El derecho a la protección también como un sinónimo de poder

Por: Jacqueline Murillo Garnica, PhD
Colombia

Las recientes declaraciones del papa Francisco, en tildar de egoístas a aquellos que prefieren adoptar mascotas, que a tener hijos; han causado revuelo en las redes sociales. Es posible que el sumo pontífice se haya equivocado, pero también es cierto que se debe tener en cuenta la brecha generacional que cada vez se va ampliando por causa de las desigualdades económicas. Esto, digamos, es una de las aristas de la situación. Aquí hay tela de donde cortar.

Largos y consecutivos años de represión sexual, en que la iglesia católica ejercía hegemonía y presumía de regular la sociedad con parámetros que iban en otra vía de la realidad social y económica, también, la manera de comprender el mundo. Desde la aparición de las pastillas anticonceptivas, la sexualidad dejó de ser vista como una función procreativa. La decisión de ser madre o padre dejó de ser exclusiva para una pareja que decide construir un proyecto de vida. Ha dicho Francisco: “Hoy vemos una forma de egoísmo, Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces tienen uno y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”. El jerarca ha llamado a este fenómeno el “invierno demográfico”, sin embargo, la sociedad se cuestiona sobre la forma de hacer cambios para afrontar la nueva realidad.

Sumado a este debate, se puede analizar desde la cuestión económica y ambiental. Los motivos son variados, y la generación actual dista de aquella en que se centraba en el núcleo familiar. Francisco se ha equivocado, quizá sin exagerar, es un reclamo, que bien podría ser el de la humanización de los animales. Pero esto también ha posibilitado el surgimiento de un nuevo sentido de estos seres vivos en la sociedad. No sería entonces egoísmo, Francisco. Invoco aquí a Kruse (2002), y su estudio del hombre y sus relaciones con el contexto, no solo de aquellas que propiamente sean con sus congéneres. Este autor las propone desde el nivel de dependencia, de los derechos, de los deberes y las formas de interrelación.

Se puede analizar también que estas relaciones se consolidan desde el lenguaje, en el sentido estricto de que esos seres sintientes pertenezcan o sean de la propiedad del humano. Para entender estas relaciones entre hombre-animal, hay que comprender las representaciones sociales que el hombre tiene y hace del animal, no solamente en lo verbal, también en lo visual y lo simbólico. Así como los padres han creído que los hijos son de su propiedad, ha habido un egoísmo social y cultural que se ha mantenido por años, y es que esa “propiedad” confiere a los padres la potestad de sujeción y el control sobre ellos, aún en las decisiones que puedan tomar en la adultez. Nuestra sociedad ha sido históricamente laxa, permisiva y asistencialista, otro de los errores sociales que se han cometido bajo la égida de la protección a toda costa de los hijos, independientemente de su edad. También es otro tema que puede dar para varios debates y cuestionamientos, y la idea no es desvirtuarme de lo inicialmente escrito.

Si bien, todos los seres vivos son dignos de respeto y a su vez, las administraciones deben velar por que se cumplan los mínimos en este sentido, también es innegable el desequilibrio que se da en cuanto a las relaciones de poder entre los humanos y los no humanos. No se trata de movimientos verbales que se enmarcan en la defensa de los animales y que éstos sean suspiros de un día o de una campaña electoral, valga la pena resaltar aquí las campañas políticas en Colombia que se endilgan la proclama de los derechos de los animales. Se valen de captar sufragantes en aras de reconocer las tendencias en conferir tratamientos de protección a los no humanos El disentimiento es propicio para reconocer que la sociedad contemporánea debe replantearse una reorganización social en donde sean respetados los derechos de los seres vivos. Esto se logra con un equilibrio económico o por lo menos, que los gobiernos trabajen para que así sea, y que no se quede solo en el discurso electorero.

Tiene razón en algunas enunciaciones Francisco, pero hay que reconocer que la realidad económica obliga a valorar que estas generaciones no tienen las mismas posibilidades que tuvieron las anteriores, y otorguen a los animales cuidados y protección como si fuesen humanos. También se podría mencionar aquí lo difícil que resulta en algunos casos, el proceso de adopción para algunas parejas.

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