La intolerable fragilidad humana
Por: Dr. Luis Rivadeneira Játiva
Quito (Ecuador)
PRESENTACIÓN
La Historia está llena de grandes simulaciones, como la simulación en la lucha por la vida, así como también, en la sociedad nos encontramos, con magníficos simuladores. Pero, la simulación no es patrimonio exclusivo de la historia majestuosa sino también de nuestras historias de vida personales.
Para Bertrand de Jouvenel, “todos nos pretendemos poderosos y escondemos en el patio trasero de la vida, poco frecuentado y peor iluminado, nuestras más íntimas fragilidades”.
Para Carlos Álvarez Teijeiro, “nos avergüenza sabernos desvalidos, menesterosos, necesitados del cuidado de los demás. Disimulamos esas carencias, como si su exhibición fuera a costarnos el altísimo precio de ser desterrados a las periferias de la civilización.
El “yo soberano” es un yo exitoso, egregio, triunfante sobre los tembladerales en los que la realidad se (nos) ha convertido. Esta inexperiencia de la realidad es decisiva, esto es, partir de ella adoptamos todas nuestras decisiones, que en modo alguno contemplan el encuentro con la alteridad.
En el “yo completo” no hay lugar para fracaso alguno. Todo fracaso es vivido como una intolerable fragilidad, algo que pone en mengua el quién que somos. Eso es lo inaceptable por antonomasia, lo que debe ser evitado por todos los medios a nuestro alcance”.
En la vida, entonces, simulamos no ser frágiles, pero, en la realidad, lo somos, aunque no lo toleramos.
La simulación en la lucha por la vida, de José Ingenieros, es una obra escrita con mensajes de la simulación humana.
También, se ha manifestado, que nuestro mismo universo puede ser una simulación. La ciencia, debe investigar estas incógnitas sobre nuestro universo, pero, la simulación como acto humano, requiere de hombres y mujeres que, sabiendo que no son perfectos, que somos frágiles, deben no simular el hecho de no ser frágiles. La pandemia, nos ha dejado lecciones para la vida.
El coronavirus nos deja lecciones para la vida

La vida siempre nos da lecciones que debemos aprender y no olvidar para construir una humanidad más justa y equitativa en el siglo XXI. Nadie imaginó que la pandemia del coronavirus, llamada COVID-19, nos iba a transformar, porque nos está obligando a reflexionar sobre nuestros valores éticos y morales, individuales y sociales.
¿De qué sirve el dinero en medio de la pandemia? si no tenemos salud y no se puede comprar la vida. ¿De qué nos sirven el orgullo y la vanidad? si la pandemia va con todos, nadie está libre, la ropa de lujo no sirve, porque requerimos de algo cómodo, no sirven los vehículos al no poder utilizarlos. ¿De qué sirven las joyas, si la ansiedad es tal que nadie se pone ni se acuerda de las mismas? ¿De qué sirven las cosas materiales si estamos a punto de perderlo todo y, en un momento, podemos quedarnos sin nada?
Nuestra vida tiene que ver con la naturaleza, porque somos producto de ella. Los árboles entregan frutos, las flores no solo recrean la naturaleza sino que irradian su aroma para dar un aire límpido a la misma. Nosotros, de igual manera, nuestra vida es para servir.
El papa Francisco manifestó: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Seamos humildes, honestos y solidarios. Aprendamos a servir a los demás, porque no hacerlo es como no haber vivido. Estas son las lecciones que nos da la vida, para cambiar de actitud, ante la naturaleza y la sociedad.
Ahora, nuestra madre Tierra respira. ¿Quién se hubiese imaginado? Nuestro planeta contaminado, por el aislamiento de los hombres debido a la pandemia ocasionada por el coronavirus se ha beneficiado la naturaleza y comienza a respirar y requiere de humanos que no contaminen su ecosistema.
Gracias al aislamiento de los hombres, las aguas vuelven descontaminadas a los canales de Venecia, hay peces y la naturaleza se regenera, el aire se está volviendo puro, porque las industrias contaminan menos, aliviando al planeta.
En medio de la angustia y desolación que genera el llamado coronavirus, existe el consuelo de saber que nuestros niños están protegidos. Científicamente, se ha demostrado que el sistema inmunológico de nuestros niños resiste porque el mismo está en proceso de crecimiento y logra evadir este virus, aunque si pueden contraerlo, pero en una mínima escala.
