Seis de enero, el día de los inocentes
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Tú, mi ciudad maldita
¿Qué misterios guardas en tus rincones, plazas y estrechas veredas?
¿Por qué tu casco sosiega los sentidos con ese aroma a café vespertino?
¿Cuántos secretos quedaron bajo tus adoquines y tus coloniales iglesias?
Entre el veinte y ocho de diciembre y el seis de enero se celebra, en gran parte de occidente, conjuntamente, la fiesta de los ¨Santos Inocentes¨ y la ¨Bajada de los Reyes Magos¨ de oriente. Esta ya tradicional festividad varía de región en región, de país en país, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. Como era de esperarse, este festejo tiene raíces religiosas, cristianas, específicamente. La causa de que dicha manifestación sea tan diversa en tanto a sus múltiples formas de representarla halla su origen en fenómenos que ya se han tratado anteriormente: sincretismo religioso y suplantación de ídolos.
A fin de intentar comprender, a grandes rasgos, los motivos por los que estas fechas son conmemoradas, se sintetiza, a continuación, la versión del clero. Así pues, según la mitología católica, unos magos, no reyes, procedentes de oriente arribaron a Jerusalén guiados por una estrella. A su pomposa entrada recibiéronles el rey Herodes I acompañado de su comitiva de sacerdotes y escribanos. Cuenta la leyenda que los orientales venían extasiados por la señal de la estrella que, a su criterio, mostraba el lugar donde había nacido el rey de los judíos -Belén de Judá- al que ellos debían adorar. Ante tal noticia, Herodes el Grande se sintió terriblemente ofendido, pues quién habría de llamarse rey si no él; sin embargo, como es experticia de los monarcas, disimuló su rabia para trazar un sangriento complot. De este modo, Herodes permitió que los magos continuaran su camino con la condición de cuando descubran el sitio de nacimiento del infante le avisen para él también adorarlo.
Los magos fueron engañados, como ¨bien¨ se enseña en el catecismo, puesto que el plan de Herodes era asesinar al hijo de María y José. Días después del arribo de los magos a Jerusalén, mientras divagaban por Belén de Judá, la estrella, bendito halo luminoso, se les presentó nuevamente, en esta ocasión, les indicó el lugar exacto al que debían dirigirse. Una vez allá, se dice que los magos obsequiaron al recién nacido incienso, mirra y oro. Pasada la emoción inicial, los orientales recordaron su pacto con Herodes, pero muy oportunamente recibieron señales divinas que les develaron las verdaderas intenciones del rey. Es por ello que decidieron regresar a sus tierras sin considerar el trato con el otro rey de los judíos. Herodes, al notar que había sido timado, en un arrebato de cólera, mandó a pasar cuchillo a todos los menores de veinte y cuatro meses que habitaban en los territorios de su dominio. Afortunadamente para la familia del carpintero, los magos no eran los únicos con la capacidad de percibir signos sobrenaturales; por consiguiente, mediante estos símbolos, ellos pudieron huir.
Con el paso de los siglos, acorde el catolicismo ganaba terreno, se fueron acomodando las fechas, los días y la historia en sí. Entonces, se dio por sentado que la masacre a los niños empezó un veinte y ocho de diciembre del año uno y que los ahora reyes magos visitaron al ¨redentor¨ un seis de enero. De allí que en la actualidad aún se ¨festejen¨ estos acontecimientos. Conforme avanzaban los tiempos, cada nación conquistada por la cruz acoplaba esta rememoración a sus costumbres autóctonas. Tanto evolucionó esta indolente efeméride que se sustituyó la muerte de aquellos pueriles por bromas a otro tipo de inocentes, a los menos vivos de las comarcas. A la sazón, este período de ocho días es una fase en la que se acostumbra a gastar teredos que van de simples mentirillas a pesadas travesuras, todo con el fin de burlarse del otro, poniendo en evidencia su inocencia.
Cuenca de Ecuador no es ajena a celebrar el seis de enero, aquí conocido como el ¨Día de los Inocentes¨. Antes de adentrarnos en la celebración morlaca, es necesario esclarecer que en todo el suelo ecuatoriano esta costumbre heredada de los primeros hispanos en América cuenta con un sinnúmero de variantes. Hay que rescatar, por su importancia y trascendencia cultural la ¨Diablada de Píllaro¨ en la provincia de Tungurahua. De la misma manera, la ¨Fiesta de Reyes¨ en las provincias de Guayas y Manabí; el ¨Corso de las Flores y la Alegría¨ en Ambato; el ¨Juego de Reyes¨ en Esmeraldas. Estas festividades aparecen por partida doble, dado que muestran la conjunción entre lo pagano y religioso, entre lo mundano y lo espiritual.
En lo que un día fue la Atenas del Ecuador, el seis de enero cobra una interesante significación. Esta ciudad es obediente y sumisa, casi siempre; es decir, lo que se puede denominar como una urbe tranquila, pacífica, exageradamente respetuosa con sus ¨autoridades¨ de toda índole y con sus tradiciones. No obstante, llegada la tarde-noche del día en cuestión, un pícaro espíritu abraza tanto al pueblo como al poblado. Larga data en el tiempo posee el desfile organizado por diferentes asociaciones que hace más de seis décadas buscan perdurar las costumbres cuencanas a través del llamamiento ciudadana a las afamadas comparsas de los ¨Santos Inocentes¨.
