Los lechones de Orwell
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Evidentemente, todas las referencias proceden de tan sensata obra, ¨Rebelión en la granja¨.
En la Granja Animal tres camadas de lechones se disputaban la representación a la federación. Los señores Jones, dueños absolutos e indiscutibles de la Granja, habían aprendido a convivir con los animales, pues, tras el lavado cerebral, se les decía a las bestias que podían ser autónomas y tomar sus propias decisiones a favor de la sociedad animalesca. Así se aseguraban que nunca existiesen aires de verdadera rebelión. Los lechones, como siempre, eran los únicos quienes presentaban su candidatura, nadie sabe si por su voraz apetito de popularidad o por ganarse un curul junto a los Jones cuando ya en cerdos se hubieren convertido, puesto que de estos marranos había varios.
Pese a que en la Granja Animal se pregonaba un ambiente de total libertad y emancipación cuando de elegir a los lechones de turno se trataba, los Jones se ponían insolentes. De este modo, convertían el derecho al sufragio en una obligación y amenazaban con dejar fuera de las actividades extragranjales a los animales que no asistían a las urnas. Ante tal muestra de fascismo, “perro que ladra no muerde” decían algunos burros que preferían no ser parte del espectáculo y atenerse a las “sanciones”. Para la mayoría de animales, los burros eran rotundos necios, pero lo que escondían tras su inocente disfraz era un innato espíritu de rebeldía bien habido.
De las tres camadas de lechones que añoraban el mandato, una era totalmente desconocida por la Granja, la otra tenía cierto nivel de aceptación y en la última se apreciaban viejos rostros ya bastante familiares, de una u otra forma, para los animales -esta resultó vencedora-. El caso es que buena parte de las bestias aún creía en aquellos “líderes”, los apoyaban ciegamente y confiaban en ese ideal de una Granja lo más independiente posible. Así de amaestrados estaban los animales, no se preocupaban de que sus futuros representantes planteen propuestas serias o lleven la cabeza sobre el cuerpo; simplemente se mostraban interesados en la estampida que podrían ocasionar. Vale destacar el papel de los perros, fieles amigos de los lechones que a sus órdenes se disponían, esperando, por supuesto, su croqueta de recompensa. Sin embargo, con lo que no contaban las pobres criaturas de la granja es que, como decía ese grito ucraniano que se enfrentó a los bolcheviques, “el poder engendra parásitos”.
Al momento en que la camada tomó las banderas de la federación saliente, tras haber sido homenajeados y acomodados en su oficina, los lechones empezaron a transformarse en cerdos. Al parecer, los Jones eran poseedores de una mágica y sabrosa receta de lavaza que les hacía obedecer en todo a ellos, a los patrones, sin refunfuñar, sin gruñidos, ni chillidos. Y los elegidos, muy cortos y perezosos, viéronse rendidos ante las caricias que les daban en sus rollizos mofletes, olvidando las eufóricas arengas sobre el movimiento animal.
Estas, entre otras salvajadas ocurrían en citada granja que tenía, además de sus exóticas criaturas, un gigantesco elefante no blanco, sino morado. Todo, mientras “los animales miraban a un cerdo y después a un hombre, a un hombre y después a un cerdo y de nuevo a un cerdo y después a un hombre, y ya no podían saber cuál era cuál”.