Desde los jenízaros hasta los mercenarios colombianos tipo exportación
Por: Jacqueline Murillo Garnica, PhD
Colombia
De los jenízaros o “las nuevas tropas” se sabe que eran los soldados, la guardia del sultán. Extravagantes en sus atuendos, llamativos, se hacían notar tanto por su vestimenta como por su fidelidad al sultán. Estas tropas eran el cuerpo guerrero élite del imperio otomano. Soldados que en un comienzo fueron reclutados entre los esclavos y los prisioneros de guerra, y desde finales del siglo XIV se exigía a las familias cristianas de los territorios conquistados entregar a un hijo pequeño para servir como jenízaro. Al punto de volver un ritual sus comidas en especiales calderos
Su reinado de masacres y victorias duró alrededor de 300 años y cada vez era más notorio su poderío, al punto de llegar a influenciar en la corte y destituir sultanes bajo la conveniencia de sus intereses. En el año 1622 asesinaron a Osmán II para coronar a Mustafá I, y así podemos referenciar a través de la historia, un recorrido largo y sangriento de la conformación de los ejércitos, altamente calificados para “defender” los intereses de las naciones o del gobierno de turno.
Pero los tiempos modernos han traído consigo “nuevos vientos” y en Colombia se puede decir que hay un “empresariado”, generado y alimentado por el conflicto interno armado, la guerra y el paramilitarismo. Sigamos con la historia, pero de este maltrecho país, y recordemos que fue el presidente de aquel entonces, César Gaviria, quien emitió el decreto para reglamentar las Convivir (Cooperativas de vigilancia privada), sus integrantes podían portar armas y equipos de comunicación de uso privativo de las fuerzas armadas. No obstante, el remedio resultó más caro que la enfermedad y el entramado que se fue tejiendo, como en el poema del pastor luterano alemán, Friederich Gustav Niemollër, Primero vinieron… estos grupos se fueron constituyendo y tecnificando como una fuerza élite de magnitudes tales que han contribuido a escribir con sangre la historia reciente de Colombia.
En el tapiz colombiano surge la “industria” de mercenarios, una vieja práctica que se ha ido sofisticando en la medida de los conflictos a lo largo y ancho del panorama mundial. El experto estadounidense en asuntos militares, Sean McFate, citado en un informe de la BBC a propósito de los sicarios colombianos y el magnicidio del presidente de Haití: “Las guerras en Irak y Afganistán permitieron madurar a la industria militar privada, con redes de mercenarios establecidas y algunas prácticas óptimas”. Esta industria de asesinos a sueldo, exmilitares, expertos en antiguerrilla, y lo que se develado con los aterradores “falsos positivos” se han encargado de robustecer los productos tipo exportación, tal como se vio en Haití.
En una reciente entrevista del canal DW a Alfonso Manzur, director de Veteranos por Colombia, fundación que “aboga por la reconciliación entre exmilitares y exguerrilleros”, le ha dicho a este medio alemán que la alianza de las Fuerzas Armadas con el paramilitarismo dañó la ética militar y fue la génesis de lo que más tarde se conociera como los “falsos positivos”.
Lo cierto es que a los soldados se les educa y prepara para la guerra. Como un sicario tiene una vida corta. Los que logran pensionarse son jóvenes que no se les enseña cómo reintegrarse a la vida civil, tampoco tienen acceso a una asistencia que les ayude a sobrellevar las secuelas psíquicas que deja la guerra. En su gran mayoría les asisten necesidades económicas, y están al vaivén del desamparo, abono que alimenta el mercado mundial de mercenarios, apunta Alfonso Manzur.
Así como los jenízaros, los soldados son reemplazados por otras élites militares más sofisticadas, más ataviadas de armamentos y por supuesto, más tecnificadas. Un mercado próspero e incesante como el negocio del narcotráfico que ha acercado fronteras, pero de sangre. Tal como lo señalan expertos en seguridad, la industria de los mercenarios experimentó un cambio después de los atentados en el 2001 contra las Torres Gemelas en Nueva York, que fue el inicio de “la gerra global contra el terrorismo, relativamente ejecutada por contratistas privados.
Para cerrar estas notas les comparto la traducción de un poema de Víctor Hugo, que me topé en los vericuetos de la historia de Estambul:
EL NIÑO
¡Allí el Turco ha pasado!
Allí, como huracán de sangre y duelo,
Sus pasos han dejado ruinas y escombros sobre el suelo.
Quíos, isla de dulces vinos,
de montañas y valles ondulada,
Quíos, la de frescas alamedas de carpinos,
la que se ufanó al verse en las aguas retratada,
ahora que el Turco la somete con poder impío
semeja en medio del mar peñasco umbrío.
Bajo el bárbaro azote del tirano que de duelo y luto la ha cubierto, es ya su suelo feraz yermo desierto.
¿Sus hijos dónde están? […]
Allí junto al muro del soberbio palacio derruido,
un tierno niño, pálido y dolorido,
apoyado en un árbol de oxiacanto,
inclina la cabeza, ahogado en llanto.
Pobre niño, desnudo y pesaroso,
di ¿qué puede en tu duelo distraerte?
¿Qué puede disipar, criatura,
de tus pesares la tormenta oscura? […]
¿Qué quieres para reír y prorrumpir en canto,
para arrojar de tu alma la tristura
y de tu faz la palidez y el llanto?
¿Quieres la bella flor maravillosa?
¿Quieres la fruta del tubá sabrosa?
¿o acaso el ave de pintadas alas?
Amigo, me responde el niño griego:
¡quiero pólvora y balas!
Año 1828. Traducción de José Sienra C.
Coda: son infames las recientes declaraciones del general (r), Montoya, comandante del Ejército en la administración de Uribe, al culpar de las ejecuciones extrajudiciales a soldados sin educación que: “Los muchachos que van al Ejército son los de abajo, los de estrato uno, no van los estratos dos, tres y cuatro. Nos toca enseñarles cómo se utiliza el baño, cómo se utilizan los cubiertos”. A este personaje lo llevan investigando por hechos ocurridos entre el 2007 y 2008: por lo menos 104 personas fueron ejecutadas y presentadas como bajas en combate por el Ejército. Ojalá que aunque tarde llegue la justicie, pero que llegue.