Mi panorama político en Colombia

Por: Manuel Felipe Álvarez-Galeano, PhD
Colombia

En medio del complejo panorama electoral que se avecina en Colombia, es necesario que el ciudadano se atreva a analizar profundamente los perfiles y propuestas de quienes se avizoran como candidatos, a fin de que el futuro del país no esté determinado por las 50 lucas o el tamal con gaseosa que dan por su voto. El paisaje es violento y aciago; sin embargo, hay que aplicarle un poco de frescura y establecer una consonancia con el Vox populi. Acá presento un resumen de algunos candidatos, a falta de otros que espero compartir después, porque el límite sugerido para las columnas es de 500 palabras y ya me excedí en la carreta.

Sergio Fajardo. Preocupante, porque su tibieza resulta peligrosa y licenciosa con los grupos económicos que han alimentado un modelo de desigualdad. Carece de la determinación y la disposición al cambio que, claro está, necesita el país. Espero que no se quede dormido o vaya a ver ballenas, mientras el país lo necesita. Su gobierno pasaría a ser una defensa constante de su nombre. Nunca vi a un hincha del Medellín tan resiliente.

A Alejandro Gaviria me encanta escucharlo, es un auténtico pensador y gran humanista. Me recuerda a esos profesores que toman tinto con los estudiantes. Tiene mucha claridad y veo en él a un auténtico demócrata. Me angustia su defensa de la abominable Ley 100, tiene luminosidad en materia de derechos y sería un buen puente para la transformación, si se logra desprender de muchas dinámicas de sus anteriores jefes. Hay que ver cómo dialoga prioritariamente con las necesidades del pueblo, pues tendrá la clase política sapoteándole tajadas fritas.

El viejo Petrus. Con semejanzas ideológicas, aunque más blandas, con su pana Rafael Correa; la diferencia es la forma de percibir el capital. Tiene el país en la cabeza y un gran programa, pero sus seguidores, en gran cantidad, los veo con gestos fanáticos muy parecidos a los de su otra orilla. Tiene buenas fórmulas para dinamizar la economía, desde la voz popular. Me gusta que tendría mucho enfoque en las necesidades del pueblo, pero es claro que las élites criollas le van a hacer la vida imposible. Es el único que piensa en la naturaleza y plantea un cambio sustancial. Esperemos que no se quede en discurso. Ojalá piense en el Buen vivir o Sumak kawsay.

Uribe. Lo coloco porque no sé quién será su candidato y cualquiera que se lance sería para hacerle mandados. En su tienda se albergan muchos pecados. Necesita pedirle consejos a alguna pitonisa. Siempre he querido abrazarlo en silencio; es un personaje misterioso y me han dicho que es bueno para conversar. Debe comprender que su modelo y sus tácticas no funcionaron como él quería. No me gusta cuando se burlan de sus seguidores por su mala ortografía; Petro tiene una horrible. Hay que tratar de entender que muchos de sus seguidores no son ignorantes: solamente tienen miedo; pero otros, infortunadamente, se creen descendientes de Luis XVI.

Rodolfo Hernández. No sé hacia dónde va. Se muestra bonachón, pero tiene tono de gamonal o capataz. Necesita unas aspirinas para su neuralgia. No tiene claridad ideológica, pero tendría buenas ideas para temas de empleo y es muy probable que no le vean la cara, pero se parece a mi abuelito cuando alguien lo contradecía. Los odontólogos tendrían buena clientela con sus opositores. Sería un buen contendor para Vasily Kamotsky, en el mundial de cachetadas.

Humberto de la Calle. Es un humanista completo. Conoce políticamente el país. No creo que llegue, pero el país tiene una deuda moral con él. Es de lo poco rescatable de la vieja política.

Fico. Una voz fuerte e integrativa, pero no me le como el cuento de ser alternativo, como lo muestran algunos seguidores. No está muy bien rodeado y creo que comulgaría mucho con la clase política. Una vez soñé que él era Rambo. Mis tías lo quieren más que a mí. Siempre he querido chuparme un aguardiente con él, para saber si es de los querendones. De niño jugaba con helicópteros y comía chitos, mientras veía las películas de Bruce Willis de los noventa.

Seguiremos informando o elucubrando; el humor, más allá de que no siempre se logre finamente, es una forma de democracia; sin embargo, el papelito que se deposite en la urna debe tener un diálogo con uno mismo y con lo que se quiere para el país. Debemos humanizarnos y poder diferir, pero siempre desde una dinámica menos salvaje a como nos hemos acostumbrado.

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