El pensamiento Catedral: nuestro compromiso ético con el futuro
Por: Felipe Albornoz Peña
Cuenca, Ecuador
Vivimos en el tiempo de la inmediatez, de lo veloz, todo lo queremos ya, todo es urgente, las cosas se resuelven en cortos plazos y términos, no hay tiempo para más… Nuestra mente se ha visto obligada a exigir rápidos finales. Hemos formateado a nuestro cerebro para anclarse a recompensas inmediatas. Nuestras mayores satisfacciones las obtenemos cuando menor es el tiempo que demora una respuesta, un like, una visita, un me gusta. La paciencia ya no es una virtud. El futuro no importa, el futuro no existe, el futuro es una quimera para lo que sea. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, es la consigna existencial.
Solo parece importar el hoy, el ahora, lo coyuntural. Los seres humanos, las empresas e instituciones operan con una voluntad de la urgencia constante.
En este contexto el filósofo australiano Roman Krznaric, denuncia no sin razón que vivimos en la era de la “tiranía del ahora”, que tiene un “cortoplacismo frenético” en la misma raíz de la crisis que en todo sentido estamos enfrentado. Una tesis que nos obliga a revisar con crítico sentido nuestra conducta frente a las decisiones que asumimos, no solamente ante el hoy, sino también al mundo del mañana del cual somos insoslayablemente responsables.
Para sostener estas ideas Krznaric, con una visión futurista, escribe un valioso libro al que intitula “The Good Ancestor”, “El Buen Antepasado”, en donde sustenta la tesis que nnuestros descendientes son dueños del futuro, pero las decisiones y acciones que tomemos ahora, los humanos de este tiempo, impactarán enormemente en las generaciones venideras, de allí nace nuestra consecuencia ética. Bauman Zygmun, decía que las cosas perduran y perviven en lo que hacemos y en como lo hacemos.
Laslas personas que aún no han nacido no pueden votar en las elecciones actuales, pero eso no significa que no puedan contarse sostiene Krznaric y demuestra convincentemente que en nuestra era digital de “corto plazo patológico”, prestamos cada vez menos consideración a nuestros descendientes.
Las ideas motrices del filósofo Australiano y las dos interrogantes que nos trasmite en su libro son construidas en el sentido de que “los seres humanos podemos crear relaciones personales y empáticas con otras personas que nunca conoceremos y veremos y cómo podríamos ponemos en el lugar, no solo a través del espacio sino a través del tiempo con las personas de las generaciones futuras.
Plantea un reto a nuestra mentalidad egoísta, coyuntural, cortoplacista, y nos interroga en el sentido de cómo podemos pensar y recrear un mejor futuro para las próximas generaciones, cómo podemos superar la era del botón, “compra ahora” como él la llama. Como generamos acciones que impacten positivamente a largo o muy largo plazo en lo que serán nuestras sociedades.
Como podemos prevenir algunos o muchos de los graves males que tendrán que sufrir los próximos habitantes de nuestro planeta. Nos cuestiona sobre el hecho de si seremos buenos antepasados, lo cual representa un interesante reto a nuestro cerebro consumista e inmediatista.
En esa coordenada de ideas y para contrarrestar este “cortoplacismo patológico”, este investigador y profesor universitario cree que contamos los seres humanos con especiales talentos que configuran lo que él denomina “pensamiento catedral” que se define como esa capacidad, y voluntad de concebir, planificar y trabajar proyectos que tengan un horizonte muy amplio, de largo aliento tal vez de décadas o siglos hacia el futuro y se basa en la idea de las catedrales medievales , construidas y arquitectónicamente diseñadas por masones operativos, maestros y albañiles, encargados de dar forma a la piedra, desbastarla y poner cada sillar en su sitio. En la edad media se proyectaron y empezaron a construir cientos de catedrales y otras obras monumentales por esos hábiles constructores, sin embargo ellos sabían que no las verían terminadas en el transcurso de sus vidas.
Considera que esta forma de pensamiento concibió construir la Muralla China o Machu Pinchu. Esos trabajadores que levantaron esos monumentos actuaron no sólo para el aquí y el ahora.
Esa habilidad netamente humana, porque el ser humano es el único que planifica en el tiempo, ha hecho que algunas empresas creen planes de sostenibilidad para los próximos 100 años. Ciudades como Amsterdan usando este pensamiento catedral ha planeado no tener automóviles que utilicen combustibles fósiles después del 2030 y pretenden tener una economía 100% circular a partir del 2050.
Este autor analiza los problemas actuales de la democracia desde una perspectiva futurista en razón de creer que a las generaciones venideras no les concedemos derechos ni dejamos que tengan una voz. “Este es un grave problema de la política y los políticos ya que no les interesa sino ganar exclusivamente las próximas elecciones y de esa forma estamos privando de derechos a esas generaciones, que serán afectadas indefectiblemente por nuestras acciones o nuestras omisiones”.
Hay ejemplos realmente elocuentes de activistas e instituciones que vienen utilizando lo que puede considerarse el pensamiento catedral. En Japón existen grupos que diseñan planes para los habitantes que vivirán ahí a partir del 2060, sea en atención sanitaria cambio climático o inversiones. En Escocia hay un proyecto que se denomina Future Library en que cada año por 100 años un autor famoso dona un libro que permanecerá sin ser leído hasta el año 2114. Ese año los 100 libros se imprimirán en papel hecho de 100 árboles plantados en un bosque a las afueras de Oslo. Es un regalo para el futuro.
Hay una campaña mundial para otorgarle personalidad jurídica a la naturaleza y una coalición de jóvenes que ha creado un movimiento denominado “Viernes por el futuro”.
Hay un activismo de seres humanos progresistas que viene trabajando para dinamizar, revitalizar y reinventar la democracia y darles expresión a las futuras generaciones usando muchas veces sólo la imaginación.
Existen comunidades de científicos que hoy que en medio de esta pandemia que azotado el mundo están ya diseñando planes pandémicos para el ataque de un nuevo virus u otras catástrofes que podrían ser devastadoras para la humanidad entera.
Hay comunidades de aborígenes estadounidenses que consideran el impacto de una decisión en las siguientes 7 generaciones.
Para muchos estos ejercicios pospresente parecen una locura pero para seres empáticos no solamente con los las actuales habitantes del planeta sino con aquellos que vivirán en la tierra en los próximos 30, 50, 100 o 200 años, se vuelve un imperativo ético ineludible.
Estas son algunas formas en las que podemos convertirnos en buenos antepasados, o como Krznaric los denomina, “rebeldes del tiempo”, y unirnos a un movimiento que se propone redefinir la esperanza de vida, perseguir la justicia intergeneracional y poner en práctica el amor profundo por el planeta.
Cuánta razón tuvo Albert Camus al decir “que la verdadera generosidad para con el futuro consiste en entregarlo todo al presente”.
Quizá sea hora de salir de nuestros pensamientos de tic toc, de nuestras actitudes de tictokers y de nuestra mente egoísta y consumidora, no solidariamente planificadora y empezar a trabajar empáticamente por los derechos también de las personas del futuro, asumir un compromiso ético con las futuras generaciones que deberían gozar de unas sociedades democráticas y justas, de un planeta vivo y de un mundo más sostenible y sano. Prefiero siempre creer en la utopía de poder crear a través de nuestra conducta una empatía intergeneracional que conformarme con mi actitud egocéntrica que puede desencadenar un mundo distópico “porque pensé que en ese lugar del futuro nadie vivía”.