El escape
Por: Pedro Carlos Martínez Suárez, PhD
Vicerrector Investigación Universidad Católica de Cuenca, Ecuador
Cada noche mis papás salían a la puerta de la casa, retiraban la cortina para que corriera el aire y colocaban tres sillas para que se sentaran los vecinos. En Castilla es frecuente conversar hasta largas horas de la noche en el verano y se hace en la calle, justo delante de las casas. Yo aprovechaba para colarme sin permiso en el “teitu”, un cobertizo destinado a guardar las herramientas de mi abuelo que era alfarero. Muy cerca había un bosque de Rebollos donde solía jugar con mis amigos durante el día, aunque nunca me había adentrado allí en la noche. Apenas llevaba cinco minutos entre los árboles cuando escuché el crujir de las ramas, una ardilla común se asustó y pasó veloz entre mis piernas. Se escuchaba el aliento cansado de una persona con pasos plúmbeos. Creí reconocer por un momento a mi abuelo, pero pronto recordé con tristeza que ya hacía un año que había fallecido. -No se asuste joven- Dijo el enjuto anciano con voz rasgada. -Vengo cada noche a disfrutar del silencio y las estrellas, siento su presencia – Rápidamente me sentí conectado a aquel señor mayor de rasgos afilados y quijotesca figura. -Siempre he querido conocer bien las estrellas, las constelaciones y sus nombres -. Se sentó en una piedra, uno de tantos granitos ocelados que hay en el pueblo y me dijo: – alza la vista y te encontrarás con Orión, con sus tres Marías en el centro: Alnitak, Alnilam y Mintaka.- Me quedé tan embobado por minutos que no percibí como el señor desaparecía por el bosque. Miré el reloj, era tarde, salí corriendo y al llegar a mi casa mi papá me dijo, entre reproche y ternura – ¿Ya te escapaste al bosque? -Asentí tímidamente. A lo que mi papá añadió un gesto de complicidad y me preguntó ¿Y te encontraste con el ciego?