, en que arrolló a su oponente y empató la eliminatoria, aunque el Liverpool logró doblegarlo en la segunda mitad. Una rápida comparación de los recursos económicos en que se sustentan uno y otro equipo desarma la arrogancia de aquel ignorante tertuliano: el Liverpool fue comprado en 2010 por un grupo de inversores estadounidenses que pagó unos 340 millones de euros, en tanto que el actual propietario del Villarreal compró en 1997 el club, que militaba entonces en Segunda División, por 432.000 euros. No cabe duda de que la increíble resistencia que el Villarreal opuso al todopoderoso Liverpool en esa competición, que reúne a los mejores clubes europeos, fue propiciada y alentada por el despectivo comentario de aquel soberbio parlanchín que, dicho sea de paso, nunca dejó de ser un jugador de fútbol de segundo nivel. La engreída Albión, que se expresaba en este caso por la boca del irrespetuoso crítico, había erigido un monumento al heroísmo del pequeño David, que, enardecido, a punto estuvo de tumbar a Goliat.

Cuando Vladímir Putin pensó que lograría cambiar el curso de la guerra en Ucrania –a la que cínicamente sigue refiriéndose como una ‘operación militar especial’- mediante brutales bombardeos de la ciudad de Mariúpol, que la han convertido en un desierto de destrucción y muerte, cometió un tremendo error que elevó a la condición heroica a los soldados ucranianos resistentes en los subterráneos de la acería Azovstal. El oso ruso, encarnado en el paranoico Putin, acaba de consagrar el mito de unos cientos de héroes decididos a pagar con sus vidas el sacrificio reclamado por la nación en armas. Y contra los mitos de nada sirven las armas de destrucción masiva.

Tal vez venga a la memoria de algunos lectores que acceden a la Tribuna Internacional de La Clave la resistencia ofrecida por el pueblo español en 1808 a los afanes expansionistas del entonces poderoso emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte, que, aprovechando la crisis institucional abierta en la monarquía española, quiso convertir a España en un feudo francés. Seis años después, se consumaba el fracaso del coloso con pies de barro, cuya estrella se eclipsó ante la ferocidad y el pundonor de un pueblo en armas. La prepotencia del que había sido militante nacionalista corso, después oficial del ejército que combatía los anhelos nacionalistas de Córcega y, finalmente, emperador de los franceses, se disolvió como un azucarillo cuando hubo de enfrentarse al orgullo de quienes rechazaron, por dignidad, rendirse ante el invasor. Las atrocidades cometidas contra los civiles alzados en armas, en mayo de 1808, dotaron de un sentido a la resistencia y derramaron la sangre heroica que enardecería a los patriotas. Y podrían aducirse, hasta el cansancio, tantísimos otros ejemplos que ilustran la torpeza de quienes levantan muros contra sí mismos al procurar alas, inadvertidamente, a pueblos a los que buscan oprimir: las luchas por la independencia de los pueblos americanos, la tenacidad del nacionalismo irlandés, el carácter indómito del pueblo judío avasallado tantas veces en tantos espacios geográficos, la valentía con que húngaros, checoslovacos o polacos lucharon contra la tiranía soviética…

Parecía llegado un nuevo ciclo en que, como consecuencia de la racionalización de los mitos y del carácter crítico y ‘científico’ con que pretende adornarse la nueva narración histórica, empezaba a remitir el proceso de canonización de modelos dignos de ser imitados y ofrecidos por los Estados a los ciudadanos como generadores de legitimidad y como guías de conducta. No obstante, tal vez empieza a revertirse esa tendencia por la reacción colectiva de grupos de personas o de pueblos enteros que, subestimados, humillados o amenazados por un agresor externo, redescubren su propia valía y afrontan con orgullo retos que, desde un planteamiento pragmático, podrían considerarse insuperables.

El ‘más difícil todavía’ que tronaba en los antiguos circos resuena con renovadas fuerzas. Cuanta mayor sea la presión ejercida para sojuzgar a una nación, más firme y determinada será su resiliencia, incluso si, llegado el caso, la fuerza bruta logra un éxito que nunca dejará de ser transitorio. El viejo vae victis! cede el paso al vae victoribus!: porque la sangre derramada por quienes plantaron cara al agresor fertiliza la tierra patria y rebaja al tirano a la condición de bellaco que sólo inspira desprecio y odio.

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