En medio del aislamiento a que nos lleva este virus, hemos soñado en su mano protectora, pensando que no podemos estar abandonados, porque sería un trauma para la humanidad saber que nadie se preocupa por nosotros. No estamos condenados a vivir desprotegidos, al tener la presencia de Dios.
El libro La peste, de Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, nos muestra cómo se afecta la vida en una ciudad tras ser declarada una epidemia, pero va mucho más allá, refleja cómo el desastre y la desgracia pueden hacer aflorar los mejores sentimientos y actitudes de las personas, para luchar y lograr sobreponerse ante lo que consideran injusto. Nos hemos dado cuenta de que somos imperfectos, vulnerables y hemos vuelto a leer la obra: “La insoportable levedad del ser”, de Milán Kundera.
La vida es efímera y no podemos repetirla

Tan poco vivimos, que la muerte puede sorprendernos, en cualesquier momento e instancia de la vida que, al no poder repetirla, debemos ser buenos protagonistas de la misma, porque una mala actuación nuestra ya queda, no se borra, pero, si se podría enmendar. En esta época de pandemia, la vida se ha vuelto una incertidumbre, porque a más de estar confinados, estamos sujetos a designios para mantener la misma. Por la vida, los hombres sueñan en la reencarnación, la vida eterna, aunque saben que son mortales quieren inmortalizarse, pero, solo con las palabras, ya que estamos destinados a morir. No han existido seres humanos que se hayan saltado de la muerte. Lo que si se conoce es algunos hombres que han vivido muchos años. Hay narraciones sobre seres que han vivido 300 años o más. Una de estas historias es la de Matusalén.
Nuestra madre, tiene más de 104 años, pero, su hijo primogénito vivió solo 75, es decir, nadie puede prolongar su vida, porque ella depende de muchos aspectos. Cuando fui al camposanto Monteolivo, de Quito, a visitar la tumba de mi hermano Hernán, junto a ella vi la tumba de un amigo que, por la pandemia, ni siquiera logré saber de su muerte y, si hubiese sabido, no podía acompañarle a su despedida de este mundo, por el protocolo de la pandemia covid 19, que no permite acompañamiento y se han suprimido los velorios para los muertos.
Se dice: “No esperes tener que tomar decisiones fáciles a lo largo de los años que te toque vivir. La vida está llena de elecciones complicadas, de lo contrario no tendría sentido. Si te dejas atemorizar por ellas entonces nunca podrás vivir plenamente”.
La vida está llena de situaciones complicadas, pero son las que nos hacen crecer como seres humanos.
“Ser realistas es lo que nos ayuda a ser felices”.
Las expectativas irracionales nos provocan frustración y malestar.
“Nunca es igual saber la verdad sobre uno mismo que tener que escucharla por otro”.
“A nadie le gusta que le critiquen. Sin embargo, hay críticas que nos pueden ayudar a crecer”.
Morir en época de pandemia

Qué difícil la vida de los humanos en época de pandemia, porque no hay como morirse decentemente. Quien no logra resistir al virus, pasa del viacrucis al calvario, luego, a un escenario trágico que es un callejón sin salida hacia la muerte. La gente, se muere, en el anonimato, porque del temor al virus nadie quiere acompañar al moribundo, el cual pasa a muerto, porque el protocolo del coronavirus19 no permite acompañamiento y los humanos, frágiles, llegamos a nuestro final de la vida, sometidos al aislamiento. La incineración de los restos mortales completa este desolador desenlace, porque le queman hasta el alma. Ya sin alma, nos quedamos sin la vida eterna ofrecida después de la muerte, es decir, una especie de condenados a ser borrados de la historia.
Qué difícil narrar esta dura realidad, de los abandonados en su propia tierra. Una especie de crónica de una muerte anunciada y de condena a muerte a prisa. Es como volver a leer la novela La Peste, de Albert Camus, Premio Nobel de Literatura, pero, en una época distinta, ya que cada 100 años se producen estas pandemias, porque hemos pasado, de la gripe española al coronavirus19, es decir, de la pandemia del siglo XX a la pandemia del siglo XXI. Qué desoladora historia de la humanidad. Deberíamos no contarla, pero, estamos obligados a hacerla, por responsabilidad histórica con los condenados de la tierra.
