De influencers, tiktokers y otros males
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
-Hijo, ¿qué quieres ser de grande?
-Youtuber, madre.
En nuestros fatuos tiempos se ha normalizado la terrible dependencia tecnológica y todas las falsas comodidades que las malintencionadas redes nos ofrecen. De todo lo que nos vende la virtualidad, vale hacer mención de un ¨innovador¨, lucrativo e inútil ¨trabajo¨ -no, no se trata de puestos políticos- en el que cada vez más niños, adolescentes y adultos caen entontecidos. Aquellas personas que distan de su forma humana para asemejarse a las ovejas que nos narra Orwell en su libro ¨Rebelión en la granja¨. Gentes que frente a su nocivo celular seducen a la audiencia replicando barbaries bajezas a las que ellas llaman ¨tendencias¨.
Hace no más de un mes, en un célebre centro comercial de la Cuenca andina, tuvo lugar un insano evento que conglomeró, mayoritariamente, a cientos de pubertos. Cabe recalcar que algunos de ellos iban acompañados de sus condescendientes padres; por cierto, uno que otro veinteañero, quizás universitario, también se dio cita a dicha sesión. El motivo de tal acontecimiento: la ¨gira¨ de dos de estas autodenominadas ¨personas influyentes¨. Un chico y una chica que juntos superan los cuarenta millones de seguidores en sus plataformas digitales, cifra que rebasa el doble de habitantes de Ecuador. Debido a la emergencia sanitaria por la que aún atravesamos, las sumamente concienzudas autoridades de la ciudad cancelaron el programa. Por semejante irresponsabilidad alguna cabeza tenía que rodar, pero este es el país de la mitad del mundo, aquí se juzga según el poderío económico. Entonces, no hay que creer que las élites tienen ventajas, que las sanciones son irrisorias, que el dinero pesa más que esa mujer invidente.
De la poca evidencia audiovisual que se puede encontrar de esa tarde, lo que resulta espeluznante es la reacción de los asistentes al ver a sus ídolos. Como si poseyeran el elixir de la eterna juventud, supieran el secreto de la felicidad o el significado de la vida, el público los ovacionaba como a dioses. Las muchachitas se codeaban con el objetivo de tocar, al menos un cabello, de su querubín; los muchachitos corrían tras las caderas de su Venus. Y tal si se tratase de una aparición milagrosa, no se hicieron esperar los gritos, sollozos, desmayos. Desde luego, todos con el móvil a mano a fin de perennizar el momento, sin saber que, si a las grandes empresas tecnológicas les da la gana de borrar toda la información de sus clientes, lo harían sin pena ni gloria. ¿Qué tan distinta sería la realidad si nos invadiera el mismo júbilo al ver a nuestros olvidados ancianos en lugar de a esos tarugos engreídos del otro lado de la pantalla?
Se entiende, hasta cierto punto -valga la aclaración-, la euforia de las masas cuando entran en contacto con referentes del ámbito musical, actoral, político, deportivo e incluso religioso. Sobre la tarima un cantante o una banda transmiten emociones con su música; el buen actor revela sus experiencias al desempeñar un papel; un político… bueno, igual tiene admiradores; un deportista causa sensación con sus habilidades; los líderes religiosos… pues, así como los políticos, dan ciegas esperanzas. Sin embargo, es imperativo interrogarse ¿Qué hacen los influencers? ¿Qué transmiten en el escenario los tiktokers? ¿Por qué hacen giras si su mal-contenido es de lo más superfluo? ¿Por qué los más pequeños y, especialmente, los jóvenes de entre once y quince años se desviven por esos sin sal en la mollera? ¿Acaso ellos son su modelo a seguir? La respuesta puede ser aterradora.
A día de hoy, cualquiera con acceso a internet se convierte en un ejemplo para los infantes y para todo el mundo. Lo que se necesita es: instalarse una estólida aplicación, hacer muecas grotescas, sonrisas falsas, bailes deplorables, retos insensatos, fonomímicas absurdas, hablar estupideces; en determinada, realizar bobadas. De esta manera llegan los seguidores quienes aplauden cual focas cualquier simplonada y vanaglorian a estos individuos. No falta la tipa que brinda o pide consejos amorosos, el tipejo que baila sin camisa, las copiosas actuaciones, las bromas de mal gusto, las detestables charlas motivacionales, la ordinariez en su máximo esplendor.
Lastimosamente, este dilema está regado por toda la Tierra. Por tal razón, ante un mercado de magnánimas proporciones, las mórbidas entidades comerciales han aprovechado y sacado buena tajada de ello. En un principio se mencionaba que dedicarse a las redes antisociales se considera trabajar, cuenta de ello dan las cuantiosas sumas que los patronos invierten en la actual manera de hacerse publicidad. El empresario contacta a una de esas ¨personas influyentes¨, le presenta su producto, esta, con su gran y maligna capacidad persuasiva, convence a sus espectadores de consumir lo que sea que le metan por los ojos. Bajo esta lógica ganan, exclusivamente, la multinacional y el supuesto ¨influenciador¨. La relación es tanto directa como indirectamente proporcional: a más seguidores, mejores marcas, más dólares, a cambio de una calidad de, si es que se le puede llamar, ¨contenido¨ que parece nunca tocar fondo. Y como la educación es un negocio, hoy en día es posible cursar un diplomado en ¨Social Media Management¨, no nos asustemos que lo que viene es peor.
Dentro de este orden de ideas, no satisfechos con poseer una fortuna interminable, la cadena de almacenes Walmart ha anunciado su proyecto con el que pretende vender bienes virtuales. Sí, leyó bien ¡¡¡Bienes virtuales!!! El bien virtual es cualquier objeto, desde una simple prenda de vestir hasta una casa, que jamás se materializará, aunque tiene costo. En otras palabras, se paga por algo que reposa en algún universo alternativo, se compra la nada. Seguro estos bienes padecen una severa crisis existencial. Está por demás decir que el principal promotor de tan fingida realidad es META y su METAVERSO, pero ¿qué pasará cuando todos tengamos bienes virtuales y haya un apagón irreversible? De nuevo, la respuesta puede ser aterradora. No olvidemos el rol de los ¨tiktokers¨ e ¨influencers¨, pronto se los verá impulsando mercancía aún más artificial y engañosa.
Con argumentos se dice que el movimiento es vida, que el que no zarpa se estanca, que el mundo le pertenece a los que se acoplan, a los que evolucionan; no obstante, si la cosa pinta como aquí la describimos, es preferible no salir del agua y esperar que el ciclo infinito de la vida se repita. Señores ¨tiktokeros¨ e ¨influenciadores¨ quizá sea prudente cuestionarse su proceder ¡Detengan ya sus payasadas y dejen de contaminar las mentes de los más vulnerables! Suficiente tenemos que lidiar con la realidad real como para embrollarnos con la virtualidad virtual.
Si llegó hasta esta línea, enhorabuena. Ahora, vaya a revisar las notificaciones acumuladas en su dispositivo ¨inteligente¨.
Es trágico para la sociedad saber que los gustos, preferencias y motivaciones de los millennials son los nuevos profetas tecnológicos (tiktokers, influencers). Esta gente moviliza a gran cantidad de chicos, jóvenes a un mundo vacuo hasta el punto cegarles y llenarles la mente de contenido absurdo. Más allá de la irresponsabilidad en este tiempo de pandemia, el verdadero problema es hacia dónde va la sociedad y esta dependencia a las redes sociales que tanto mal hacen y harán.