“Juventud, divino tesoro… ¡Ya te vas para no volver!”

Por: Jacqueline Murillo Garnica (PhD)
Colombia

Recordamos en Colombia ahora más que nunca, esta frase del poema del gran representante del modernismo, Rubén Darío, como un símbolo que enarbola el maremágnum de situaciones en que se han convertido las manifestaciones que se extendieron por el país. Siempre se alude a la juventud como ese pilar que impulsa el devenir de los pueblos, generación de la esperanza como tanto proclamó Rodó en su “Ariel”, y paradójicamente, la juventud, la muchachada tiene como heraldo la desesperanza.

No empecemos a echarle la culpa a la pandemia, que ha desnudado una realidad que se venía soslayando con pañitos de agua tibia en el menos malo de los casos. Colombia: un país con pronóstico reservado sigue en cuidados intensivos. El coctel de disturbios en que se han convertido las protestas a lo largo y ancho del territorio tiene su génesis en el desempleo que ha llegado a un porcentaje del 14.2%, si lo comparamos con el 12.6% del año anterior, datos tomados en el mes de marzo, ha revelado el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas DANE; es decir, un aumento de 1,6 entre el 2020 y 2021.

Así las cosas, el punto de partida para solucionar esta crisis debe ser la priorización del empleo, en especial de los jóvenes y las mujeres. La sumatoria en este sentido ya tiene 3.4 millones de desempleados, la tasa de desempleo de los jóvenes bordea el 24% y un 31% para las mujeres jóvenes. En este país uno de cada tres jóvenes ni estudia ni trabaja, la incidencia de la pobreza en Colombia llegó al 51%. Las estadísticas reflejan que son 21 millones de colombianos pobres. “La pobreza y el deterioro del mercado laboral (en especial de los menos educados) son dos caras de una misma moneda. Cuando el jefe de hogar está desempleado, la pobreza alcanza el 70 %” (Gonzalo Hernández, Diario El Espectador).

Es urgente que el Gobierno tome cartas en el asunto a través del diálogo y la concertación para asumir los desafíos del país, con soluciones concretas y estableciendo políticas económicas que realmente apunten a los sectores más desprotegidos de la población. La situación se ha salido de madre, y ya no se sostiene con discursitos o frases de combate donde se le echaba la culpa al “Castrochavismo” ni a los “enemigos de la patria”. La reactivación económica con empleo debe ser un punto focal para el diálogo constructivo que espera la ciudadanía. Debe apuntar a los aspectos centrales de la pobreza, que ha sido el detonante del malestar social de los colombianos que se manifiesta ahora en las calles.

Ya no asustan las bravuconadas de “revoluciones moleculares”, el hambre no puede disfrazarse, ni los altos niveles de miseria, en el que no solo la pandemia ha causado muertos, también la violencia se ha ensañado con la población. ¿A qué se le puede temer ahora?, ¿Qué podrían perder los jóvenes en la protesta en un Gobierno que ha estado de espaldas de la realidad?, ¿A qué gobernante se le ocurre lanzar una reforma tributaria en pleno desastre económico? La presión de las protestas que comenzaron el primero de mayo logró el retiro de la impopular reforma tributaria y la salida por la puerta de atrás del ministro de hacienda, que desconoce el valor de una canasta de huevos.  El aporte de las juventudes ha sido fundamental, y el derecho a la protesta pacífica debe ahora ser un sinónimo de solidaridad por parte de todos los colombianos que queremos levantar nuestra voz de apoyo en esta crisis en la que está hundida Colombia.

Hay una generación entera que se enfrenta a la ausencia de oportunidades. No se puede estudiar ni tampoco los jóvenes encuentran trabajo y cada vez la pobreza es una amenaza latente. Otro ingrediente que se suma a esta cadena de desventuras es la desigualdad de género, las mujeres las más golpeadas por el desempleo sin control. Las propuestas que se han puesto sobre la mesa deben ser consideradas por parte del Gobierno, y una buena decisión que se aplaude, fue el decreto de la matrícula cero para el segundo semestre de este año, para los jóvenes de estratos uno, dos y tres.

Aunque el poema de Rubén Darío advierta que ya no hay princesas y que ese estado maravilloso del ser humano que es la juventud, tan propio de dioses y héroes, igual se extinguirá para siempre, “Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer…” Entonces qué importa si se deja constancia, no hay más remedio que sumarse a esa multitud fresca y rozagante.

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