Eliécer Cárdenas Espinoza

Por: Iván Petroff (PhD)
Universidad de Cuenca (Ecuador)

La muerte, ese acontecimiento vital que nos permite ir hacia lo desconocido o volver a la dimensión desde la que vinimos al mundo. Una forma para que la vida tenga el sentido de la oportunidad, de la brevedad de lo que nada es para siempre, de la precariedad y la sorpresa.

Esto a propósito de la muerte de mi amigo y hermano Eliécer Cárdenas Espinoza. Una amistad que comenzó allá por el 78 cuando asistimos a un encuentro nacional de escritores en la ciudad de Portoviejo. Comenzando la aventura literaria por el recibimiento de hermosas adolescentes manabitas que nos sentaron en los cuadros de las bicicletas para llevarnos al hotel. Volvíamos así a recordar nuestra infancia. Luego las largas como interesantes reuniones y debates sobre las funciones de la literatura, sobresaliendo siempre la postura política de izquierda marxista que debía sustentar la obra en sus diferentes géneros como la novela, el cuento y la poesía de denuncia social. Eliécer había llevado su primera novela “Juego de mártires” y entregó algunos ejemplares a los escritores  con los que nos reuníamos por las noches para la tertulia, la bohemia y el canto con guitarra en mano para recordar canciones de violeta Parra, Víctor Jatra, los Intillimani, Mercedes Sosa, Horacio Guaraní, Quilapayum, Atahuallpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Nacha Guevara, Amparo Ochoa o Jorge Cafrune, entre otros. Hermosas veladas hasta que el espíritu del alcohol nos conducía por los extensos cañaverales de la literatura joven de la época. Pudimos conocer a Iván Oñate, Alfonso Murriagui, Horacio Idrovo,  Juanito Ruales,  Cristóbal Garcés, Hólger Córdova, María Cristina García, Pedro Cruz, Alfonso Chávez y más amigos que sin llegar a ser grandes fueron escribidores aguerridos y decididos al tributo de la palabra para una sociedad más justa y humana.

El autor de Polvo y Ceniza, fue felicitado, valorado y reconocido por su primera novela y desde entonces la trayectoria del amigo fue creciendo, sobre todo cuando se publica la gran obra con su protagonista, Naún Briones. Su prodigiosa memoria  le permitió conversar sobre todos los personajes de la obra, con lujo de detalles. Igual cosa ocurría cuando se trataba de contar a los jóvenes estudiantes sobre autores ecuatorianos y de la literatura universal, sabía anécdotas y secretos de casi todo escritor importante y reconocido.

Siempre dispuesto a apoyar a los nóveles autores, siempre generoso como lo fue el maestro Benjamín Carrión, nunca persiguió la gloria, ni siquiera el supuesto premio mayor a los artistas ecuatorianos, el Eugenio Espejo, siempre humilde y ubicado como un escritor auténtico que jamás se palanqueó un concurso o una condecoración. Esa generosidad se evidencio también cuando se trataba de apoyar y participar desde cualquier rol en el Encuentro sobre literatura ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla”. En esta última etapa de su quehacer literario, preparó y entregó una antología de narradores cuencanos con motivo de los 200 años de independencia política de la Ciudad.

Su obra es diversa e impecable, un manejo soberbio de las estructuras, la adjetivación, un maestro de la descripción y el hilo narrativo. Incursionó en el relato popular, la novela el relato de autor y hasta en la poesía. Sus últimas obras estuvieron dedicadas a una suerte de literatura bandolera y su estilo denotó siempre, desde sus primeras obras un manejo espontáneo y maestro del lenguaje. Una obra que nos marcó mucho a la generación de sus coetáneos y contemporáneos fue Los diamantes y los hombres de provecho, una crítica acerva a los valores sociales de un  sistema entontecido por el poder, el dinero y el arribismo de una clase sin identidad, ávida de confort y riqueza.

Eliécer nos deja una escritura que tardará mucho tiempo en valorarse y estudiarse y que será una buena motivación para que las nuevas generaciones encuentren las claves y disfruten de su legado narrativo. Hasta siempre maestro. Un abrazo, ahora que disfrutas de nuevos paisajes y constelaciones dilatadas por extraños abecedarios y párrafos de nube e inmensidad.

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