Llegó, luego de una larga espera, la vacuna al Ecuador, pero, con goteo y con una desorganización total para poder acceder a ella. Es como que alguien programó hacer mal todas las cosas para tenernos en la incertidumbre y someternos a sus designios, en medio de la desolación.
Morir en el anonimato

Morir en el anonimato, el oscuro destino del personal de salud que fallece por la pandemia. Los profesionales de la salud han sido la principal arma contra el COVID-19 alrededor del mundo desde que el virus comenzó a propagarse.
Las ceremonias funerarias han quedado postergadas por el coronavirus y se hace raro, casi tanto como la propia muerte, tener que prescindir de cualquier rito para decir adiós a alguien a quien se quiere, algo elemental en nuestra cultura. Pero hay más ritos que pueden hacerse. Y otros modos de sentir el calor de los nuestros. Los rituales de duelo, como el velatorio, el funeral y el entierro ayudan a las personas a aceptar el hecho de la muerte del ser querido, les aportan el soporte emocional a través de la compañía de amigos y familiares y les facilita un escenario donde canalizar las emociones ya cualquier muestra de dolor es aceptable y entendible. Pero ahora son imposibles. Nos hemos quedado sin los modos conocidos de despedirnos y nadie nos ha enseñado a encontrar otros.
Por motivos de seguridad, ya no se celebran ceremonias ni velatorios en ningún caso. Solo se permite que unas pocas personas, las más allegadas, se despidan del fallecido si no ha muerto por coronavirus, durante media hora. Los servicios de entierro e incineración transcurren con absoluta normalidad, pero sin ningún tipo de vela o exequias cuando la muerte ha sido causada por esta enfermedad. Pero, ahora se muere en soledad, en el anonimato y la estigmatización social: aunque en todo momento ha habido sanitarios a su alrededor, trasmitiendo cariño y dedicación y ellos han sido conscientes de que en las circunstancias excepcionales que nos rodean, el aislamiento de familia, amigos y conocidos, y la labor de estos profesionales sin recursos y sin medios, que han dejado sus propias familias en casa para intentar salvarles, son todos actos de amor.
La incertidumbre

La crisis del covid19, ha elevado nuestra sensación de vulnerabilidad, nunca antes vista en el último siglo XX.
Hoy, hemos sido sometidos a la inseguridad más extrema, de solo poder contar con pocas certezas a las que sujetarnos, pero, el covid19, ha mandado a la papelera todos los protocolos que conocíamos para la gestión de escenarios inciertos. En estas condiciones, el estudio de la condición humana y de los grupos sociales debería servir para identificar claves que permitan abordar, este tiempo complejo que nos aguarda. De la filosofía, la psicología, la sociología, la economía y el pensamiento político se demandan rutas para encarar el futuro y vislumbrar las consecuencias que acarreará esta dura experiencia de confinamiento.
¿Vivir, tanto tiempo, sin la referencia de un futuro cierto, nos va a cambiar?
Han surgido, ahora, a más del mundo de las evidencias, el mundo de la incertidumbre, que obliga a los hombres a reflexionar sobre el futuro de la humanidad y el papel nuestro en la sociedad nueva que se está creando, mientras va desapareciendo, paulatinamente, el mundo de las certezas.
Me viene a la mente el libro del escritor cuencano Efraín Jara Idrovo, El mundo de las evidencias, que añoramos, junto a su obra poética, legado para la humanidad.
“Debemos actuar para que la incertidumbre no nos paralice y guiarnos por reglas flexibles”, apunta el psicólogo social Miquel Doménech.
La vida es efímera y no podemos repetirla.
Vacunarse o no vacunarse

El gran dilema en el caso de las personas mayores, de más de cien años de vida, como es el caso de nuestra madre.
Ella estaba muy tranquila y estaba en manos de sus hijos la decisión sobre la vacuna anticovid19.
