¿Y la cultura?
Por: Ramiro Caiza
Quito (Ecuador)
La cultura en la encrucijada, es la sintomática institucional que respira por las heridas causadas desde dentro y desde fuera, un cadáver que se resiste entre cuestionamientos, en donde varios militantes políticos intentan salvarla o hacerse con los pocos recursos negados hasta entonces.
La cultura ecuatoriana estuvo representada por la Casa durante décadas, que quiérase o no, marcó el pulso de su desarrollo y de su presencia en el ámbito nacional e internacional, época de añoranza marcada con lustre por sus protagonistas, tanto sujetos y como objetos que, con sus obras nos recuerdan de sus buenas acciones.
Luego de 75 años, la Casa se ahoga en sus propios resuellos, como el anuncio de una muerte, en parte provocada por la misma institucionalidad, que pretendió inducir el cambio radical a fuerza de leyes y decretos. Los cambios, si son verdaderos, no se los realiza desde el escritorio y las buenas intenciones, son producto de las revueltas e insurgencias, como acumulado y resistencia, al menos son las lecciones que el pasado inmediato nos aporta.
Parece ser que, en las últimas décadas, los representantes de la cultura oficial se han olvidado de las normativas imperantes, en este sentido, quiérase o no, los mandatos son para todos y el sector cultural fue descuidado como sujeto. Obvio que se atendió a ciertos artistas o escritores de la “alta cultura”, como beneficiarios directos y también a algunos allegados al poder, es decir, la atención clientelar ha sido una constante, y curiosamente hoy, se intenta maniobrar para hacerse con la dirección de las instituciones culturales; al menos sus obras, desde la estética no justifican o les dan asidero para ello, pero la agitación política los certifica como representantes de la cultura de un sector de la sociedad que, obviamente no es la más clara demostración de participación y democracia, este el escudo para que pululen todo tipo de argumentos en nombre de la cultura y sus salvadores.
Llama la atención que el malestar haya caído como una pandemia más en el disuelto Ecuador, en coincidencia con las elecciones nacionales de Presidente de la República, ahora ya con Presidente electo, de seguro muchos candidatos a las direcciones provinciales de la Casa de la Cultura, se alinearán con el ganador del 11 de abril de 2021, poniéndose a las “ordenes”. Así también va la cultura, por los andariveles del compadrazgo y servilismo. Entones las libertades creativas estarán condicionadas una vez más, al poder, desde donde emanarán a cuenta gotas ciertos recursos que afirmen al gobernante de turno.
Las leyes están diseñadas para afirmar el poder, así ha sido y será, es el reflejo y expresión de quienes dominan coyunturalmente, como ejercicio de la práctica democrática copiada de occidente, otro rasgo de la libertad amañada desde el primer mundo. Así vamos, con los principios civilizatorios a cuestas, como condenados a cometer los errores de siempre, porque la amnesia llueve a cántaros y el botijo derrama su contenido entre los miembros del sector cultural que se niegan a cumplir con los mínimos y considerar que el ser parte del Registro Único de Artistas y Gestores Culturales, RUAC, les da derecho a todo; se debe revisar y depurar este registro que ha servido para agitar las aguas de la cultura. Los derechos son para todos y la cultura entendida como un todo; con esta lógica debería albergar a toda la sociedad, desde al gran artista y creador hasta la señora que vende los chinchulines, sin exclusiones, estaría en el marco de exigir este derecho, es decir, ser parte del RUAC y poder elegir al director/a de las Casas de la Cultura, inclusive ser la directora si así se pronuncia la mayoría.
Uno de los aspectos fundamentales es el político, cuando sus personeros se alinean con el poder sin concesiones y hacen uso de la representatividad con intereses particulares o clientelares. La ley ha permitido ello, para generar más burocracia y la institucionalidad es vista como un botín para un grupo que cada cierto tiempo cambia de vocería. Hemos arribado a los condicionamientos de un solo sector que dependiente de una posición política quiere hacerse de los destinos de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y demás entidades; esto no es transformación ni avance, es estancamiento y servilismo a quienes le hagan la venia al régimen. Desgraciadamente el ente rector de la cultura es el brazo cultural de la política del gobierno de turno, de allí que se ponga en duda la gestión de un Ministerio de Cultura en favor de las diversidades. Quede claro que aquí si es deber de la sociedad, no solo del sector cultural, demandar el ejercicio de los derechos culturales en favor de la comunidad en su conjunto.
