El viejo que golpeó y huyó
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Al anciano que descargó la rabia de sus años en un rostro cualquiera
Estúpida sirvienta. No sé cómo se atreve a siquiera intentar darme las pastillas a escondidas dentro de un insípido vaso de agua si ya bien merecido tenía un buen golpe por su actitud indiferente de toda la mañana. Me sirve un almuerzo más para feo después de pasarse todo el día en el bendito, cómo es que le dicen a esa caja que suena, celular, ¡¡¡Ese odioso celular!!! Pero me contuve, no valía quedarme a la buena de Dios de nuevo. ¨Es agresivo¨ dicen esos tontotes de bata más amarilla que blanca que se hacen llamar ¨doctores¨, ahora cualquiera con plata se pone un consultorio y exprime y exprime a los pobres diablos que van a las consultas, como si esos tratamientos vayan a curar los males propios de la vida. ¨Agresividad¨ fue el diagnóstico de ese panzón bigotón con fingido acento mexicano que les dice a mis hijos que necesito píldoras para mantenerme tranquilo. No les creo nada, me quieren ver dormido, impávido, hacerme muñeco. Esos ingratos a quienes les di la vida ahora salen con ¨asilo para Papá¨, ahí me quieren botar junto a esos vejestorios que huelen a cloroformo. Pero, con lo codos que son, no les creo capaces, eso que ganan a vaca en el municipio, calentando los puestos: firmando papelitos y agendando turnos. Aparte ponen excusas lelas para no visitarme, no me dejan ver ni a los nietos, lindas que son esas guaguas. Tengo seis nietos de mis tres varones y dos nietas de mi mujercita. Esos bellacos dos veces al año me ven, en el día del padre y en mi cumpleaños. Y ahí sí, que ¨la torta para mi papito¨, la serpentina, los globos, los nietos, la comida, la familia… ojalá siempre fueran esas fechas especiales para oír ese ¨Feliz Cumpleaños, Taita¨, ¨Feliz día, Viejo¨. Viejo, dicen, si yo todavía estoy joven, nada que ver con esos que andan de bastón. Joven estoy, con fuerzas, si no, pregúntenle a la anterior sirvienta, par de patadas y puñetes se llevó cuando le descubrí metiéndole al novio a mi casa. Estas mujeres de hoy en día, de Marías no tienen nada. Ya pues, mis hijos tuvieron que regalarle sus cuantos miles para que no me denuncie. ¡Bah! Como si me fueran a meter preso a mí que ya pasé los ochenta y piquito, pero todavía estoy joven.
Y ahora me contratan a esta cuarentona brava, seria, muda. Ya para no morirme del hambre fue que me comí esa sopa de fideos quemados y ese arroz sin sal, sin aceite y con poquita carne; pero esas pastillas, ahí me tocó tirarles por el inodoro. ¿A dónde estará yendo a parar el mensual que le dan mis hijos a esta para la comida? Vaya mi Dios a saber, pero si me entero que está haciéndose aparte para su coquetería… me va a conocer. No me ha de importar meterle su zurra, que ya hace meses le tengo ganas. Aunque bueno, hay que ser justos y yo soy un hombre benevolente, esta doña al menos me deja salir a darme un curvo vespertino por el centro. Me prepara el pantalón, la camisa, la leva, lustra los zapatos. ¨No obstante¨, como dicen esos que escriben, cada que le veo preparar mis cosas me da una nostalgia, se me hace agüita el corazón, porque me acuerdo de mi Rosa Amada. Buena hembra con la que me casé: fértil, servicial, fiel, obediente al marido, no como estos marimachos de hoy en día. Eso sí, no dejo que nadie me vea con la triste cuando una que otra lágrima brota a la memoria de mi mujer. Cáncer terminal dijeron los ¨doctorcitos¨, nada qué hacer, dijeron. Murió mi Amada Rosa. Ya de eso, más de diez años. Yo como buen cristiano aún la honro y la respeto, todos los días me calzo el anillo que tanto me costó pagar.