Hubo personas, que nos aconsejaron que no se le ponga las vacunas por las reacciones que generan las mismas. Era un punto para analizar, pero, había que tomar la resolución y así lo hicimos, entre toda la familia como debe ser. Se decidió vacunarle a Leonorita, confiando en que iba a estar protegida por Dios y no tendría reacciones. La decisión fue tomada por sus hijos: Juanita Irene, Luis, Violeta, Diana y Marco Rivadeneira Játiva, teniendo la presencia espiritual de nuestro querido hermano Hernán, cuyo dolor Leonorita no sintió, porque por su edad está perdiendo la memoria.
Una vez tomada la resolución para vacunarle, nuestros hermanos: Juanita Irene y Marco, acompañaron a Leonorita a donde le tocó vacunarse, muy lejos de su domicilio, en el sur de la Ciudad de Quito, en el Hospital Luz Elena Arismendi de Restrepo, nombre de la mujer que luchó por sus hijos desaparecidos: “los hermanos Restrepo”, hasta su muerte.
Dios, ayudó a Leonorita. Ella no tuvo reacciones a las vacunas y la tenemos con vida. Cumplir 104 años el 31 de diciembre de 2020 y aspiramos a que viva muchos años más.
Vacunarse es lo mejor.- María Elena Bottazzi, experta en vacunología tropical de la Escuela de Medicina de la Universidad de Baylor, en Houston, consideró en una entrevista con la BBC que era lo mejor vacunarse, al decir:
“El mensaje es que, una vez que tengamos una vacuna (independientemente de que no sea perfecta y quizás no nos proteja al 100% o solo reduzca la severidad de la enfermedad), igual será una herramienta para asegurarnos la reducción del riesgo de morir”, afirmó.
La intolerable fragilidad humana

Es, realmente, un tema para escribir un cuento o una novela, pero, de nunca acabarse, porque la humanidad se está dando cuenta de su propia fragilidad, lo que sería: la intolerable fragilidad del ser.
Quién hubiese creído, que la pandemia, llamada COVID19, nos haya hecho dar cuenta de algo que todos sabíamos y que era un secreto a voces y no le aceptábamos: nuestra propia fragilidad. Tan frágiles somos, que la incertidumbre nos ha dejado totalmente desconcertados, al no saber qué hacer.
Da la impresión, desconcertante, que lo que se pretende es, nada más y nada menos, que hacer desaparecer nuestro mundo. Este relato, es una novela de incertidumbre, donde los humanos quedamos flotando en una misteriosa nube, desprendidos de toda atadura con lo terrenal y social, sin gravedad y sin derroteros, por no decir sin futuro. Pero, todos sabemos, si hay algo duro de eclipsarse es, justamente, nuestro mundo o planeta.
Así, la vulnerabilidad del ser, eje en base al cual se construyen todos los personajes de esta novela sin escribirse o inédita, se convierte en el motor del escenario dramático, responsable de un universo a la deriva. Una humanidad de seres sin poderes, indefensos, mortales, a los que se les niega estructuralmente algo tan vital como es el reconocimiento de su propia vulnerabilidad. Una humanidad sin superhéroes creados, como es el caso de Superman y Batman o el hombre araña. Así, pues, no le queda mucha más opción a la humanidad que la del desvarío colectivo, porque nos hemos quedado sin héroes y sin historia cotidiana, por la incertidumbre, porque el enemigo invisible no ha desaparecido.
He vuelto a recordar la obra: “La insoportable levedad del ser”, del escritor Milán Kundera.
La repentina muerte de Eliécer Cárdenas
Mi amigo y compañero de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, murió el día de ayer, domingo 26 de septiembre de 2021, en forma repentina, sin haber sabido siquiera que estaba enfermo u hospitalizado, ya que debido a la pandemia que asola a nuestro país y el mundo, muchas veces no nos enteramos de la situación de nuestros amigos cercanos. Unos días anteriores, le llamé a su casa, pero, él no estaba y conversé con su esposa, me identifiqué y le manifesté que otro día le voy a llamar, sin pensar siquiera, que se iba a morir, antes de que yo pueda llamarle.