En los últimos años, esta parada ha cobrado vida en una de las avenidas más representativas y extensas de Cuenca; aunque las primeras tenían lugar en el centro histórico. Las temáticas de las comparsas han sido, son -más o menos- y esperemos sigan siendo sátiras que dejan entrever comportamientos irrisorios de la cotidianidad, además de sustanciales aspectos que nos definen como coterráneos. En otras palabras, haciendo uso de la fórmula burlesca, los números, improvisados o planificados, critican, severamente, a todo el entorno, pasando por políticos e incluso a la propia Iglesia -sacerdotes, monjas-. De cierto modo, se podría decir que el desfile del seis de enero es el método catártico de los cuencanos, una nada sutil muestra del montón de cosas que fastidian con un toque perfecto de sarcasmo plus ironía.
Al presente se ha potenciado el concurso de comparsas, existen premios, económicos claramente, para las mejores, más creativas. Esta convocatoria es abierta para instituciones, academias, organizaciones, gremios, empresas; quizá esa sea la razón de que mencionado evento reúna y revuelva a todas las comprometidamente llamadas ¨clases sociales¨. Hay quienes invierten fuertes sumas de dinero en sus disfraces, complementos y puesta en escena. Existen otros que obligan a sus empleados a desfilar uniformados, una satírica manera de hacerse publicidad, de eso se trata, ¿verdad? Por ende, no se puede negar que esta tradición, como todas las demás, ha sido salpicada con tintura permanente comercial y mercantil.
Respecto al contenido que abordan los participantes y los espectadores, este cambia a medida que transcurren los tiempos; ahora es muy común hallar tópicos que hacen alusión a películas, series de moda, personajes, cantantes, actores. No faltan las jorgas que asisten con un ojo pintado, prendas desgarradas, cabello tinturado. Están, también, los esmerados que alquilan sus ropas, maquillan sus rostros y consiguen meterse en quien tratan de caracterizar. Finalmente, está la gente que se da cita con el único objetivo de pasar un momento ameno, picar comida de calle, soltar una que otra carcajada; en definitiva, distraer la mente de esos ¨santos¨ que nos creen inocentes y pretenden burlarse de nosotros.
Relato popular de un seis de enero alternativo
En la Cuenca andina de hace décadas, más mojigata, enclaustrada, hipócrita y profundamente curuchupa, se da cuenta de que este desfile servía de excusa perfecta para los nacidos hombres que gustaban de la propia virilidad masculina.
Eran los tiempos en que se celebraba el ¨Día de los Inocentes¨ en el parque central de la ciudad bañada por los cuatro ríos. Único día del año en el que ellos podían dejar de reprimirse, para ser tan maricones como quisiesen. Su distintivo: ir revestidos de mujer a las comparsas, llenar de un rojo estruendoso sus finos labios, pintar sus párpados de cualquier color del arcoíris, empolvarse el pelo de escarcha. Durante el programa, en grupos de cuatro o cinco se situaban a las espaldas de jóvenes o viejos a quienes consideraban atractivos y todavía vestidos pasaban, para delante y para atrás, simulando el acto del amor, su miembro erecto lo más próximo a la retaguardia de sus inermes víctimas. Aquello era el preámbulo para la noche, manceba aún, en que dejarían a su inocente dormir seguro en algún sitio recóndito de la mente. Ya concluidos los bailes, desalojadas las tarimas, a luz de luna y vela, ellos -que eran muchos- se atreverían a lo que ni la puta más osada y mejor pagada pudo jamás hacer. Allí, en toda la plaza central, en medio de dos catedrales: la vieja y la nueva en construcción, bajo los ojos de Dios, se desataba Sodoma y Gomorra. No había silla, banqueta, pileta, planta, bustillo que no haya sido fiel testigo de la pasión desenfrenada de aquellos hombres. Los aledaños al sector, inocentes, creían que ese ruido inusual provenía de a los que se les pasaron las copas y que acaso en una escaramuza se encontrasen; sin embargo, esa fetidez a marisco siempre les generó dudas.
A la mañana siguiente, sobre esas mismas bancas, los dones presumían su terno hecho a medida, su rechinante y aún fresco boleado, su parejo bigote; posaban orgullosos con su periódico matutino y su cigarro apenas consumado por el fuego. Por su lado paseaban, altas y prosudas, las doñas, de talle esbelto y ostentosos vestidos. Al momento que sus miradas coincidían, los caballeros, con un excesivo amaneramiento, tocaban pausadamente sus sombreros e inclinaban solemnemente sus cabezas, saludando a las féminas que por esos lares transitaban. Ellas apenas sonreían, pero el rubor de sus mejillas las delataba. Al pasar las señoras delante de los señores apretaban y lentificaban su paso, enfatizaban, a posta, su voluptuosidad. Disimuladamente los varones dejaban caer, mediante sus vivaces y centelleantes ojos, todo su morbo y lascivia. De pronto, soplaba el viento y este traía consigo un olor a pez, los señoros, alarmados, hacían una mueca y por fin empezaban a leer el periódico.
Tú, mi ciudad maldita
¿embriagas con tu belleza para esconder llanto, pobreza y miseria
que la perfumada brisa del crepúsculo grisáceo nos obliga a olvidar,
pasan incontables desgracias, injusticias y abusos que mejor es callar.
El día de los inocentes esconde varias historias que, muchas veces, une lo político, pagano y familiar. Este artículo tan bien construido y pensado descifra el verdadero significado de una fecha que pasa desapercibida para otros. Los jóvenes caen en la trampa del mercantilismo y capitalismo, a tal punto de disfrazarse por simple moda. ¿Quién sabe y ellos son los inocentes?
En fin, habrá que esperar hasta el 2023 para descubrir cómo se disfrutará esta fecha pagana.