Las calles de mi ciudad están cambiadas, los paseos de la tarde no son iguales. Todos andan frenéticos, acalorados, insensibles, atolondrados, me hacen poner de malas estos que pasan sin saludar, encima uno ni les reconoce por el trapo que les cubre media cara. Ahí voy viendo la oficina donde trabajan mis hijos, ya al Jefe le queda menos de un año, total, para lo que ha hecho. Igual, vendrá el otro y seguirá la misma pendejada. Mientras voy bajando la calle, me acuerdo de lo que dicen en las noticias: asaltos a diestra y siniestra, sicariatos, estafas, raptos; que dizque los yankees quieren reavivar la Guerra Fría con los camaradas. ¡Ah, pavada! Algo han de estar queriendo semejantes víboras de bando y bando. Ahora ya ni guerra debe llamarse eso, dicen que con un botón harían volar medio mundo, ya no tienen necesidad ni de pelear como machos en las fronteras. ¡Guerra, guerra! Metiendo miedo a la gente que todo se cree. Más claro, allá que se queden con su diplomacia esa manada de burros. Lo que me sorprende es ese aire que tienen los países de acá de asociarse con los orientales y dejar de lado al viejo amo del norte. Si son los de aquí, vi en la televisión que esos del Consejo de Participación no sé qué se están haciendo los cojudos con el país. ¡Carajo! Hasta escuché en la radio que quieren mermarme, por leguleyos, la jubilación ¿Por qué son así, ah?
¿Y este atrevido? Me va hombreando y no pide ni disculpas ¡So majadero! Porque te fuistes caminando breve-breve no te lancé tu quiño, podré estar canoso, pero no por eso me vas a venir a faltar el respeto. Estos huambras no saben ni caminar bien, eso que ya tienen veredas, por la derecha, se camina por la derecha, bola de muspas. ¡Ay del próximo que no se ubique bien y me venga a estar tapando el paso!
¡Ve esta vereda llenita! Y encima se pone a chispear ¡Diosito, qué mala suerte tienen los pobres, que hasta los perros les van mordiendo! Así decía esa copla alhaja, comparen pues eso con las porquerías que escuchan aura. ¿No digo? Allá vienen hecho hilera esas gentes, parece procesión. Yo me meto por donde puedo y allá que le caiga el peso de mis hombros a cualquiera.
***
Pasaba el uno, pasaba el otro. Nuestro veterano se confundió y perdió la noción de derecha e izquierda. Aturdido y colérico se predisponía a chocar de frente con el último de la fila, un joven de unos veinte y tantos. Llegaron al punto de encuentro. El viejo no lo pensó dos veces cuando el joven lo empujó después de haber recibido el pechazo directo, soltó tal puñete que viose sorprendido de su descomunal y senil fuerza. Instantáneamente asomó en el pómulo del muchacho la marca del anillo de bodas con el que el anciano había jurado amor eterno a su Rosa Amada. Tras cruzar palabras de grueso calibre, el deslucido se echó a correr. Corría ensimismado y volteaba cada dos trancazos a ver si alguien lo perseguía. Nadie lo hacía. Su velocidad no correspondía a la edad. ¨Le partí la jeta al desgraciado, se llevó su cariñito el baboso ese¨, pensaba.
¡Y ahí iba nuestro viejo! Corriendo sin parar por el centro de la ciudad. Del mismo modo que le sucedía al Quijote cuando veíase en ridícula tontería y su mente la hacía pasar por la más valerosa aventura, el viejo creyó ver a su Mamaya correteándolo cuando niño por aquellos descuidados adoquines en una fría y lluviosa tarde de viernes.
Desafortunado el otro que, sin querer queriendo, remite estas líneas.
Aquel hombre observaba el mundo a través de sus ojos llenos de rabia y dolor ante la indiferencia de sus hijos. En su última etapa de vida sacó a la luz toda su experiencia y sabiduría aprendida para enfrentar su angustía. Incluso, en su interior jamás habrá olvidado la felicidad de su niñez y como dice el viejo refrán “La infancia te demuestra que no necesitas grandes cosas para disfrutar y ser feliz”.