Justamente, el día de ayer, estaba con Mundial Medios de Riobamba, junto a Gustavo Camelos Encalada y Eduardo Rodríguez Dávalos, como invitado al evento virtual de homenaje a nuestro maestro doctor Edelberto Bonilla Oleas, riobambeño, profesor de Filosofía del Derecho, quien nos estimaba mucho a los dos, cuando estuvimos en las aulas universitarias, pero, que ha quedado en el olvido, porque siendo una persona tan importante, que fue Presidente del Congreso Nacional y Alcalde de Riobamba, no ha recibido ninguno homenaje anterior al que le estamos entregando, por el centenario de su natalicio. Fue afiliado, durante toda su vida, al Partido Socialista Ecuatoriano, Presidente de la UNE y director de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en su ciudad natal. Mi agradecimiento, por este evento cultural, a Mundial Medios de Riobamba, quienes valoraron la obra del Dr. Edelberto Bonilla Oleas y organizaron su homenaje.
Eliécer Cárdenas, una vez que egresó de la Facultad, regresó al Cañar, su tierra natal, aunque se radicó en Cuenca, por motivo de su trabajo. Fue Cronista de Cuenca y director de la Biblioteca Municipal de la ciudad. Su novela “Polvo y Ceniza” es una de sus obras emblemáticas. Yo, le visité, en Cuenca, en varias oportunidades, antes de la pandemia y pude enterarme de su ingreso como Miembro Correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Cárdenas, laboró como jefe de redacción del diario cuencano El Tiempo y fue director de la Biblioteca Municipal.
En 2014, el Concejo Cantonal, de la capital azuaya, lo posesionó como Cronista de la Ciudad. En una entrevista con EXPRESO en 2018, el escritor indicó que aún había mucha tela por cortar en la historia de Cuenca. “Aún hay mucho que contar. Cuenca es una ciudad que ha cambiado mucho en los últimos 40 años, con un clima privilegiado, con mucho turismo, pero también con problemas de inseguridad y violencia en los que no se ha ahondado lo suficiente”.
En el 2019, se celebraron los 40 años de la publicación de “Polvo y Ceniza”, y tras reflexionar, el escritor señaló que la permanencia de la novela a través del tiempo se debía a la universalidad de su temática. “La historia de ese bandolero romántico, que ponía su vida en riesgo por los pobres, es una historia universal, con la que los jóvenes se identifican y al que incluso aplauden. La escribí cuando tenía 28 años, y yo también era joven, pero considero que esa versión idealista de la realidad es la que ha logrado que aún se lea”.
Tras la noticia de su fallecimiento, le recordé a Eliécer. Expreso, mi sentido homenaje al autor de: “Morir en Vilcabamba”, obra en la cual el artista Mario Moreno, Cantinflas, es personaje. Mi solidaridad con su familia.
La vida es tan efímera que, no pude despedirme, ni tampoco él pensó que se iba a morir, en medio de la pandemia, que no nos permite acompañar a quienes se van ni hacer velatorios.
Como articulista del diario El Norte, escribí: El Premio Nobel para un ecuatoriano, en cuyo texto expresé, que tanto Eliécer Cárdenas como Efraín Jara Idrovo, escritores ecuatorianos, tenían suficientes méritos para ser candidatos al Premio Nobel de Literatura.
Seguro estoy que, por la pandemia, su desolación y confinamiento, ninguna entidad cultural ecuatoriana, presentó candidatos a este premio mundial, en los dos últimos años.
Una pérdida para la Literatura de nuestro país y del mundo, la repentina muerte del escritor Eliécer Cárdenas Espinosa.
Nuestra madre vivió en dos pandemias
Dios, le ha dado una larga vida a Leonor Játiva Vinueza, quien nació el 31 de diciembre de 2016. Ha pasado dos pandemias: la gripe española y el coronavirus. Vive en el norte de Quito, en el “Conjunto Residencial Los Jazmines”, rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos, preocupados por su salud para darle más vida y disfrutar de nuestra querida madre, porque tiene recuerdos de 2 guerras mundiales, la cantonización de Antonio Ante, en 1938 y las visitas del Papa Juan Pablo II, en 1985 y del Papa Francisco, el 2015.
“En esta pandemia, se acabaron los llamados superhéroes, que en la práctica han sido el pilar ideológico del capitalismo, se terminó el culto al poder, porque ahora tenemos una especie de atadura terrenal. Ha quedado al desnudo la fragilidad del ser y debemos cambiar y asumir nuevas responsabilidades en nuestro planeta, que requiere de humanos que comprendan la importancia de la conservación de la naturaleza, para las nuevas generaciones.