La precariedad del sector tiene sus responsables en la conducción y toma de decisiones, se durmieron creyendo que el poder va a ceder en su favor, una vez más, les traicionó mostrando su verdadero rostro, dejando en claro que no le interesa la cultura, sino ciertas ramas que destilan el olor europeo para decir quiénes son los cultos de la sociedad. Mucha agua ha corrido bajo el puente, no se trata de establecer debates en torno a la teoría de la cultura, eso está bien para la Academia; lo que se debe realizar es asumir el compromiso y actitud de organizarse en torno a grandes líneas de trabajo que beneficien, en lo posible, a una gran mayoría, es decir, construir política pública.
Ante la crisis aparecen, ciertos agoreros que se abanderan de la ingenuidad y desesperación de algunos trabajadores de la cultura; son quienes en su momento, también lucraron con festivales casi personales y familiares, donde la nula incidencia colectiva es el mejor indicador. Estos gestores son quienes aspiran a hacerse con la Casa, maquinado para ello la confusión y subiéndose al carro político del candidato menos malo; desde allí disparan sus débiles dardos que mucho distan de ser parecidos a los dardos de Pucuna, la revista de los tzántzicos, en su momento.
Por otra parte, el carácter de miembro correspondiente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, debería tener un mínimo de servicios, derechos o privilegios, en realidad no tiene nada más que el derecho al voto para designar autoridades de la Casa. Entonces cuál es la diferencia con los miembros del RUAC, toda vez que éstos tienen derecho a fondos concursables y otras líneas de financiamiento estatal; para evitar este doble fondo habría que señalar un solo tipo de elector para la CCE, donde los miembros sean filtrados con parámetros coherentes y verificables, donde los mínimos de calidad estética, formación y experiencia estén de manifiesto. Caso contrario, deberían ser los miembros de la CCE quienes elijan sus representantes o autoridades, por sentido común.
La cercanía al poder es peligrosa para los sectores excluidos, por ello quizá, las culturas urbanas se han refugiado en la clandestinidad o en espacios que les dan cierta seguridad para manifestarse. El poder no ha tenido la mínima consecuencia con los trabajadores de la cultura, a quienes hemos visto padecer y realizar colectas para su despedida final en medio de la pandemia. El asunto es estructural, por ello insisto, que se quiere hablar de cambios profundos, tiene que sacudirse a la institucionalidad desde abajo, con la participación de los mantenedores de la memoria, que en definitiva es el pueblo oprimido.
Los corifeos e iluminados del conocimiento o del arte, quienes no han dado espacio para lo emergente, para esas nuevas formas de lenguajes expresivos del arte, que asociados producen nuevas actitudes que se riegan por doquier y contagian, se quejan de que la gente no tiene cultura, claros están si juzgan desde su particular perspectiva y puntos de vista que engloba a una clase o quienes producto del blanqueamiento, dicen ser cultos al estilo europeo.
La gota de agua permanente ha perforado la escafandra dorada de la cultura impuesta desde la institucionalidad de la Casa, porque siempre ha girado en torno a un círculo de intelectuales o artistas cercanos a los presidentes de turno.
Existe una deuda acumulada con el sector cultural del país, deuda que no solo se la debe expresar en metálico, sino en falta de espacios, en la formación de públicos que consuman arte; no existirá jamás presupuesto que alcance para fomentar la cultura y consecuente con esto, una buena parte del sector se ha acostumbrado al paternalismo del Estado. En este aspecto es necesario que se forme e implemente formas alternativas de gestión cultural, sin dejar de lado la responsabilidad del Estado.
El progresismo ha sido el río por donde las aguas de la cultura han surcado irremediablemente, desde las posiciones de avanzada vinculadas a la izquierda política, se ha escrito y reivindicado a los postergados, este río es incontenible, con sus desvíos y sequías, se debe orientar su cauce desde las fuerzas que lo agitan.
