Poesía, la eterna borrachera
Por: Manuel Felipe Álvarez-Galeano, PhD
Colombia
Poesía, perdóname por haberte hecho comprender
que no estás hecha sólo de palabras.
Roque Dalton
La poesía engloba una elevación constante del ser, a considerar su esencial búsqueda de belleza; esta se enjalma en una variedad de rostros estilísticos que denotan la amplia dimensión de su expresividad. También es claro que esta obedece a los tiempos en que surge, que determina su inclinación estética, hasta responder, en muchos casos, a dejos vanguardistas.
Como herencia del modernismo, surgieron, a principios del siglo pasado, corrientes poéticas con una consonancia retórica y temática, de las cuales se mantuvieron gestos que se conservan en la actualidad. Se contempla poesía de resistencia, como Miguel Hernández, Wisława Szymborska y Ernesto Cardenal; amorosa, como Mario Benedetti, Alfonsina Storni y Pablo Neruda; filosófica, como Jorge Luis Borges y George Santayana; existencialista, como Emile Cioran, Iris Murdoch o Alejandra Pizarnik, entre otros casos.
Sin embargo, es incauto encuadrar a estos poetas dentro de una cárcel estilística, estimando que el ejercicio poético es una elaboración libre que no necesariamente obedece a una inclinación determinada, en muchos casos, por la academia. Aunque bien, es claro que dichas inclusiones también se sujetan a la necesidad hermenéutica de la cultura lectora.
Con vívida conciencia de lo anterior, se da también una romantización de formas de otrora que muchas veces recaban en la caducidad y en la cerrazón expresiva, pues se corre el riesgo de restarle autenticidad y trascendencia a la creación; por lo que se acude a una iteración que, con un poco más de noche y esencialidad, se puede prevenir.
También hay que considerar que, cuando se integra el oficio de escritor con el de lector, se suele tener influencia de los autores que se leen. Esto no resulta tan improductivo, si se considera que la lectura es una especie de acto de reflejo en que el pensamiento y la emoción se amalgaman en una línea de goce. No obstante, hay que mantener la genuinidad y la apertura hacia la intimidad, que, a la postre, define el encuentro con la verdad.
Así también, cuando se toma el lapicero o se abre el Word, hay toda una elaboración de disciplinas que se suscriben a las intenciones del autor. Hay quienes portan su libreta a todo lado, esperando atrapar cualquier disparo que surge en el autobús, la oficina o el café; otros tienen, en cambio, la sagacidad de esperar a llegar a casa. Por ejemplo, el recién fallecido Jaime Jaramillo Escobar engranaba su expresión, desnudo.
En esta línea va la intención principal de este escrito, pues, previniendo que puedo ser tildado de sismático y escandaloso, usualmente escribo en mi sano juicio, como forma de acercamiento hacia la sinceridad, quizá hasta por respeto hacia mi mensaje. Otros, de manera meritoria, también han levantado obras maravillosas mientras estaban invadidos por sustancias o alcohol, como es el caso de dariolemos, Burroughs y Baudelaire. No sé, antes me encantaba escribir cartas, después de engullirme un aguardiente doble. Luego, me arrepentía.
He visto casos rutilantes de poetas que se despojan de lo que escriben, se quedan ligados a la circunstancia del oficio creativo y terminan enlazados en una jaula triste en que se pierde el placer de la contemplación, en una suerte de decadentismo sórdido. He leído a Bukowski y, de verdad, quedo hastiado luego de una decena de páginas, pues, muchas veces, su obra para mí ha representado un inventario de sus borracheras y, si bien hay códigos significativos, a veces me pongo necio y le pido otras cosas. En mi caso, la poesía ya representa una especie de enajenación paradójicamente reveladora, sobre todo cuando Pink Floyd me acompaña en el escritorio.
Ante esto, debo mencionar que debería leer toda su obra; sin embargo, nadie puede obligar a leer a aquellos con quienes uno no se sintoniza, ni es imperativo renunciar a los libros de almohada. Tampoco debo fumarme todos los baretos o pegarme una borrachera celestial para escribir algo decente. Cada quien es responsable de lo que siente y escribe. Eso sí, aunque suene contradictorio, y avalo la crítica, prefiero leer a Thompson, Huxley, los malditos y los decapitados, antes que escribir como ellos. Les contaré cómo me fue en mi próxima resaca. Por ahora, ¡salud!
Aunque el espíritu de la poesía no me ha poseído, comparto aquel sentir develador al momento de escribir cualquier cosa. Sobre todo cuando los desacompasados y, por momentos, improvisados sonidos de THE DOORS ondean en pensamientos que jamás se llegarán a materializar.
Salud, entonces.
Excelente artículo, estimado, Manuel, la originalidad y el alma en poema es la clave. Y como tú dices cada quien es responsable de lo dice o hace.A seguir produciendo, mi estimado amigo, tu tienes talento para ello.