Y entre tantas cosas, ¿para qué la escuela?

Por: Juan Almagro (PhD)
Universidad de Almería (España)

Cuando se cumple algo más de un año desde que la pandemia dejó pasillos y aulas vacías en los centros escolares, el tiempo nos brinda la oportunidad de mirar por un retrovisor que nos muestra las carencias y, a su vez, los desafíos más palpables a los que se enfrenta el espacio socioeducativo. En este sentido, podríamos emplear cartuchos de tinta enumerando y profundizando en las múltiples carencias que emergen del funcionamiento de los sistemas educativos; de la misma forma, los retos a los que este se enfrenta provocarían que este texto se extendiese más de lo preciso. Así, en aras de respetar los requisitos editoriales y no abrumar al lector/a, quisiera acotar mi artículo a una cuestión, quizá recurrente, pero que siempre subyace cuando hablamos de educación desde una perspectiva crítica: me refiero a la revisión de lo que se hace en las escuelas.

Puede que algún/a docente que lea esto recuerde vagamente qué contenido trabajaba hace un año, en vísperas de lo que se nos venía encima. Quizá el sujeto y predicado; las operaciones para obtener común denominador; las diferentes secuencias que nos ofrece el verbo to be; o los animales invertebrados, parte I. Es más probable que tú, docente, rememores de una manera más nítida el desconcierto que provocó abandonar aquellas plácidas y recurrentes clases, que en muchos casos conducen hacía un tedio que meses después echases de menos. Es muy posible que, ya en casa, sentada/o frente al ordenador, te preguntases quién estaría al otro lado; y acto seguido, también pensases “¿y ahora cómo sigo yo con esto?; ¿cómo voy a enseñarles a elegir el complemento directo desde aquí?”.

Pero no había tiempo que perder, y entre pregunta y pregunta, te ibas inventando las fórmulas más variopintas para mantener el contacto y despertar el interés de tu alumnado. En muchos casos, el frenesí tecnológico te mantenía pegado al portátil, la tableta o el móvil casi en cualquier tiempo y lugar. Es posible que, a pesar de pertenecer a la generación X, Y o boomer, emulases a las/os más famosas/os tiktokers y grabases clips caseros o te inventases algún que otro challenger. Puede que, cuando cada noche te metieras en la cama, tu cerebro intentase ver la conexión entre el reto de la harina y las ecuaciones. Seguramente en más de una ocasión te agobiaste y encontraste en aquello el mismo paralelismo que en el tocino y la velocidad. Pero no pasaba nada, porque también estoy seguro que, antes de dormir, hacías válida la frase que una y otra vez repetías en tu cabeza y que transmitías a tu alumnado: “Todo va a salir bien, estoy aquí, a vuestro lado, y si necesitáis algo me podéis preguntar”. A quienes nos dedicamos a la docencia, sea de cualquier ámbito –de infantil a la universidad- esa parte emocional nos hizo recuperar cierta esperanza, a pesar de las circunstancias. Paradójicamente, nos humanizó y contribuyó a que, en nuestro software pedagógico se activase de nuevo la versión que nos muestra la finalidad –quizá principal- de la labor que realizamos: la de estimular al alumnado para extraer sus miedos e inquietudes; sus debilidades y fortalezas; sus incógnitas y la construcción de sus respuestas…

Entre todo este marasmo de incertidumbres, la época estival nos otorgó un tiempo valiosísimo para revisar qué se estaba haciendo en las escuelas; para concederle a aquellas últimas sesiones del curso anterior, alejadas de la formalidad académica, de los complementos directos e indirectos, la importancia que merecía. Es muy posible que muchas/os de vosotras/os, docentes, hayáis recuperado cierta normalidad en vuestras aulas, y que lo hayáis hecho a costa de restringir las experiencias emergentes con las que cerrasteis el curso académico más extraño de vuestra vida pedagógica –sea más o menos longeva-. Puede que muchas y muchos de vosotras/os, con la vuelta a la presencialidad, sigáis en la misma línea academicista preCovid de antaño; no obstante, es muy probable que, para otras/os tantas/os de vosotras/os, lo vivido recientemente os haya hecho pensar que a la escuela también se va a aprender a vivir, a crecer y a relacionarse, a entender que los conflictos surgen, y que lo prioritario es construir las herramientas para resolverlos; es muy probable, también, que entendieseis que no sirve de nada plantear contenidos alejados de la realidad, y que carece de sentido seguir con el sujeto y el predicado –perdonad mi recurrencia- como si nada hubiese sucedido. Sea cual sea el lugar en el que cada cual se posicione, no perdamos la perspectiva de lo que implica estar donde estamos, y la relevancia que tiene nuestra función de cara a soñar, cada vez con más fuerza, con una sociedad más justa, humana e igualitaria.

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