La Ley Orgánica de Cultura, tiene avances en cuanto a derechos, pero de allí a su ejecución y cumplimiento, dista mucho. El Ministerio como ente rector ha sido incapaz de llevar adelante la famosa transformación cultural, tal vez transformó la vida de unos pocos, los allegados al poder y sus beneficios; los más, continúan aplazados. Por ello, el modelo o modelos de gestión desde la institucionalidad, al menos en cultura, deben ser construidos desde abajo, es decir, con quienes trabajan el arte en la calle, en la comunidad, en las organizaciones para generar una nueva conciencia de su trascendencia en la vida cotidiana y exigir el cumplimiento de los derechos culturales que son para toda la sociedad.
Lamentable, pero hay que señalarlo, con este gobierno las políticas culturales rayaron en el clientelismo, en esas formas condicionantes de entregar recursos a dedo, al círculo de amigos por medio de productores en una cadena de favores. Esta la mayor política cultural del gobierno que fenece, donde florecen los de siempre; los talentos y emprendimientos se estrellan en las paredes de una institucionalidad que no supera el marasmo con burócratas que solo esperan el sueldo y (gran parte de ellos) la jubilación oportuna.
El Sistema Nacional de Cultura todavía se resiste o retuerce a ser ejecutado, nadie lo asume en serio, la ley es letra muerta; los municipios siguen con sus farras y despilfarro para potenciar la imagen del burgomaestre de turno y las fiestas se realizan desde su particular óptica, de acuerdo con su “gusto”. Las demás entidades llamadas a fortalecer el Sistema se hacen de oídos sordos o no les interesa más que su propia dinámica. Así a la deriva navega el ataúd de la cultura con el barquero Caronte que se resiste a desembarcar su carga.
La cultura y el arte son las armas para desarmar un sistema que no encuentra la luz que alumbre el sendero. Un arte al servicio de las mayorías, donde la complicidad del financiamiento también sea responsabilidad de la comunidad en general, es decir, que la gente que quiere disfrutar del arte pague por ello, que el trabajo artístico no sea gratuito; diferenciar los públicos del sector popular o marginado, a donde habrá que llegar con funciones, talleres y capaciones subvencionadas desde el Estado.
Transformar la sociedad desde la cultura es un imperativo a las puertas de elecciones que nos dirán cual bando gobierna ahora; formas nefastas de la democracia representativa, donde la participación es solo para depositar el voto. La cultura debe volver a unir nuestros pueblos desde la diferencia, donde las distintas voces tengan cabida en igualdad de condiciones, donde el conocimiento se democratice en beneficio común.
La creatividad y el talento no se rigen por reglamentos o normativas, es el artista quien rebela sus potencialidades internas ante el golpe de la época que le corresponde vivir.
La libertad como expresión de la conciencia se plasma en el hacer justicia por los otros, por los distintos, de allí que es un derecho la resistencia no solo individual sino colectiva, puesto que la manipulación desde la institucionalidad como ejercicio coercitivo y para mantener el statu quo del mundo libre y democrático carece de legitimidad.
El derecho a la resistencia es legítimo, por ello el cuestinamiento a la institucionalidad se inscribe en esa línea, con el ánimo de elevar a la duda los procedimientos y prácticas administrativas en la gestión de lo cultural.
La cultura es un derecho humano, por tanto viene apegado a la vida y es una expresión y construcción social que de apoco se manifiesta en formas y lenguajes más elaborados conocidos como arte. Sin embargo, esto no significa jamás, que las manifestaciones populares se dejen de lado, no, son más bien la esencia de toda cultura, es su memoria colectiva.
No olvidemos el deber del Estado para fomentar las culturas en sus más diversos ámbitos, donde la planificación de base es la determinante, donde se pregunte qué es lo que aspira artísticamente la comunidad; al igual que la salud o la educación, la cultura es vital para el desarrollo integral de nuestras sociedad, sin la cultura estamos condenados al estancamiento y fracaso.