“Codo a codo, somos muchas más que dos”

Por: Marisol Cárdenas Oñate, PhD.
Quito (Ecuador)

El cuerpo está en el mundo social, o lo que no es lo mismo el mundo social está en el cuerpo; es decir, existe una estrecha relación entre actitudes corporales que se llenan de significados desde las diferentes maneras de posicionarse y encontrar un lugar en él ¿?  Todas las culturas construyen sus significados corporales desde sus propios lenguajes y cosmovisiones. Es así como sus valores encuentran en sus prácticas estéticas, económicas, proxémicas (es decir la distancia que nos une o separa corporalmente de los otros), sociales en general, los sentidos que pautan sus ritmos y tiempos en espacios específicos de reproducción de la memoria colectiva como el mercado, lugar lleno las historias personales y sociales, así como de su constante dinamismo y transformación dada la dinámica moderna en la que estamos inmersos todos.  El mercado, al ser un espacio que en la zona es ocupado especialmente por mujeres, es también un gran cuerpo femenino.

Las actividades cotidianas de las mujeres en el mundo económico mercantil en de Tehuantepec, constituyen un lenguaje de saberes y sabores, formas, cadencias, contorneos, seducciónes, intercambios de miradas, de voces, risas, silencios, y justo ahí se escucha un sonido. La presencia incisiva del tren en la cotidianidad del mercado, implica una penetración del mundo masculino (al ser un transporte tradicionalmente manejado por los hombres) dentro del femenino.

Vemos ahí a mujeres vestidas a la manera tradicional, utilizando equipos modernos, curiosas, desafiando a la tecnología, pero también a aquéllas que usan la suya propia, su manera de pesar, de guardar el dinero, de colocar sus frutos a vender, de usar el cuchillo desafiando al destino, al día que las sorprende de madrugada y las seduce a ese espacio de olores, formas y retos cotidianos. Mujeres fuertes que han desarrollado los músculos por el esfuerzo del trabajo, mujeres que se alimentan y comen “sabroso” para alimentar sus sonrisas y enfrentar sus llantos. Mujeres que se tocan unas a otras, se ayudan, heredan de sus madres, abuelas, las maneras de trabajar en el mercado, las herencias de secretos, pésimas y magias que exorcicen al azar y hagan de cada atardecer, un día bien trabajado.

Vemos a mujeres hablando con sus manos, llamándose unas a otras, acariciando las frutas, su cabello o el de otras, sus hijas, nietas; hablando con la papa, la coca, la tortilla, el maíz, manos que tocan la tela, sus enaguas, las hojas, cajas, sus bolsos donde guardan las monedas, que siempre son de oro, que Juana Cata les enseñó a que son de oro, pues su brillo es el espejo de su energía transformada en plusvalía para ganarse el día a día. Manos que descansan, que abrazan, que se tapan el rostro sonrojado cuando recuerdan sus amores y sus frutos, que no siempre desearían cosechar pero que la vida les dio en algunos casos en abundancia; manos que atrapan y juegan a desafiar el poder masculino a la distancia con sus magias tehuanas, andinas, otavaleñas, cañarejas con las que se desplazan al norte, a la tierra “prometida”,  donde se paga bien, a donde se van sus hijos y no siempre regresan.

Mujeres de roble luchando día a día por salir adelante, mujeres que tallan sus historias de vida con esfuerzo y tesón, con sonrisas y picardías, con desafío y seducción, herencias de las más viejas, y las que ya se han ido, y que las otras, las más jóvenes recordarán, y así se hace de cada paso por el tren de la vida, un reto, un desafío por conseguir un asiento donde se pueda dejar huella.

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