La pandemia, nos ha dejado lecciones para la vida que debemos asumirlas para lograr una nueva humanidad que tenga como máximos valores: a la sencillez humana y solidaridad.
Debemos ser más humanos, porque nuestra condición humana nos exige, ya que estamos deshumanizándonos, lo cual refleja que no estamos siguiendo por el camino correcto.
Es necesario que la universidad del siglo XXI genere ciudadanos de bien, con valores cívicos, éticos y morales, que definan el nuevo curso de evolución de la humanidad que defiende a su naturaleza”.
Debemos cuidar nuestra naturaleza
Qué bueno poder manifestar a nuestros lectores que la pandemia coronavirus, Covi19, nos da como principal tarea a los humanos, el cuidado de nuestra naturaleza generosa y fértil. La hemos descuidado, al extremo que la estábamos destruyendo, sin pensar en que ella nos da nuestros alimentos.
En el tiempo de la pandemia, la naturaleza ha podido respirar, porque se ha liberado de la acción destructora de los humanos, quienes nos hemos deshumanizado.
Esta parte, la escribo, en primera persona, porque estoy conversándoles mis propias vivencias, en época de pandemia. Considero, al igual que otras personas, que nuestra naturaleza busca defenderse y si es un virus natural, pronto vamos a ver los resultados positivos de regeneración de la misma.
Hemos contaminado el aire y el agua de los ríos y mares, los bosques están desapareciendo. Nuestro planeta, debe ser limpio, tener el agua y el aire en estado puro, con el fin de respirar un aire que haga funcionar bien a nuestro organismo y el agua como líquido vital por su pureza. Las ciudades están contaminadas, por los desechos, la basura y los gases de los motores de los autos; los trenes, contaminan menos el aire, porque funcionan sin combustible sino utilizando vapor. Actualmente, vemos, que se han incrementado los autos eléctricos, eólicos y solares, lo cual es positivo porque no contaminan el ambiente. Se pretende que en las casas funcionen con paneles solares y recolectores del agua de las lluvias.
Muchos, tenemos la impresión, que el coronavirus es una arma de defensa de nuestra propia naturaleza, porque tiene vida. En nuestra naturaleza, hay muchos animales que se autodefienden de otros que los atacan, produciendo un veneno, como es el caso de las serpientes y escorpiones. Las picaduras de insectos a humanos, permiten la generación de defensas. Los niños y adolescentes que no salen de sus casas, no pueden inmunizarse de las picaduras de insectos. Quien ha sido picado por una abeja, desarrolla defensas en su organismo.
Los mejores librados de esta pandemia, son los que han podido resistir de manera natural, generando anticuerpos, pero, necesitan vacunas de refuerzo.
Excelente artículo
Muchas gracias, estimado Carlitos. Un abrazo a la distancia, para el amigo, compañero y paisano.
¡ME GUSTA LA REFLEXIÓN! Siempre pensé que nuestra vida es una “burbuja”, al mejor descuido… podría terminarse; sin necesidad de salir a buscarla ¡Y PEOR, SI LA BUSCAMOS! (mDP).
No he hecho referencia, pero, en abril de 1920, hubo anunciadores del fin de la pandemia, en las plazas y parques, que eran desconocidos en los poblados, de naturaleza humana, según nos ha hecho conocer nuestra madre, que ha vivido en dos pandemias. Cumplió 105 años de vida.
Estimado Marco: la reflexión nos ayuda a conocer el mundo y los sucesos en forma real y tangible y nos permite actuar sin simular.
Gran artículo, estimado Dr. Luis Rivadeneira.
Reflexiones que son bienvenidas en estos tiempo. Gracias.
Excelente artículo que nos invita a la reflexión, en estos momentos de crisis nos damos cuenta cuán frágiles somos…
“En la vida, entonces, simulamos no ser frágiles, pero, en la realidad, lo somos, aunque no lo toleramos.“
Gracias, por su acertado comentario, estimada Margotcita. Que interesante lo que usted dice sobre la simulación. Un abrazo.
Gracias, estimada Vilma. A decir verdad, la pandemia nos ha dejado lecciones para la vida.